Выбрать главу

– Días largos en Londres -dijo Flowers, mientras dejaba el vaso en la mesa.

– Y aquí.

– ¿Qué está pasando aquí?

– El sábado, mientras yo estaba en Londres, secuestraron al hijo pequeño de Consuelo.

Flowers asintió. Ya lo sabía. Lo que significaba que había hablado con el CNI.

– Lo siento -dijo-. Es una enorme presión. ¿Qué coño está pasando, Javier?

Falcón recitó la retahíla sobre Marisa Moreno y las llamadas amenazadoras de los rusos. Flowers quería saber qué tenían que ver los rusos en todo eso y Falcón empezó desde el principio, con el accidente de coche de Lukyanov, el dinero, los discos y el vínculo que estableció Ferrera con Margarita, la hermana de Marisa.

– Es un duro trabajo policial, Javier.

– Tengo un equipo muy bueno. Todos están dispuestos a hacer un poco de trabajo extra, y es entonces cuando puedes tomarte un respiro -dijo Falcón-. Puede que te interese la identidad de uno de los tipos que vimos en los discos.

– No me digas que era alguien del Consulado Americano. Tengo que mirarles a los ojos todos los días.

– Un tipo llamado Juan Valverde.

Flowers no reaccionó.

– ¿Tiene que sonarme? -preguntó Flowers-. Si es un jugador de fútbol, no tengo ni idea, Javier.

– ¿Te acuerdas de aquella empresa que te pedí que investigases en junio?

– I4IT, propiedad de Cortland Fallenbach y Morgan Havilland.

– Juan Valverde es el director general de la división europea -dijo Falcón-. ¿Sabes si tienen algún plan de inversión en Sevilla, o al sur de España?

– Sólo tengo la información que me pediste en junio -dijo Flowers-. No hago un seguimiento de sus movimientos, Javier.

– En esos discos aparece otro tipo que seguramente te sonará.

– A ver.

– Charles Taggart.

– ¿El predicador caído?

– Es asesor de I4IT.

– ¿Asesor de qué? -preguntó Flowers brutalmente.

– ¿De asuntos religiosos? -dijo Falcón, y los dos se rieron-. Pensaba que había que ser un pecador reformado para integrarse en I4IT.

– El que hace un cesto hace ciento -dijo Flowers-. No creo en esa gilipollez de la redención: confiesa tus pecados, haz borrón y cuenta nueva, sal a la calle y sigue cometiendo más. Así mantendrás la iglesia en funcionamiento.

– ¿Y tú qué haces con tus pecados, Mark?

– Me los reservo para mí -dijo Flowers-. Si los confesase todos, envejecería cien años, y el cura también.

– ¿Cuál era tu línea, Mark? -dijo Falcón-. Hace falta una profunda certeza moral para comportarse inmoralmente.

– En el espionaje, Javier -dijo Flowers.

Bebieron. Flowers inhaló el denso aire nocturno y mordisqueó el hielo.

– Londres -dijo Flowers-. ¿Sabes cómo ocurrió? Recibí una llamada de mi jefe central en Madrid y me dijo que estás dirigiendo a un agente que ha salido rana y los británicos están… ¿qué expresión utilizan? Están que trotan. Me gusta eso. Le dije: «¿Cómo va a estar dirigiendo a un agente que ha salido rana? Si un agente ha salido rana, nadie lo controla». ¿Así que qué cojones estás haciendo, Javier?

– Tengo un agente…

– Llamémoslo Yacub, para evitar confusiones -dijo Flowers-. Es tu único agente.

– Yacub está sometido a una enorme presión.

– ¿Y qué esperaba al meterse en este negocio? -dijo Flowers-. La presión es con lo que hemos convivido desde la noche de los tiempos, desde que sentimos la necesidad de que nuestros genes sobrevivieran, desde que la primera cavernícola vio a su hombre durmiendo en el suelo y pensó que él tenía que ir de caza. La presión es una constante. Es como la gravedad, sin ella vagaríamos sin rumbo.

