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– No me jodas, y ahora nos viene con la chorrada del chivo expiatorio -dijo Rodney.

– ¿Por qué cree que no le ayudaríamos? -preguntó Hamilton.

– Yacub rechazó los acercamientos del MI6 y de la CIA -dijo Falcón-, porque tenía motivos para pensar que en breve lo considerarían prescindible.

– Quitémonoslo de en medio -dijo Rodney, harto ya de todo-. Así ya no tendremos que preocuparnos más por él.

Falcón estaba esperando este momento. Necesitaba crear una pequeña escena, y Rodney le acababa de dar la oportunidad. Dio tres pasos por la sala, levantó a Rodney de la silla y lo estampó contra la puerta.

– Estás hablando de mi amigo -dijo Falcón, apretando los dientes-. Mi amigo, que ha aportado información vital con considerable riesgo para él, que impidió un atentado contra un edificio señero del centro de la City de Londres, que albergaba a miles de personas. Si quieres que te siga proporcionando más información como ésa, tendrás que ser paciente con él. Yacub, a diferencia de ti, no se dedica a poner en peligro la vida de la gente.

– De acuerdo -dijo Hamilton, agarrando el bíceps tenso de Falcón-. Vamos a tranquilizarnos.

– Entonces aparta de mi vista a este imbécil pendenciero-dijo Falcón.

Rodney sonrió y Falcón se percató de que el tío había estado interpretando un papel todo el tiempo, metiéndose en su piel, intentando provocarle.

Falcón, todavía iracundo, dejó que lo condujesen de nuevo a su silla.

– Sólo danos algo para continuar, Javier -dijo Hamilton-, es lo único que te pedimos.

– De acuerdo -dijo Falcón, a quien Yacub había preparado para este regalito-. Varios servicios secretos, incluido el CNI, estaban preocupados por la aparición de un desconocido en casa de Yacub.

– ¿En Rabat?

– Es ahí donde vive, Rodney.

– ¿Y eso qué cojones tiene que ver con nosotros?

– En ese caso, seguramente no tenemos nada más de que hablar -dijo Falcón, fríamente, preparándose para marchar.

– No le hagas caso -dijo Hamilton-. Háblanos del desconocido.

– Es amigo de la familia. Se llama Mustafá Barakat. Es el propietario de numerosas tiendas turísticas en Fez, que es donde nació en 1959 y donde ha vivido toda su vida.

– ¿Y qué hace en casa de Yacub?

– Está como invitado. No es la primera vez, aunque sí es probablemente la primera desde que los servicios secretos marroquíes y extranjeros se interesan por la vida de Yacub.

– Lo investigaremos -dijo Rodney, como si fuera una amenaza.

* * *

– Va a hablar ahora con vosotros -dijo Ramírez, dirigiéndose a los dos agentes del Grupo de Menores, el GRUME, que estaban de pie en el pasillo delante del despacho del director.

– ¿Qué problema tiene? -preguntó el más joven.

– La policía ya la ha investigado antes -dijo Ramírez-. Por eso la conocemos. Sospechábamos, o mejor dicho yo sospechaba, que había asesinado a su marido, Raúl Jiménez.

– ¿Y Falcón no? -preguntó el inspector jefe Tirado, el agente de mayor edad del GRUME-. ¿Por eso sólo quiere hablar con él?

– Mantienen una relación muy estrecha -dijo Ramírez, y cortó con la mano esa línea de investigación.

– No mató a su marido, ¿verdad? -preguntó nervioso el agente más joven.

– No os desviéis del puto tema -dijo Ramírez, eludiendo su pregunta-. Centraos en el hijo que ha desaparecido, no intentéis ensanchar las cosas demasiado rápido. Concentraos en los hechos inmediatos y luego remontaos hacia atrás… despacio.

– Pero no es así como trabajamos normalmente -dijo el agente más joven.

– Lo sé. Por eso os lo digo -dijo Ramírez-. Si empezáis a ahondar en su vida privada, sus socios de trabajo, su álbum de familia antes de ganaros por completo su confianza, se cerrará en banda hasta que llegue Falcón.

– ¿Y eso cuándo será?

– No lo sé. Hacia las diez o las once de la noche.

