Con paso desenvuelto, Bollinger se acercó a la casa. Era bajo, sólido, vivo, con centellantes ojos negros y suave pelo ondulado. Staunt suponía que tendría quizá setenta o lo más ochenta. Todavía joven. La flor de la vida. A Staunt le hacía sentirse joven sólo con estar en compañía de Bollinger, pero sabía que para Bollinger, no era un joven. Staunt tampoco se había sentido niño cuando tenía ochenta. Pero el vivir hasta cumplir ciento treinta y seis cambia tu perspectiva en cuanto a lo que es ser viejo.
Desde afuera Bollinger dijo:
—¿Puedo pasar, Henry?
—Déjale entrar —murmuró Staunt. Uno de los sensores de la pared del estudio recogió el mandato y lo retransmitió a la puerta de entrada que se abrió.
—Dile que estoy en el estudio —dijo Staunt, y la casa guió la entrada de Bollinger. Con un leve chasquido de dos dedos, Staunt bajó el volumen de la música.
Bollinger al entrar saludó con la cabeza y dijo afablemente:
—Siempre me ha gustado ese cuarteto.
Staunt le abrazó.
—A mí también. Qué bueno verte, Martín.
—Siento que haga tanto. Dos semanas, ¿no?
—Me alegro de que hayas venido. Aunque —para decírtelo francamente— no voy a estar libre esta tarde. Estoy esperando a alguien.
—¿Sí?
—Por cierto, es de la misma organización que, al parecer, te ha prestado el vehículo. ¿Cómo es que vienes aquí en uno de sus cópteros?
—¿Por qué no? —preguntó Bollinger.
—No entiendo por qué. No tiene sentido.
—Cuando vengo por un asunto oficial empleo un cóptero oficial, Henry.
—¿Un asunto oficial?
—Pediste un Guía.
Staunt estaba agitado.
—¿Tú?
—Cuando me dijeron que habías llamado insistí en que me dieran la tarea, o yo dimitiría inmediatamente. Así que vine. Y así que estoy aquí.
—¡Yo nunca supe que estabas con Realización, Martín!
—Nunca me preguntaste.
Staunt logró una sonrisa desconcertada.
—¿Cuánto hace que entraste allí?
—Ocho años, diez. Hace bastante.
—¿Y por qué?
—Un sentimiento de obligación pública. Todos tenemos que ayudar si la rueda ha de seguir girando llanamente. ¿Eh, Henry? —Bollinger se acercó a Staunt, le miró directamente a los ojos y le mostró una sonrisa rápida, inesperadamente brillante y, de algún modo, irresistible. Luego dijo con un tono claro y agresivo:
—¿Qué es todo esto de que quieres Ir, Henry?
—La idea me vino esta mañana. Paseaba por la casa cuando de repente me di cuenta de que ya no tenía sentido quedarme aquí. He acabado: ¿por qué no admitirlo? Hacer girar la rueda. Dejar libre un lugar.
—Todavía eres relativamente joven.
Staunt rió ásperamente.
—Llegando a los ciento treinta y seis.
—Yo conozco a hombres de ciento sesenta y de ciento setenta que nunca han pensado en Ir ni en sueños.
—Es su problema. Yo estoy listo.
—¿Estás enfermo, Henry?
—Nunca me sentí mejor.
—¿Tienes alguna dificultad, entonces?
—No, ninguna. Mi vida es absolutamente tranquila. Tengo sólo los más puros motivos al pedir la Despedida.
Bollinger parecía inquieto. Daba vueltas por el estudio, levantó y volvió a dejar una pequeña estatua polinesia, apretaba los codos con las manos y dijo al fin:
—Primero tenemos que hablar de esto, Henry. ¡Tenemos que hablar de esto!
—No entiendo. ¿La función de un Guía no es llevarme rápida y serenamente por el camino hacia la nada? ¡Parece que tratas de hacerme cambiar de opinión para no Ir!
