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– Todavía tenemos el problema de encontrar a cualquiera de ellos -dijo Ramírez.

– Nikita Sokolov tiene mucho interés en encontrar al Pulmón. Éste es el único testigo creíble que podemos encontrar que esté dispuesto a identificarlo como el tirador que estaba en su piso -dijo Falcón-. Hablaré también con mi hermano Paco. Después del accidente que tuvo en el ruedo, siempre ha intentado ayudar a los toreros heridos.

La reunión se interrumpió cuando llamaron a Parrado para una consulta urgente de otro caso. Todo el mundo cogió el móvil y se fue a la ventana a hacer llamadas.

Falcón llamó a su hermano criador de toros y recitó las excusas de rigor por no haber ido a la granja en varios meses.

– Paco, tengo una pregunta para ti como especialista -dijo Falcón, yendo al grano-. ¿Te acuerdas de un novillero llamado el Pulmón?

– Roque Barba, quieres decir. El Pulmón es como lo llamaron después del accidente -dijo Paco-. Sí, me acuerdo de él. Recibió una cornada en el pecho. Cuando lo llevaron de vuelta a Sevilla después de la operación inicial, fui a verle. Le dije que si necesitaba ayuda me llamase. Fue hace tres años. Lo vi unas cuantas veces en los meses siguientes a que saliera del hospital. Intenté convencerle de que viniera a la granja a trabajar. Luego perdimos el contacto.

– Han pasado muchas cosas desde entonces, Paco, y no muy buenas -dijo Falcón-. Se hizo camello de heroína en Las Tres Mil.

– ¿Camello? Joder, qué chungo.

– El caso es que tenemos que encontrarlo.

– Parece que está metido en un buen lío.

– Está metido en un buen lío, pero no por nosotros -dijo Falcón-. Ha tenido que esconderse después de que un gánster ruso intentara matarlo.

– Acabo de ver algo en Canal Sur sobre un tiroteo en Las Tres Mil. Han muerto dos personas -dijo Paco.

– Pues eso fue. Y ahora tenemos que encontrarlo antes de que lo encuentre el gánster ruso.

– Pues no está aquí, si es eso lo que quieres saber.

– Quiero que uses tus contactos para averiguar si todavía tiene amigos de sus tiempos de novillero. Encontrará algún sitio donde le den de comer y beber -dijo Falcón-. Es lo único que te pido. No quiero que hables con él, Paco. Es importante. Sólo quiero algunas ideas sobre dónde podría estar, y yo haré el resto.

– No mató él a ninguna de esas personas del piso, ¿verdad?

– No -dijo Falcón-. Las mató el gánster.

– ¿Qué es lo peor que le puede pasar?

– Que el gánster lo encuentre primero.

– ¿Y por vuestra parte?

– Queremos protegerle para que declare contra el gánster. El peor cargo contra él será tenencia ilícita de armas.

– Veré lo que puedo hacer.

Falcón volvió a la mesa. Los demás acabaron de hacer sus respectivas llamadas. Parrado volvió a la sala. Se reanudó la reunión.

– ¿Tenemos algo más de que hablar? -preguntó Parrado.

– Acabo de enterarme de que el pelo y la secreción de semen de los monos de papel no coinciden con ninguna de las muestras de ADN ruso que tenemos en la base de datos del CICO -dijo Díaz.

– Ha sido más rápido de lo que pensabas -comentó Parrado.

– La base de datos es más pequeña de lo que yo pensaba -repuso Díaz.

– He hablado con el grupo de Delitos Sexuales de Málaga y me dicen que Nikita Sokolov era, sin duda, el compañero de Vasili Lukyanov en la agresión a la chica de la zona. Él le pegó una paliza y la sujetó en el suelo, pero insistió en no agredirla sexualmente -dijo Cortés-. La buena noticia es que tienen una muestra de ADN de Nikita Sokolov.

– Felipe del departamento forense ha confirmado que tendrá analizado el ADN de las muestras de sangre del desconocido del piso del Pulmón antes de las once de la noche -dijo Pérez.

– Bien. Coteja eso con los datos de Cortés -dijo Parrado-. Ahora sabemos en qué dirección vamos. Tenemos que encontrar a Nikita Sokolov y al Pulmón antes de que se encuentren ellos.

