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– No llegaré hasta las diez y media de la noche como muy pronto -dijo Falcón-. Déjame que hable con ella… en privado.

– Espera un segundo, Javier.

Mientras escuchaba la extensa conversación ahogada al otro lado de la línea, Falcón intentó pensar en cosas reconfortantes para decírselas a Consuelo, pero sabía que no había palabras de aliento que surtieran efecto en tales situaciones.

– Cristina ha encontrado a una pareja que vive en un edificio de pisos de la avenida de Eduardo Dato. Tienen unas vistas perfectas del estadio y de la tienda -dijo Ramírez-. Vieron a dos hombres vestidos con americanas negras, vaqueros negros y gorras de béisbol con un niño pequeño entre ellos, que llevaba una bufanda del Sevilla Fútbol Club, pero parecía que intentaba zafarse y no estaba contento. Uno de los adultos llevaba una caja. Cuando llegaron a un coche aparcado delante del edificio de la pareja, uno de los adultos se metió en la parte de atrás con el niño. El que llevaba la caja la tiró al suelo, entró en el asiento del conductor y arrancó el coche. Lograron ver que era un Fiat Punto rojo con una matrícula antigua de Sevilla. Cristina ha recuperado la caja, que contenía unas botas de fútbol recién compradas en la tienda Décimas.

– Dale la noticia y las botas de fútbol a Consuelo y los agentes del GRUME -dijo Falcón-, y pásame con Cristina.

Ferrera se puso al teléfono.

– ¿Has ido a ver a Marisa? -preguntó Falcón.

– Sí, esta mañana, justo después de que te marchases.

– Cada vez que he ido a ver a Marisa, he recibido después una llamada amenazadora.

– Y crees que han llevado la amenaza un paso más allá.

– Sé que sí -dijo Falcón-. Fui a ver a Marisa ayer por la noche y recibí una llamada justo antes de reunirme con Consuelo para cenar, hacia las doce y diez. La voz me dijo que iba a ocurrir algo y que cuando sucediera yo sabría que era culpa mía y lo reconocería. Esta gente me conoce. Conocen mis vulnerabilidades. Los mismos que coaccionan a Marisa han secuestrado a Darío. Es el siguiente paso lógico.

Falcón hablaba con ella con su típico estilo comedido, pero por primera vez en los cuatro años que llevaba trabajando con él, ella captaba cierto temblor en su voz, lo que le indicaba que tenía miedo. Sabía que Falcón estaba muy unido al chico. Siempre le estaba haciendo preguntas sobre cómo era su hijo a los ocho años; qué cosas le interesaban, qué le gustaba hacer. Su jefe estaba aprendiendo a ser padre, y ahora acababan de hacerle daño donde más le dolía.

– Iré a ver a Marisa otra vez -dijo Ferrera.

– ¿Qué tal la encontraste la última vez?

– Estaba nerviosa. Había bebido mucho ron. Empezaba a abrirse y a contarme cosas cuando recibió una llamada. Entonces se derrumbó y se deshizo de mí en cuanto pudo.

– Vete a verla ahora, Cristina -dijo-. Lo antes posible. Vuelve a presionarla. Dile que han secuestrado a un niño. Juega con sus emociones. Consigue que… sufra. Haz lo que tengas que hacer.

– Lo haré. No te preocupes -dijo-. ¿Y los agentes del GRUME? Técnicamente, la investigación es suya. Nosotros sólo estamos implicados porque Consuelo llamó a Ramírez cuando intentaba localizarte.

– Nosotros ya hemos iniciado una línea de investigación con Marisa Moreno. Es sospechosa de conspiración en un caso de asesinato. El GRUME obviamente tendrá que estar informado de lo que hagamos, pero vas a perder un tiempo muy valioso si los tienes que poner al corriente ahora. Así que vete a ver a Marisa y yo explicaré tu posición al GRUME. Ahora pásame con Consuelo mientras Ramírez habla con el GRUME sobre lo que averiguamos gracias a la pareja de la avenida de Eduardo Dato -dijo Falcón-. Has hecho muy buen trabajo en muy poco tiempo, Cristina.

Ferrera llamó a Consuelo para que saliese al pasillo vacío y le pasó el teléfono.

