Выбрать главу

– Quería restablecer la confianza. No podía, si estaba escuchando el MI5.

– ¿Y cómo te convenció Yacub de que seguía siendo digno de confianza?

– El instinto.

– Mira, hay mucha gente por ahí que puede hacerte creer que te quiere -dijo Flowers-. Sobre todo cuando les parece importante que crean en ellos.

– ¿Qué puedes hacer tú al respecto?

– Deja que otros echen un vistazo -dijo Flowers-. Gente con total objetividad.

– Pero no gente que está remunerada y nombrada por un gobierno que tiene intereses.

– Así que Yacub está protegiendo a su hijo -dijo Flowers, cambiando de táctica-, ¿y a cuántos más?

– A otra persona.

– ¿Esa persona es un amante?

– No me lo vas a sonsacar, Mark inteligente. Yacub también. Me has recordado que Yacub me mintió, que ya lo traicioné porque necesitaba el apoyo del CNI. Así que ¿qué importa una traición más? Y la respuesta es: posible muerte. Yacub perderá el control, porque todos los servicios secretos empezarán a proteger sus propios intereses y eso creará más incertidumbre. Podría fácilmente tomarse la decisión de que Yacub es prescindible, a pesar de la información secreta proporcionada por él.

– Tal como lo pintas, la cosa es grave -dijo Flowers-, como si pudiera haber graves consecuencias geopolíticas. Lo pintas como si fuera algo que realmente tenemos que saber.

– Pero todavía no.

– Antes ya hablamos de la presión -dijo Flowers-. Lo que te puedo decir, Javier, es que tengo experiencia en situaciones de presión. Soy experto en materia de presión… en ejercerla, quiero decir.

– Lo que pasa con la presión, Mark, es que siempre se ejerce con el fin de causar dolor. El GICM mantiene a Yacub bajo control reclutando a su hijo. Los rusos quieren impedir que investigue su participación en el atentado del 6 de junio en Sevilla, así que secuestran al hijo pequeño de Consuelo. Incluso lo hacemos en la policía. Inducimos a una mujer a que informe sobre su amante criminal, amenazando a su hermano con una larga condena de cárcel.

– Es cierto, Javier. Estamos en el mismo negocio. Los buenos y los malos. ¿Y cuál es tu posición?

– Intento ofrecer soluciones en vez de amenazas -dijo Falcón.

– ¿Qué podría hacer por ti que te hiciera sentir suficientemente en deuda conmigo para decirme lo que está tramando Yacub?

– Si pudieras devolverme al hijo de Consuelo -dijo Falcón-. Eso generaría una enorme gratitud en mí.

Flowers asintió. La luz del patio significaba que sólo la mitad de su cara era visible, la otra mitad estaba totalmente opaca. Una parecía informar a la otra, pensó Falcón. Siempre era mucho más fácil amenazar que ofrecer soluciones.

Capítulo 19

Casa de Falcón, calle Bailen, Sevilla. Lunes, 18 de septiembre de 2006, 22.05

Parecía más tarde de lo que era. Flowers acababa de marcharse. Falcón se quedó en el patio, desplomado en la silla con los pies extendidos. Estaba agotado por la actividad del día y la falta de avances y, después de la implacable sucesión de preguntas del hombre de la CIA, sentía la pesadez de los párpados y cierta tensión en los omóplatos. Ahora se sentía tan vacío como la hojarasca de una planta reseca en el rincón del patio, pero, con Darío en el centro de su conciencia, su mente cobraba vida con el horror de la situación del chico y su incapacidad de hacer nada para remediarlo.

Empezó a preguntarse si estaba destinado a encontrarse con casos de niños maltratados, traumatizados o perseguidos. Desde que descubrió la crueldad con que su padre, Francisco Falcón, lo había explotado cuando era pequeño, parecía haberse convertido en un imán para esos miembros más vulnerables de la sociedad. Tampoco se le escapaba la terrible ironía de su compulsión de descubrir lo que había ocurrido con el hijo desaparecido de Raúl Jiménez, Arturo; y después, tras averiguar que se había criado en Marruecos como Yacub Diuri, haber acabado explotándolo, convirtiéndolo en agente de los servicios secretos españoles, el CNI.