Capítulo 18

Santa María la Blanca, Sevilla. Lunes, 18 de septiembre de 2006, 20.15

Estaban en una terraza de la plaza, delante de la iglesia de Santa María la Blanca, que se había dorado con la luz de poniente. Tenían las americanas dobladas en el respaldo de las sillas, los botones superiores de la camisa desabrochados, el nudo de la corbata flojo. Les habían servido cervezas en vasos helados y ahora una chica descargaba platos de jamón, anchoas fritas, patatas bravas con salsa de tomate picante, pan y aceitunas. Hablaban de Nikita Sokolov, pero era una conversación vaga, dispersa, ligeramente cansina después del fin de semana de trabajo y un lunes muy largo.

– Bien, vamos a pensar en esto científicamente -dijo Ramírez-. ¿Cuánto creéis que mide Sokolov?

– Es bajo, metro sesenta y seis -dijo Cortés-. Cuanto más cerca estás del suelo, menos distancia tienes que recorrer con el peso a cuestas. Y probablemente pesa diez kilos más que en sus tiempos olímpicos. Yo diría que cerca de noventa kilos. Creo que una 38 es lo mínimo que necesitas para derribarlo.

– ¿Qué altura tiene la mesa del piso del Pulmón, Emilio?

– Setenta y cinco centímetros.

– Más dos centímetros del arma, son setenta y siete -dijo Ramírez-. ¿Dónde le habría dado una bala a un tío de un metro sesenta y seis desde esa altura?

– En la pierna o en la cadera, si eres normal -dijo Falcón-. Pero Carlos Puerta no dijo que Sokolov cojease cuando entró en el coche después del tiroteo.

– Puerta no es muy de fiar.

– Pudo haberle dado en una mano o en la muñeca -dijo Falcón.

– ¿Pero una herida en la mano o en la muñeca lo habrían derribado? -preguntó Cortés.

– Pudo haberse caído al suelo como acto reflejo por el susto del ruido -dijo Falcón-. Hacía calor, no hay aire acondicionado en el piso; el Pulmón debía de llevar una camisa, sin ningún lugar donde esconder el arma, así que la disparó desde debajo de la revista. Lo único que quería era distraer a todos los presentes en la sala y dar el siguiente paso. Sokolov se cayó al suelo como un acto evasivo.

– Pero le dieron -dijo Ramírez-. Una herida en la mano o en la muñeca explica mejor el reguero de sangre. Si sangrase por la pierna se le empaparían los pantalones, y las gotas no serían tan constantes en la sala o al bajar por las escaleras.

– Todas las gotas estaban en el lado derecho de las escaleras -dijo Emilio.

– Vale, mano o muñeca derecha, o quizá la pierna o la cadera derecha -dijo Ramírez-. La siguiente pregunta es: ¿para quién trabaja Nikita Sokolov?

– Es amigo de Vasili Lukyanov, y creemos que Lukyanov se estaba pasando de la banda de Leonid Revnik a la de Yuri Donstov, así que… -apuntó Falcón.

– Y hace tiempo que no vemos a Sokolov en la Costa del Sol.

– Mi fuente de los servicios secretos me dijo que Yuri Donstov organizó una ruta de tráfico de heroína de Uzbekistán a Europa y eligió Sevilla como centro de operaciones -dijo Falcón-. El Pulmón era camello de heroína. Los de Estupefacientes dicen que la heroína que circulaba hasta hace poco por Las Tres Mil era siempre mercancía italiana, pero las cosas empezaron a cambiar. Me parece que Nikita Sokolov estaba intentando crear un mercado exclusivo para la mercancía de Donstov en Las Tres Mil y, por algún motivo, el Pulmón no estaba conforme.

Atacaron las tapas durante unos minutos, bebieron cerveza. Ramírez pidió otra.

– ¿Creéis que fue Revnik o Donstov el que participó en el atentado del 6 de junio? -preguntó Cortés.

– El CICO de Madrid cree que Yuri Donstov lleva operando desde septiembre de 2005, es decir, nueve meses antes del atentado del 6 de junio -dijo Falcón-. No sé si es tiempo suficiente para desarrollar una conspiración de tal complejidad.

– Lo único que tenían que hacer es colocar un pequeño artefacto explosivo -dijo Pérez.