– Me dicen que perdió de vista al chaval cuando éste entró en la tienda del Sevilla -dijo Tirado-. Ya sabes que allí no tienen circuito cerrado de televisión. Nos va a ser difícil saber si se perdió o si lo secuestraron. ¿Tienes alguna corazonada de lo que puede haber pasado, José Luis?

– Dudo que el chaval se haya perdido -dijo Ramírez-. Como descubriréis, es una mujer complicada.

– Yo ni siquiera las entiendo cuando son simplonas -dijo el agente más joven, mirando por el pasillo.

Ramírez hizo una breve apelación mental a la Virgen Santa.

– Limitaos a los hechos. Después podéis ir ampliando el campo lentamente -explicó, repitiendo el mantra-. De todos modos, tenemos que esperar a Falcón.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que Falcón está metido en varios fregados al mismo tiempo, y algunos tienen bastante mierda.

Abrieron la puerta. Se oyó la voz de Consuelo en el pasillo.

– ¿Cómo dicen, que no tienen circuito cerrado de televisión? -preguntó-. ¿Por qué no tienen circuito cerrado de televisión? Según tengo entendido, en Inglaterra hay cámaras por todas partes… hasta en las rotondas perdidas en medio de la nada.

– Esto no es Inglaterra -dijo el director, compadeciéndose de ella, pero también esforzándose por calmar su propia irritación, pues se veía obligado a repetirse, dado que Consuelo no retenía gran cosa en su mente.

– Pero tiene que haber algo.

– Buenas tardes, señora Jiménez, soy el inspector jefe Tirado -dijo el agente superior del GRUME al entrar en el despacho-. Somos del Grupo de Menores. Desde luego que podemos hacer muchas cosas. Vamos a inspeccionar todas las grabaciones de todas las cámaras de la plaza Nervión, y eso incluye el circuito cerrado de televisión interno de las tiendas. Como sabe, también hay cámaras en el área central, y es posible que tengamos ángulo suficiente en algunas de ellas para incluir el estadio y la tienda del Sevilla. Ya hay agentes entrevistando a la gente en el interior y en los alrededores de la tienda y el estadio. Espero que averigüemos muy pronto lo que ha ocurrido con su hijo Darío.

Consuelo se levantó y le dio la mano al hombre.

* * *

A las 18.00 Falcón iba camino de Heathrow. Douglas Hamilton le había dicho que procurarían que cogiera el vuelo, pero Falcón no estaba seguro de caerle lo suficientemente bien como para que cumpliera su palabra. A pesar de la agresividad de los dos hombres, Falcón estaba relajado. Yacub le había dicho la verdad. Se habían puesto al día y no le importaba tener que cerrar el paso a algunos con tal de defenderle. Seguía habiendo momentos de pánico cuando pensaba en la implacabilidad del GICM, pero le tranquilizaba la existencia de un importante destacamento de seguridad saudí con Faisal.

Encendió el móvil sin pensar. Empezaron a saltar mensajes y avisos de llamadas perdidas. Entró en la bandeja de entrada. Doce mensajes de Consuelo. Se apoyó en el respaldo del asiento. El Jaguar bordeaba el lado elevado de Great West Road y pasaba por delante de un espacio de edificios de oficinas vacías. Dejó que el cansancio se filtrase en su cuello y en la espalda mientras saboreaba el peso de los mensajes sin leer. Se sonrió, pensando: Javier Falcón, el romántico. Nunca se lo habría creído. Se encogió de hombros y abrió el primer mensaje.

– Darío desaparecido. Ayuda.

Entró en los doce mensajes con la esperanza de que fuera sólo el primer texto de alarma y que al llegar al número doce hubiera recibido una nota de «Darío encontrado. Hasta esta noche». Pero en su lugar ordenó la cadena de acontecimientos y el último mensaje decía: «¿dónde estás? te necesito aquí». Era de las 17.08. Sintió un frío terrible en las entrañas, mientras los pensamientos más feos se removían en el fondo de su mente.

* * *

Ramírez seguía en el pasillo delante del despacho del director, esperando noticias, cuando recibió la llamada de Falcón. Lo puso al corriente, le contó que Consuelo estaba con los agentes del GRUME.