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– ¿Qué es esto?

– Estaba en poder de un conocido gánster ruso que murió en un accidente de autopista ayer por la mañana -dijo Falcón-. A lo mejor lo conocía usted también: Vasili Lukyanov.

– ¿Y esto qué tiene que ver conmigo? -preguntó Marisa, mientras el nombre retumbaba en su mente con la fuerza de un aturdidor de matarife-. Si mi hermana, a la que hace seis o siete años que no veo, ha decidido dedicarse a la prostitución…

– ¿Que ha decidido dedicarse a la prostitución? -dijo Ferrera, incapaz de contenerse-. De las cuatrocientas mil prostitutas que ejercen en España, apenas el cinco por ciento ha elegido su profesión. Y no creo que ninguna de ellas trabaje para la mafia rusa.

– Mire, Marisa, no hemos venido a humillarla -dijo Falcón-. Sabemos que está coaccionada. Y sabemos quién la coacciona. Hemos venido para aliviar su situación. Para sacarla de ahí, y también a su hermana.

– No sé muy bien a qué situación se refiere -dijo Marisa, todavía poco preparada para afrontar ese giro de los acontecimientos, con la esperanza de que el desarrollo del diálogo le permitiera sopesar mejor las cosas.

– ¿Cuál era el trato? ¿Dijeron que dejarían libre a Margarita si usted iniciaba una relación con Esteban? -preguntó Falcón-. Si usted les proporcionaba información, les decía que él pegaba a su mujer, les daba una llave de su casa…

– No sé de qué me habla -dijo Marisa-. Esteban y yo somos amantes. Voy a verle todas las semanas a la cárcel, o al menos eso hacía, hasta que ustedes interrumpieron mis visitas.

– Así que todavía no han soltado a Margarita -dijo Ferrera-. ¿Es correcto?

– ¿Que si es correcto qué? -dijo Marisa, mirando a Ferrera, percibiendo que ésta podía desatar parte de su fiereza-. ¿Qué…?

– Que usted tiene que mantener el servicio posventa -dijo Falcón-. ¿Pero durante cuánto tiempo, Marisa? ¿Cuánto tiempo cree que la mantendrán ahí colgada? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Para siempre, quizá?

Mientras decía esto, se preguntó si era el hombre adecuado para este trabajo. A lo mejor tenía una excesiva implicación personal. La responsabilidad de esta mujer en la muerte de Inés le hacía ser quizá demasiado cruel, lo cual la dejaba en una situación sin salida. Pero tenía que hacerle ver todo el peso de su conocimiento, conseguir que afrontase la gravedad de las circunstancias, antes de demostrarle que él era la opción más suave. Esto, pensó, no se conseguiría en una sola visita.

– Esteban y yo estamos muy unidos -dijo Marisa, lanzando otra tanda de mentiras-. Aunque no lo parezca desde fuera. Usted se debe de pensar que lo he utilizado de alguna manera. Que de alguna manera él era mi billete para una vida mejor. Pero no es así…

– Esto ya lo he oído antes, Marisa -dijo Falcón-. Quizá debería dejar que viera a Esteban otra vez.

– ¿Ahora que usted ha envenenado la mente de Esteban contra mí, inspector jefe? -dijo Marisa, mientras se ponía en pie y entraba al ataque con la colilla-. Ahora que usted le ha dicho que tiene posibilidades de no pasarse veinte años en la cárcel porque usted calcula que puede echarle la culpa a un culo negro que se follaba. ¿Es eso, inspector jefe?

– Yo no soy quien la ha puesto a usted en esta situación.

– ¿Qué situación ni qué cojones? -dijo Marisa a gritos-. No sé a qué porras se refiere.

– Su posición entre los gánsteres que tienen retenida a su hermana y la policía que investiga el atentado de Sevilla -dijo Falcón sin perder la calma.

– No falta mucho para que averigüemos dónde tienen a Margarita -dijo Ferrera, comentario que atrajo de inmediato la atención de Marisa.

– El hombre de la foto -dijo Falcón-. Hablará. Y si usted habla con nosotros, no ocurrirá nada hasta que Margarita esté a salvo.

Marisa miró la foto impresa. Aún no estaba preparada. Necesitaba más tiempo para poner orden en su mente, pues no estaba segura de quién o qué iba a ser más peligroso para su hermana. Ferrera y Falcón se miraron. Ferrera le dio una tarjeta con su número fijo y móvil. Se dirigieron a la puerta.

