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Consuelo estaba sentada en bragas y camiseta, con el pelo mojado, la cara iluminada por la pantalla del ordenador. Había sido estúpida e impetuosa; ahora tenía que tomarse las cosas con más calma, sopesar el siguiente paso más despacio que el primero. Había transcrito el diálogo de la llamada, lo mejor que lo recordaba, en el ordenador. Lo leyó, hizo ajustes cada vez que en su memoria se encendía otra frase medio olvidada.

El trabajo tenía un efecto apaciguador sobre la histeria. Después de la ducha, se vistió con la idea de que iba a llamar a Javier, iría a verle y le contaría las novedades. Pero cuando se disponía a coger el teléfono, se dio cuenta de que eso era lo que se esperaba de ella. Se desnudó, por si le daba de nuevo el ataque impetuoso, y se sentó para empezar a pensar en serio.

Empezó por responder la pregunta del secuestrador: ¿por qué le habían quitado a Darío? Porque no les gustaba la intrusión de las investigaciones de Javier. Al secuestrar a Darío, sabían que ella recurriría directamente a la posición y experiencia de Javier en las investigaciones criminales. Tal vez esperaban que Javier no le contase el motivo que había detrás del secuestro de Darío y se implicase directamente en la búsqueda del niño. Esto distraería la atención de Javier de sus investigaciones, que tanto les afectaban. Pero Javier prefirió que el Grupo de Menores participase también en la investigación del secuestro, lo que significaba que el recurso de la presión indirecta por parte de los rusos no había tenido el efecto deseado. Ahora la estaban utilizando como agente para involucrar a Javier en el aprieto de Darío. Querían que utilizase su considerable influencia sobre Javier, que se sentía profundamente culpable, para inducirle a corromperse robando el dinero y los discos de la Jefatura. La estricta condición de que no participasen otras instancias o recursos, pues en caso contrario lo pagaría Darío, podía significar que tenían informantes en la Jefatura. Si a Javier lo sorprendían robando pruebas, sería inmediatamente suspendido de su cargo y ése sería un buen resultado para los rusos.

Ésta fue la primera cadena lógica de pensamiento que logró desarrollar desde que raptaron a Darío. Le dio fuerzas, sintió que su cerebro se centraba en el problema.

Hasta ahora he hecho exactamente lo que esperabais de mí, pensó. Me habéis hecho sudar cuarenta y ocho horas hasta que estaba tan desesperada que era capaz de hacer cualquier cosa que me pidierais. Ahora me toca a mí mostraros qué clase de adversario habéis elegido.

* * *

Los comisarios Lobo y Elvira, los jefes de Falcón. La extraña pareja. La Bestia y el Contable. El primero, con sus labios finos y oscuros en una tez de comino, parecía tan irritado como si tuviera arena entre los dientes, mientras que el otro se dedicaba a poner más orden en una mesa ya bien organizada.

– ¿En qué casos estás trabajando en este momento, Javier? -preguntó Elvira suavemente, mientras Lobo le clavaba la mirada, inclinándose ligeramente hacia delante, como si bastase la más leve provocación para violentarlo.

– El asesinato de Marisa Moreno es mi preocupación fundamental, porque creo que guarda relación con los dos crímenes de Las Tres Mil.

– Te han visto recientemente en Madrid, donde hablaste con el inspector jefe Zorrita y le pediste permiso para «meter la cuchara» en el caso de Esteban Calderón -dijo Elvira-. Caso que, como sabes, se juzga aquí en Sevilla a finales de mes.

– ¿A qué viene todo eso, Javier? -preguntó Lobo, incapaz de contenerse más.

– Cortesía.

– ¿Cortesía? -dijo Lobo-. ¿Qué cojones tiene que ver la cortesía con todo esto?

– Le dije al inspector jefe Zorrita que iba a investigar a Marisa Moreno. Había leído el sumario y había escuchado el interrogatorio de Calderón, y encontré algunas anomalías que merecían atención. Informé a Zorrita, porque eso podría tener alguna repercusión en su caso, lo cual, como acabáis de…

– Y después del encuentro con Zorrita, ¿adónde fuiste? -preguntó Elvira-. El conductor del coche patrulla dijo que te «escondiste» en el asiento trasero.