– ¿Dónde estás? -dijo Consuelo, pegándose el teléfono a la mejilla.

– No te lo puedo decir. No es un asunto policial y no puedo comentarlo con nadie. Lo único que te puedo decir es que tengo que regresar en avión y que voy camino del aeropuerto. Estaré contigo antes de las doce de la noche.

– Cristina ha encontrado a unos testigos que vieron a dos personas llevándose a Darío. He visto las botas de fútbol. Son las que acababa de comprarle -dijo ella, con la emoción constriñéndole la garganta, expulsando las palabras con dificultad-. Se llevaban a Darío, Javier.

Consuelo no estaba preparada para esto. Ahora que estaba hablando con él, perdió todas las capacidades que la convertían en una persona tan formidable para gestionar los negocios, para llevar una vida tan complicada, y hacían que la gente se fascinase en presencia de su personalidad. Se sentía en el mismo estado en que se encontraba cuando llegó a la consulta de Alicia Aguado; la niñita perdida, la adolescente atormentada, la adulta fracasada, la mujer madura al borde de la locura.

Falcón, después de esa pequeña conversación logística, hizo un alto inesperado ante su insoportable sentido de culpa. Emergió en su pecho toda la negrura y frialdad del horror que sintió al leer sus mensajes. Consuelo recurría a él en busca de ayuda, alivio, soluciones. Y lo único que él podía pensar era en la causa de su terrible apuro. Percibía la desesperación de Consuelo, su necesidad de derretirse en él, pero, habiendo deseado eso más que nada en el mundo esa misma mañana, ahora se daba cuenta de que era insoluble para la sustancia de Consuelo.

– Esto es lo que tienes que hacer -dijo Falcón, que sólo podía recurrir al profesional que había en él-. Tiene que haber secuencias grabadas por la televisión de circuito cerrado donde aparezcan las dos personas…

– El circuito cerrado de la plaza Nervión no llega tan lejos.

– Esas dos personas habrán tenido que entrar en el centro comercial para encontrarte. Te habrán mirado algún tiempo antes de encontrar la oportunidad. Tienes que revisar todas las secuencias disponibles y encontrarlos. Luego, cuando los encuentres, tienes que pensar dónde los has visto antes, porque, Consuelo, esas dos personas han estado en algún lugar de tu vida. Puede que hayan estado en la periferia de tu existencia, pero han estado ahí. Nadie puede hacer lo que acaban de hacer ellos sin planificación, sin haberte observado a ti y a Darío durante un tiempo.

– Pero a lo mejor es otra gente la que hizo eso y estos tíos sólo se encargaron… del secuestro.

– Es posible, pero en algún momento esas personas habrán tenido que ver a su objetivo. Quizá deberías hablar con alguien del colegio, ir con el inspector jefe Tirado y hablar con los profesores y los demás niños, no sólo con los de su clase.

– Te necesito aquí, Javier -dijo.

– Llegaré pronto, pero éste es el momento más importante. Recuérdalo: Las primeras horas son críticas. Tienes que clarificarte la mente y concentrarte sólo en lo que pueda ayudarnos a encontrar a Darío.

Consuelo suspiró profundamente.

– Tienes razón -dijo.

– Cuando veas a esas dos personas en el vídeo del circuito cerrado, y te aseguro que tienen que estar ahí, no llevarán las gorras de béisbol, o puede que lleven americanas reversibles, pero seguro que están, Consuelo. Tienes que verlos.

– Los he visto -dijo.

– ¿Qué quieres decir?

– Ahora lo recuerdo. Eran dos hombres. Me miraron fijamente cuando estaba hablando por teléfono en Décimas, mientras esperaba para pagar las botas de fútbol. Me di cuenta de que me miraban.

– Piensa en ellos cuando veas el vídeo. Pídeles que reproduzcan primero la secuencia de la cámara que haya delante de Décimas y, cuando veas a los dos hombres, fíjate en todo. Cómo caminan, su tamaño, altura, ropa, manos y pies, joyas, cualquier cosa que te dé una pista, e intenta recordar dónde los viste antes. Es todo lo que puedes hacer, Consuelo, piensa en eso, responde a las preguntas del inspector jefe Tirado y nada más. Vuelvo esta noche. Lo encontraremos.