El patio estaba a oscuras. Había apagado la luz. Las vigas de madera crujían en algún lugar a lo lejos, en el amplio caserón. Se inclinó hacia delante, se pellizcó la piel del entrecejo, intentando arrancar ese horrendo nexo, pero lo único que sonsacó fueron imágenes de la cadena de acontecimientos de los últimos años. Un niño huérfano secuestrado por su tía, dos adolescentes utilizadas como esclavas sexuales enterradas en una tumba poco profunda, cuatro niños muertos cubiertos con sus delantales después de que el atentado del 6 de junio destruyese la escuela infantil. Se desentumeció las piernas, se levantó, recogió los vasos vacíos y los restos de patatas fritas y aceitunas, los llevó a la cocina. Esperaba que esta actividad detuviese la actividad febril de su cerebro. Ésta es la plaga de la humanidad moderna, pensó, un mundo tan lleno de información accesible, vidas tan cargadas de trabajo y relaciones, gente tan constantemente conectable que todos hemos desarrollado lo que Alicia Aguado probablemente denominaría taquirrumia. Nada de proceso meditativo, sólo una ralladura mental delirante.

Sonó un timbre, seguido de tres golpes secos, rotundos, en el portón de madera. Mark Flowers que volvía con más preguntas. Ideas de última hora. Atravesó la casa, por debajo de la galería, bordeó el patio. Más golpes secos en la puerta, como un dolor sordo, seguido de un toqueteo más agudo. Encendió las luces, abrió la puerta más pequeña que había dentro del portón de roble macizo. Era Consuelo, a la pata coja, con un zapato en la mano.

– Parecía que con el puño no te impresionaba -dijo, mientras volvía a calzarse-. Deberías arreglar el timbre, o poner una aldaba.

– El timbre funciona bien -dijo Falcón-, pero se tarda un tiempo en llegar de una parte de la casa a la otra.

– ¿Me vas a invitar a pasar?

– Claro -dijo.

Se besaron formalmente en las dos mejillas, reaccionaron con torpeza, y se dirigieron al patio. Consuelo se sentó delante de la mesa. Él le ofreció una copa. Le apetecía una manzanilla. Trajo dos y unas aceitunas. Se sentaron en silencio mirando al mismo punto, exquisitamente conscientes de la presencia del otro, pero comportándose como si estuviesen asistiendo a una actuación que no les interesaba, debido a la enormidad de lo que había ocurrido entre ellos.

– Me sorprende verte aquí después de lo que ocurrió la otra noche -dijo Falcón.

– No esperaba tener que venir a verte.

– ¿Has tenido que venir a verme?

– Nuestros caminos se cruzan, Javier. Parece que no podemos evitarnos -dijo Consuelo-. Es la única explicación que tengo para lo que está ocurriendo. Cuando nos conocimos yo era tu sospechosa. Luego pasé a ser tu amante.

– Luego me dejaste.

– Pero volví, Javier. Gracias a Alicia, volví como una persona diferente.

– ¿Y ahora? -preguntó Falcón-. ¿Tenemos que agradecer a Alicia que hayas venido esta noche?

– Esta vez no -respondió Consuelo-. Hablé con ella. Me escuchó. Me ha hecho sentir más fuerte.

– Y eso no… No, lo olvidaba, has tenido que volver -dijo Falcón-. Sé por qué has venido, porque yo tampoco puedo dejar de pensar en Darío, pero ¿qué o quién en concreto te ha hecho cruzarte en mi camino esta vez?

– Esta vez, Javier, son nuestros enemigos.

Se miraron directamente a los ojos por primera vez desde que Consuelo apareció por la puerta.

– ¿Quieres decir que has tenido noticias de los rusos?

Asintió.

– Pero le dije al inspector Tirado que me llamase si había noticias -dijo Falcón-. Me aseguró que no había ocurrido nada. Ninguna llamada…

– Los llamé yo.

Falcón parpadeó. Ella le contó lo del correo electrónico y la llamada que había hecho desde el fondo del jardín del vecino.