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Al fin efectuó la llamada a la habitación de Yacub. A Falcón, que ya había dado dos veces su nombre, le pidió que lo repitiera como si fuera un proveedor de aves de caza que debía entrar por la puerta trasera. Se hizo un largo silencio mientras el recepcionista escuchaba. Entonces Falcón conoció, en toda su plenitud, la cortesía hotelera británica.

Yacub lo abrazó en el pasillo delante de su habitación. Se llevó un dedo a los labios, le indicó por señas que entrara y cerró la puerta. Por el estado de la habitación, era evidente que Abdulá estaba alojado ahí también, aunque no estaba presente en ese momento. Todavía con el dedo en los labios, indicó a Falcón que se desvistiese. Entró en el baño, extendió una toalla y la estiró sobre la cama. Falcón se quedó en calzoncillos. Yacub le indicó que también debía quitárselos.

Entraron en el baño. Yacub no encendió la luz. Abrió los grifos, cerró la puerta. Registró minuciosamente los oídos y la cabeza de Falcón y luego le indicó que se duchase y se lavase el pelo. Fue a buscar una cajetilla de cigarrillos a la habitación y se sentó en el bidé mientras Falcón se secaba.

– Todas las medidas de seguridad son pocas últimamente -dijo Yacub-. Tienen dispositivos del tamaño de una uña.

– Me alegra saber que todavía confías en mí.

– No te imaginas el cuidado que tengo que tener.

– Ya no sé lo que está pasando, Yacub. Estoy nadando felizmente en aguas bajas y, de repente, me veo fuera de la plataforma continental. No sé quién está conmigo o contra mí.

– Hablemos primero de la confianza -dijo Yacub, con semblante imperturbable-. Hablaste con Pablo.

– Tú me dijiste que Abdulá estaba en un campo de entrenamiento en Marruecos.

– Hablaste con Pablo -dijo Yacub, señalando con un dedo acusador el pecho desnudo de Falcón-. Por eso no tocas fondo. Hemos perdido el control de la situación. Ahora son ellos quienes la controlan. El CNI, el MI5 y el MI6… y probablemente la CIA también. Si no hubieras hablado con Pablo, todo habría quedado entre nosotros.

– No tengo experiencia en este juego como para dejar que suceda algo como el reclutamiento de Abdulá sin pedir consejo a Pablo -dijo Falcón-. Cuando me reuní contigo en Madrid sabía que, en el mejor de los casos, no me estabas contando toda la verdad. Pensé que era una vulneración de la confianza. Así que hablé con Pablo y él me confirmó que me habías mentido, Yacub.

– Se trata de mi hijo -dijo Yacub, encendiendo un cigarro-. Es algo que nunca entenderás.

– Si me diste información, no fue para que pudiéramos controlar la situación, sino para que pudieras controlarla tú -dijo Falcón-. Yo siempre estaré en la sombra, porque la sangre es más densa que el agua. Me lo dijiste desde el principio.

– Mi única motivación es protegerle.

– Bueno, pues ya está protegido, ¿no? -dijo Falcón, apoyándose en la cisterna-. Tú sabías que probablemente me informarían de que te habías reunido con Abdulá en Londres y, por tanto, sabías que acabaría enterándome de que me habías mentido en Madrid. Hablé con Pablo y lo averigüé antes de tiempo, eso es todo. Lo que tenemos que hacer ahora es restablecer la confianza. Puedo entender que estuvieras nervioso en Madrid. Puedo entender tu cautela y tu paranoia.

– ¿En serio? -replicó Yacub con sorna-. Antes de meterme en esto, pensaba que podía imaginármelo, pero no tenía ni idea de que sería así. Y tú has llegado a comprenderlo sin siquiera experimentarlo. Impresionante, Javier.

– Por fin estamos hablando con sinceridad -dijo Falcón-. Me alegro. Por fin estoy con el Yacub de siempre.

– El Yacub de siempre desapareció hace tiempo -repuso Yacub, y siguió fumando.

– No lo creo-dijo Falcón-. Pero tengo que darle al CNI algunas respuestas ya. Sabías que esto acabaría pasando. No puedes zafarte cinco veces del MI5 en los últimos tres meses sin esperar que te hagan preguntas. No me digas que han reclutado a tu hijo en el GICM sin aportar ninguna idea de su implicación. Los servicios secretos te están observando y se preguntan: ¿quién es Yacub Diuri? ¿Cuál es su relación con el empresario turco de Denizli con el que se reunió en la feria de Berlín? ¿Ha entablado contacto con una célula activa del GICM en Londres, de la que han tenido noticia a través de los franceses? ¿Quién es el desconocido que vive en su casa de Rabat? Y ninguna de estas preguntas ha surgido porque yo haya hablado con Pablo. Han surgido porque te has estado comportando como un… disidente.

