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– Pero antes había que organizar muchas cosas. Piensa en el elemento político: el partido Fuerza Andalucía, la creación de su nuevo líder -replicó Falcón-. No creo que un empresario como Lucrecio Arenas hubiera permitido que entrase en la conspiración nadie con quien no llevase trabajando cierto tiempo. Siempre he pensado que trataba con gente a la que le había movido el dinero por todo el mundo cuando trabajaba en el Banco Omni, pero puede que me equivoque.

– ¿Así que te inclinas por Leonid Revnik como autor del atentado? -preguntó Díaz-. Pero él sólo llevaba aquí desde que su predecesor huyó a Dubái en junio de 2005.

– Supongo que sí. No hay motivo para que Revnik y su predecesor no estuvieran en contacto-dijo Falcón-. Pero después de saber lo que ocurrió con Yuri Donstov, empiezo a pensar que Donstov podría haber encontrado un papel adecuado para sí mismo en una nueva conspiración que tiene sus orígenes en el atentado del 6 de junio. Aquél fue un intento de conquistar el poder en toda Andalucía. Ahora pienso que el objetivo es menos ambicioso. Parece que Donstov se está preparando para dirigir una importante empresa criminal. La entrega de los discos por parte de Vasili Lukyanov era un elemento crucial, no sólo para esa empresa, sino para un proyecto más localizado. Los discos le van a dar influencia, sobre todo en I4IT y Horizonte, cuyos directivos aparecen filmados en situaciones comprometidas.

– ¿En qué consiste ese proyecto? -preguntó Díaz.

– No lo sé -dijo Falcón-, pero creo que esta vez no tiene que ver con el poder político sino más bien con el dinero.

– No hemos hablado del dinero -dijo Ramírez-. Olvidé mencionar que esta tarde Prosegur se llevó el dinero encontrado en el maletero del Range Rover de Vasili Lukyanov. Ahora está en el Banco de Bilbao.

– ¿Cuánto dinero hay? -preguntó Díaz.

– Siete millones setecientos cuarenta y ocho mil doscientos euros -dijo Ramírez-. Yo estaba presente cuando Elvira firmó el albarán.

– Mira, Javier, si pretendes trincar a los rusos por el atentado del 6 de junio, dudo que lo consigas a través de Nikita Sokolov -dijo Cortés-. No creo que sea de esa clase de tíos dispuestos a hablar. Puede que le cargues los crímenes de Las Tres Mil, pero no te servirá de nada. Es vor-v-zakone y su código, como la omertà de la mafia siciliana, es el silencio.

– Y los peces gordos de los que hablamos son hombres invisibles -dijo Díaz-. Sólo tenemos una fotografía del antecesor de Revnik, de principios de 2005. No tenemos ninguna de Leonid Revnik y sólo contamos con la foto antigua de gulag de Yuri Donstov. Podríamos cruzarnos por la calle con cualquiera de estos tíos sin saberlo.

– Y ninguno de los cargos actuales contra el predecesor de Revnik es el asesinato -dijo Cortés-. Lo detuvieron por blanqueo de dinero, falsedad documental, quiebra fraudulenta y pertenencia a organización criminal. Nada de drogas. Ni tráfico de personas. Ni extorsión. Ni asesinato.

Vibró un móvil. Pérez atendió la llamada.

– ¿Tenéis a alguien infiltrado en la banda de Revnik? -dijo Falcón, mirando a Cortés y Díaz.

– Tenemos informantes -dijo Díaz.

– ¿En qué punto de la jerarquía? -preguntó Falcón-. Todos estos negocios propiedad de los gánsteres deben de estar regentados por gente de la zona.

– Pero ninguno tiene acceso a Revnik -dijo Cortés.

Díaz y Cortés se miraron, y el gesto negativo de este último con la cabeza era apenas perceptible en la luz mortecina de la plaza.

– Eran los de Tráfico -dijo Pérez-. Han encontrado el coche del Pulmón en la calle Hernán Ruiz. Hay una camiseta manchada de sangre en el asiento trasero. Más vale que me acerque por allí.

– Vete con Felipe, del departamento Forense -dijo con Ramírez, suspirando-. Yo también voy; me queda de camino.

Pagó Falcón. Intercambió números de teléfono con Cortés y Díaz, que seguían acabándose las cervezas. Volvió al Palacio de Justicia a recoger el coche.

Salieron a su encuentro en los jardines Murillo.

– Lo siento, Javier -dijo Cortés-. Necesitábamos conseguir autorización antes de hablar contigo sobre nuestros informantes y no queríamos hacerlo en compañía.