– Hable con nosotros, Marisa -dijo Ferrera-. Yo lo haría, si fuera usted.

– ¿Por qué? ¿Por qué lo haría? -dijo Marisa.

– Porque usted no se dedica al negocio de matar mujeres indefensas, poner bombas, sobornar a las autoridades locales o forzar a las chicas a ejercer la prostitución -dijo Falcón.

Bajaron las escaleras desde el taller y se toparon con el calor achicharrante del patio. Permanecieron un instante en el frescor del túnel que conducía a la calle Bustos Tavera.

– Hemos estado cerca -dijo Ferrera, presionando el pulgar contra el índice.

– No lo sé -dijo Falcón-. El miedo tiene efectos extraños en la gente. Los acerca al borde del único paso lógico, pero luego se vuelven hacia la oscuridad de la noche porque alguna amenaza parece más cercana y más fea.

– Sólo necesita tiempo -dijo Ferrera.

– El problema es el tiempo, porque está sola -dijo Falcón-. En esas circunstancias, la persona que te va a matar parece más poderosa que la que te tiende una mano de ayuda. Por eso quiero que entables una relación con ella. Quiero que consigas que sienta que no se enfrenta a esto sola.

– Entonces vamos a buscar a Margarita -dijo Ferrera-. Si conseguimos ponerla a salvo, Marisa cederá.113

* * *

Al volver a la jefatura, el inspector José Luis Ramírez observaba a Vicente Cortés y Martín Díaz con los brazos cruzados, los bíceps marcados bajo el polo rojo. Tenía la frente arrugada de furia. El color caoba de su piel y el pelo oscuro, peinado hacia atrás, le conferían un aspecto aún más intimidatorio. Estaban revisando las secuencias de los discos encontrados en el maletín de Vasili Lukyanov. La imagen de las chicas jóvenes mancilladas siempre hacía sentir incómodo a Ramírez. Ni siquiera le gustaba ver a su propia hija adolescente de la mano de su novio, a pesar de que su mujer le aseguraba que todavía era inocente.

Cortés y Díaz habían encontrado un mejor ángulo de la cara del hombre que se acostaba con Margarita. Habían aislado sus facciones en la secuencia, para ampliarlas y enviarlas a todas las comisarías de Andalucía, la Guardia Civil y el CICO de Madrid.

– ¿Por qué sólo a Andalucía?

– Los sesenta y un hombres y mujeres que ya hemos identificado son todos de ciudades costeras situadas entre Algeciras y Almería.

– A lo mejor no lográis identificar a estos tres hombres precisamente porque son de fuera -dijo Falcón-. Creo que al menos deberíais enviar estas fotos a Madrid y Barcelona y encargarle a alguien que se las muestre a las Cámaras de Comercio. Esto es una oportunidad. Si logramos localizar a la chica y ponerla a salvo, tenemos la oportunidad de conseguir que Marisa Moreno hable. Y posiblemente ella es la única persona viva que está relacionada con alguien que participó en el atentado de Sevilla.

Sonó el teléfono de su despacho, la línea cifrada del CNI. Falcón pidió a Ramírez que le enviase por correo electrónico la foto ampliada del varón no identificado.

– Hablé con el MI5 sobre Yacub -dijo Pablo-. Por supuesto, sabían que viajaba en ese vuelo, pero le han perdido la pista.

– ¿Le han perdido la pista? ¿Qué quieres decir?

– Lo siguieron. Cogió el metro hacia Londres. Le perdieron la pista en Russell Square.

– Así que Yacub se dio cuenta de que le seguían y se zafó, lo que significa que ya sabe, o puede suponer, que yo he hablado.

– No necesariamente. No es la primera vez que los británicos se interesan por Yacub. Lo que significa es que Yacub no quería que supieran lo que hacía -dijo Pablo-. Ahora hemos visto que su nombre aparece en un manifiesto de un vuelo de Londres a Málaga para mañana por la noche.

– ¿Qué significa esto?

– Puede significar que tenemos un agente traidor en nuestras manos. Por otro lado, puede significar simplemente que tiene que comportarse de una determinada manera por las presiones del GICM -dijo Pablo-. Lo que tenemos que hacer ahora es averiguar qué intereses está protegiendo.