– Tenía que ocuparme de ciertos asuntos del CNI que no estoy autorizado a comentar con vosotros.

– Estás, y has estado, sometido a mucha tensión -dijo Elvira, queriendo llevar las cosas a la conclusión que ya tenía pensada.

– Tenemos un acuerdo con el CNI sobre tu colaboración con ellos en comisión de servicios -dijo Lobo, que quería dirigir esta reunión sin Elvira.

– Primera noticia.

– El elemento esencial es que tu colaboración con ellos no debe ir en detrimento de tus deberes como inspector jefe del Grupo de Homicidios -dijo Elvira-. Si no, tenemos que decidir dónde debes concentrar mejor tus recursos, de manera que puedas ser liberado de parte de la presión.

– El CNI ha indagado qué grado de estrés laboral tienes aquí -dijo Lobo.

– ¿En serio? ¿Quieres decir que Pablo ha hablado con vosotros?

– Alguien más elevado que Pablo -dijo Lobo.

– Como comisario tuyo -dijo Elvira-, tengo en mi poder tu historial laboral, donde está perfectamente documentado que sufriste una grave crisis nerviosa en abril de 2001 y no reanudaste la plena actividad hasta el verano de 2002.

– Lo cual fue hace cuatro años y creo que coincidiréis conmigo en que no sólo las circunstancias eran sumamente excepcionales, sino que me he recuperado plenamente hasta el punto de dirigir con éxito una de las investigaciones más complejas y difíciles de la historia de la Jefatura de Sevilla, la del atentado de Sevilla de hace tres meses -dijo Falcón-. Y debo añadir que, al mismo tiempo, hice algunas intervenciones muy delicadas para el CNI, lo que permitió evitar un importante atentado terrorista en Londres.

– También comprendemos que tu compañera, Consuelo Jiménez, ha sufrido el secuestro de su hijo menor hace dos días -dijo Elvira.

– Por cierto, podéis retirarme la escolta de mi casa en la calle Bailen. No necesito protección -dijo Falcón.

– Fue una medida temporal -precisó Elvira.

– No me digas, Javier, que todo esto no es bastante estrés, incluso para un hombre como tú -dijo Lobo-. Todos sabemos la promesa que le hiciste al pueblo de Sevilla por televisión en junio pasado y, aunque no conocemos los pormenores del trabajo del CNI, nos han estado preguntando por tu habilidad mental. A lo cual se añaden los tres crímenes que hay que investigar en tu departamento y el secuestro de Darío Jiménez…

– ¿Y si os digo que todo está relacionado? -dijo Falcón.

– ¿El trabajo de los servicios secretos también? -preguntó Elvira.

– Eso es una consecuencia inevitable de la situación que se produjo en junio -dijo Falcón-. Se está presionando con la máxima habilidad posible para conseguir que alguien haga algo que va en contra de su naturaleza. Yo soy el responsable de que esa persona esté en esa posición. No puedo abandonarle.

– ¿Pero qué tiene eso que ver con lo que está ocurriendo aquí en Sevilla? -preguntó Lobo.

– No lo sé con seguridad, al margen de que aquí existe la misma situación: se está presionando a toda clase de gente para que actúe -dijo Falcón-. Y en eso incluyo esta reunión.

Lobo y Elvira se miraron y luego miraron a Falcón.

– ¿Esta reunión? -dijo Lobo, con el nivel de amenaza de su voz cercano al rojo.

– Me estáis trasladando a mí las presiones que habéis recibido -dijo Falcón.

– Si lo que quieres decir es que el CNI se ha puesto en contacto con nosotros…

– No sólo el CNI.

– No entiendo por qué estás revisando el caso de Calderón -dijo Elvira, a quien la turbación estaba irritando sobremanera-. ¿Es a causa de tu ex mujer?

– Parece que no sólo el CNI está preocupado por tu estado mental -dijo Lobo, furibundo porque Elvira se apartase del guión-. Recibí una llamada del juez decano quejándose de que interrumpiste una conferencia de prensa en el Parlamento Andaluz, con el fin de interrogar a su hijo sobre cómo presentó exactamente a Marisa Moreno a Esteban Calderón. El juez Decano opina, y yo estoy de acuerdo, que fue un acoso innecesario.