– Sé lo que es la presión, Mark -dijo Falcón-. Si tu jefe central habla con los británicos, entonces sabrás que el GICM ha reclutado al hijo de Yacub, Abdulá, como muyahidín.

– Eso es casi un procedimiento estándar para un agente como Yacub -dijo Flowers-. Un grupo como ése no se iba a exponer a un forastero con costumbres y amigos cuestionables sin tomar ciertas precauciones.

– Pues yo no lo había previsto.

– Eso es porque eres un aficionado -dijo Flowers-. Un recluta novato que tuvo que encargarse del reclutamiento. El jefe del CNI, Juan, tendría que haberlo previsto, aunque Pablo no. Pero seguramente no te lo dijeron. No quisieron confundirte.

– Quieres decir que no querían que fracasase en mi misión de reclutamiento.

Flowers se encogió de hombros, levantando las manos como si fuera tan evidente que no valía la pena mencionarlo.

– Ése es el problema que tengo con Yacub -dijo Falcón-. Ya no confía en nadie más. Dice que es como si estuviera en una pecera, con todas esas agencias y sus enemigos mirando.

– Más bien como en un acuario turbio -dijo Flowers-. Me han dicho que se le da bien desaparecer cuando quiere.

– ¿Y a ti no?

– Yo no tengo que esconderme.

– Pero lo ocultas.

– Mira, Javier, Yacub es un activo valioso. Es el agente perfecto, ha llegado al núcleo del enemigo. Todos tenemos gran interés en mantenerlos a él y a su hijo con vida y felices. Nos interesa el tipo de información que puede proporcionarnos -dijo Flowers-. Nosotros, más que nadie, entendemos lo que está soportando. No hay motivo para que él, o tú, dejéis de hablar con nosotros. Es el único modo de poder ayudaros.

– Cuando estaba a punto de reclutar a Yacub, me dijiste que no le gustaban los americanos. Por eso no trabajaba para ti.

– ¿Tan distintos sois tú y el CNI?

– No hablará con el CNI, sólo hablará conmigo, porque confía en mí.

– ¿De verdad? -dijo Flowers, clavándole la mirada desde el otro lado de la mesa-. ¿Por qué no te contó que ya estaba formado?

– Probablemente por el mismo motivo por el que Juan y Pablo no me advirtieron de las medidas que podía tomar el GICM con Yacub. No por desconfianza, sólo por omisión -dijo Falcón-. Y en cualquier caso, su formación previa se limitaba a controlar que no lo siguieran y a zafarse de posibles vigilantes. No eran conocimientos de espionaje en toda regla.

– ¿Cómo describirías el estado mental de Yacub desde que te reuniste con él en Madrid?

– El hecho de que sepas que me reuní con él en Madrid respalda la teoría de la pecera -dijo Falcón-. Lo estáis mirando y no confiáis en lo que veis.

– Ésta es la Guerra contra el Terror, Javier. Eso se llama recabar recursos.

– Estaba angustiado, en Madrid. Nervioso. Desesperado. Evasivo. Me alarmó. Pensaba que había «perdido» a su hijo y eso lo había vuelto, a mi modo de ver, poco fiable.

– ¿Y cómo es que logró ser mucho más persuasivo en Londres?

– Aceptó su situación. Se tranquilizó.

– En Madrid te mintió.

– No es tanto que me mintiera como que la paranoia le inducía al error.

– ¿Qué ocurrió contigo entre Madrid y Londres? -dijo Flowers, continuando la sucesión de preguntas densas y rápidas-. Primero estás lo bastante nervioso para pedir consejo a Pablo, luego estás tan relajado que afrontas solo la situación y das rienda suelta a Yacub.

– Pero se lo dije a Pablo.

– Sólo una parte.

– Sólo lo que sabía, pero tenía que decírselo -dijo Falcón-. Eso ya era una vulneración de la confianza de Yacub, pero, dado su estado volátil y mi inexperiencia, sentí que era un paso necesario.

– Así que te reconfortó contárselo a Pablo. Lo entiendo -dijo Flowers-. ¿Pero por qué no dejaste que los británicos escuchasen tu conversación con Yacub en el Brown's Hotel?