—Es la función del Guía —dijo Bollinger— servir a los mejores intereses del que Parte, cualesquiera que sean esos intereses. El Guía puede intentar persuadir al que Parte de que aplace su Ida, o de que no Vaya, si a su juicio es el curso apropiado que hay que tomar.
Staunt movió la cabeza de un lado a otro.
—Allí afuera hay un bullicioso mundo entero, lleno de jóvenes saludables que quieren tener más hijos y que no pueden tenerlos a menos que las inútiles antiguallas como yo no se quiten de en medio. Quiero voluntariamente dejar disponible algún espacio. ¿Me estás diciendo que te opondrías a mi Ida, Martín, si...?
—Mantener el nivel de la población en una cantidad constante es sólo un aspecto de nuestro trabajo —dijo Bollinger—. También nos preocupamos de mantener la calidad. No queremos que los ciudadanos mayores útiles se vayan del mundo meramente para hacer sitio para uno nuevo cuyas capacidades no podemos predecir. Si un hombre aún tiene algo importante que dar a la sociedad...
—A mí no me queda nada importante que dar.
—Sí lo tienes —siguió Bollinger tranquilamente—, intentaremos disuadirle de Ir hasta que lo haya dado. En tu caso creo que puede ser prematura la Ida, así que he conseguido la tarea de ser tu Guía con alguna trampa, para poderte ayudar a explorar las consecuencias de lo que te propones hacer y tal vez...
—¿Qué piensas que aún puedo ofrecer al mundo, Martín?
—Tu música.
—¿No he compuesto bastante?
—No podemos estar seguros. Puede que tengas una obra maestra escondida dentro. —Bollinger empezó a pasear de nuevo—. Henry, ¿has leído el libro de Hallam, El giro de la rueda?
—Lo he hojeado. Esta mañana, por cierto.
—¿Miraste la sección en la que explica por qué nuestra sociedad es única en la civilización occidental?
—Quizá se me olvidara.
Bollinger dijo:
—Henry, la nuestra es la primera que acepta el concepto del suicidio como un acto virtuoso. En el pasado, sabes, se consideraba el suicidio como detestable y malo y cobarde; las religiones lo condenaban como un ataque contra la voluntad de Dios, e incluso la gente que no era religiosa tenía la tendencia de ocultarlo cuando un amigo o un pariente se mataba. Ahora tenemos otro concepto. Desde que las habilidades médicas están tan altamente desarrolladas que casi nadie se muere por causas naturales, ni las avanzadas medidas de limitación de la natalidad pueden evitar que el mundo se llene de gente. Mientras que nace uno siquiera, y nadie muere, hay un constante y peligroso aumento de población, así que...
—Sí, sí, pero...
—Déjame terminar. Para manejar nuestro problema demográfico, al fin decidimos considerar la terminación voluntaria de la vida como un sacrificio noble, y así sucesivamente. De ahí toda la «mística» de Ir. Aún así, no hemos perdido enteramente la vieja perspectiva moral en cuanto al suicidio. Todavía no queremos que se Vayan personas valiosas, porque creemos que no tienen el derecho de desperdiciar sus talentos, de privarnos de lo que pueden dar. Y así una de las funciones de la Oficina de Realización es llevar a los viejos inútiles hacia la salida de una manera civilizada y benévola, pero otra función nuestra es evitar que los viejos útiles se Vayan demasiado pronto. Por lo tanto...
—Entiendo —Staunt dijo suavemente—. Estoy de acuerdo con la filosofía. Sólo niego que yo sea útil ya.
—Eso es discutible.
—¿Podría ser, Martín, que dejaras factores personales intervenir en tu juicio?
—¿Qué quieres decir? ¿Que no te dejaría Ir porque aprecio tanto tu amistad?
—Quiero decir que he prometido poner música a tus poemas.
Bollinger se puso levemente rojo.