– Es una descripción perfecta de mi situación -dijo Yacub-. Estoy en una pecera. Todo el mundo me mira. No tengo ningún lugar adonde ir, ningún lugar donde esconderme. Soy tan sospechoso para mis «amigos» del CNI como para mis «enemigos» del GICM. ¿Te sorprende que haya empezado a actuar solo, que no sea tan transparente como quisieras?

– Puede que estés en una pecera, pero aun así has logrado esconderte -dijo Falcón-. Y yo tengo que explicar cómo es posible que los profesionales del MI5 hayan perdido de vista a un agente mío, «falto de experiencia», en cinco ocasiones durante los últimos tres meses dentro de su propio territorio. La primera vez sólo un mes después de tu reclutamiento. Saben que estabas bien formado. Y yo sé que no te formó el CNI. Así que ¿quién te formó? Si quieres que ayudemos a Abdulá, tenemos que confiar en esta gente. Es el ala militar del GICM la que va a organizar una misión en la que podría morir tu hijo, no el MI5 ni el CNI.

Corría el agua por los grifos abiertos. Yacub apoyó la cabeza en la pared. Contempló el cielo a través de una ventana alta durante unos instantes, mientras fumaba.

– Mírame -dijo-. Mira en qué me he convertido.

– ¿Qué quieres que diga, Yacub? -dijo Falcón-. ¿Que lo siento? Siento que nos hayamos metido en esto sin saber…

– Nadie lo sabe -dijo Yacub con agresividad-. ¿Crees que los reclutadores profesionales les cuentan a sus «víctimas» cómo es la cosa? ¿Cuántos nuevos agentes crees que se habrían metido en esto si les hubieran dicho lo que pasaría…? Que los diseccionarían, los mantendrían con vida de forma magistral mientras todas sus estructuras se desmantelasen a su alrededor, hasta que lo único que quedase es una mente por la que corriese la sangre; ver cosas, oír cosas, recordar cosas, fotografiar cosas, informar sobre cosas.

– Quiero ayudarte, Yacub, pero no puedo si no sé nada, si lo que me cuentas sólo es una verdad parcial.

– Y si te lo cuento, ¿a quién se lo dirás? ¿A quién se lo dirán ellos? No se sabe dónde acabará. Nos convertiremos en piezas de ajedrez en una partida tridimensional donde los jugadores son incapaces de calcular las ramificaciones de cada movimiento hasta que ya es tarde.

– No es sólo simbólico que yo esté aquí sentado desnudo en tu baño -dijo Falcón-. Querían instalarme micrófonos ocultos. Les dije que no me resultaría posible hablar si tú sabías que nos escuchaban. Con tus precauciones, sabemos que ya no es así. Esto queda entre tú y yo. Y yo sé que vuelvo a estar contigo. Esto es distinto de lo que ocurrió en Madrid. Así que venga, vamos a hablar. Sácalo a la luz para que podamos decidir quién debe saber qué.

Yacub miró a Falcón desde el extremo del baño. La tenue luz procedente del gris del exterior confería un tono plomizo a un lado de su cabeza. Sus ojos se movieron y destellaron en la oscuridad. Esas centellas de luz se clavaban como agujas en la mente de Falcón. «¿Eres trigo limpio?», se preguntaban.

– El motivo por el que el GICM me aceptó tan rápidamente cuando me pasé a su lado de la mezquita era que ya llevaban nueve meses deseando reclutarme -explicó Yacub pausadamente-. A pesar de mis antecedentes familiares y mis relaciones con varios «movimientos» en el pasado, no habían hecho acercamiento alguno, porque no había nada en mi conducta que les indicase que tenía su misma mentalidad. Como ya te comenté, les intranquilizaba esa mitad mía que no era marroquí, y así sigue siendo. Pero el motivo por el que me captaron y me hicieron ascender tan rápidamente, amañando las cosas para que me reuniera, por ejemplo, con el alto mando militar a los pocos días de entrar, era que llevaban mucho tiempo vigilándome. Yo tenía algo que ellos querían.