– Acabamos de colocar a una informante cerca de Leonid Revnik -dijo Díaz-. Es una malagueña de veinticinco años…

– Que es un monumento de la leche -precisó Cortés-. Podría estar dándose la vida padre con cualquier futbolista o estrella de cine, pero la pobre zorra estúpida ha elegido a un gánster que responde al nombre de Viktor Belenki.

– El nombre me suena -dijo Falcón, recordando que Pablo del CNI lo había mencionado-. Es la mano derecha de Revnik y dirige todas las empresas de construcción de la Costa del Sol. ¿Y por qué la chica informa sobre él?

– Estamos en las primeras fases -dijo Cortés-. El mes pasado encontramos al hermano de la chica en un yate con los imbéciles de sus amigos y setecientos kilos de hachís, y no es de esa clase de críos que durarían mucho en una prisión de alta seguridad.

– ¿Tiene nombre, la chica?

– Por el momento la llamamos Carmen -dijo Díaz.

* * *

La luz estaba apagada en el portal de la casa de Falcón en la calle Bailen. Dio marcha atrás y dejó el coche en los adoquines entre los naranjos. Mientras subía hasta la puerta de la entrada, tropezó y sintió un escalofrío en las tripas cuando vio aparecer entre las sombras a una persona que lo agarró del brazo.

– Cuidado, Javier -dijo Mark Flowers-. ¿Has bebido?

– Me he tomado un par de cervezas, pero eso no es nada -dijo Falcón-. Me preguntaba cuándo vendrías…

– ¿Reptando como la carcoma?

– A verme.

– Pues aquí me tienes -dijo Flowers-. ¿Entramos?

Falcón nunca sabía dónde estaba con Mark Flowers, pero así era el estilo de Flowers. Quería ser indescifrable. ¿Qué sentido tendría ser agente de comunicaciones en el Consulado Estadounidense de Sevilla si todo el mundo supiera que en realidad era un agente de la CIA que informaba para Madrid?

Flowers era un tipo apuesto de cincuenta y cuatro años, varias veces casado y divorciado. Se le había caído mucho el pelo en los últimos dos años, de modo que tenía que recurrir al peinado en tejadillo para cubrir la calvicie. Era un pelo ya entrecano, pero se lo teñía. Y Falcón sospechaba que, durante unas largas vacaciones en Estados Unidos, Flowers había recurrido a cierta clase de cirugía plástica en el contorno de los ojos y en el cuello.

– ¿Estás de luto, Mark? -preguntó Falcón, comprendiendo que el motivo por el que no había visto a Flowers era que iba totalmente vestido de negro.

– Me hace más delgado -dijo Flowers, ondeando la camisa holgada de manga corta sobre su creciente barriga-. Al llegar a mi edad y mi peso, hay que echar mano a todos los recursos.

Salieron al patio de la casa. El chico de bronce corría por la fuente, el agua estaba lisa como un espejo.

– ¿Nos sentamos aquí fuera? -sugirió Falcón-. Te apetecerá tomar un whisky. Supongo que ya has cenado.

– Ya me conoces, Javier. Acabo antes de las seis y media.

– ¿Glenlivet?

– Magnífico, para variar de la turbera que sirves habitualmente.

– Como sabes, estuve en Londres -dijo Falcón-. Siempre estoy pensando en ti.

– Con hielo, no le eches agua -dijo Flowers.

Falcón fue a la cocina, volvió con las copas. Una cerveza fría para él. Unas aceitunas. Un cuenco de patatas fritas.

– Últimamente mis días son muy largos -dijo Falcón, mientras le daba el whisky-. He perdido la cuenta de dónde estoy. ¿Qué hora es?

Flowers estaba a punto de mirar la hora. Recordó.

– No voy a picar tan fácilmente, Javier.

Era una broma que se traían desde que Falcón observó que un día Flowers miraba ostentosamente su reloj, un Patek Philippe. En aquel momento no significaba nada para Falcón, hasta que vio en una revista a bordo que su precio de venta al público era de 19.500 euros. Se lo había comentado a Flowers, que le dijo: «Nunca llegas a tener un Petek Philippe, Javier. Te limitas a cuidarlo para la siguiente generación». Posteriormente Falcón había averiguado que las palabras de Flowers procedían del eslogan del anuncio de Patek Philippe, y empezó a tomarle el pelo con el tema. Uno de los motivos por los que Falcón hacía esto era que quería sentirse más relajado en compañía de un hombre en el que no confiaba del todo.