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– Está enviado a las 22.20, una hora después de que saliera de casa -dijo Consuelo-. Dice: «NUESTRA PACIENCIA NO ES INFINITA. LLAME AL 619238741».

– Así que ya están los dos jugadores en la mesa -dijo Falcón-. Uno de los dos se está marcando un farol.

– Llamaremos primero a los nuevos -dijo Consuelo-. Veamos lo que quieren y cómo lo piden. Podremos hacernos una idea de a qué grupo pertenecen.

– Hazles una petición -dijo Falcón-. Pide que te dejen hablar con Darío antes de nada. Es lo que te han ofrecido, pero probablemente no lo permitirán. No querrán revelar demasiadas cosas tan pronto. En un secuestro como éste, la información se proporcionará paulatinamente. «Haz esto y te diremos algo sobre él, haz lo otro y te dejaremos oír su voz…». Luego te enviarán una foto y al final te dejarán hablar con él. Queremos averiguar quién lo tiene, así que debemos pedir una prueba razonable. ¿Hay algo de Darío que no sepa la gente normal?

– Tiene una marca roja de nacimiento en la parte inferior del brazo izquierdo, cerca de la axila. Lo llamamos su fresita -dijo Consuelo.

– Diles que le pregunten a Darío por esa marca y cómo la llama -dijo Falcón-. ¿Tienes un dictáfono?

Sacó de un cajón un pequeño dictáfono digital. Lo probaron. Lo encendió, se limpió las palmas húmedas con pañuelos de papel, cogió el teléfono, encendió el altavoz, marcó el número. Respiró profundamente, se preparó para la actuación de su vida.

– Diga -dijo una voz.

– Me llamo Consuelo Jiménez y quiero hablar con Darío.

– Espere.

El teléfono cambió de manos.

– Señora Jiménez…

– Recibí un mensaje donde me decían que llamase a este número si quería hablar con mi hijo, Darío. ¿Podría ponerse, por favor?

– Primero tenemos que discutir algunas cosas -dijo la voz, en perfecto castellano peninsular.

– ¿Qué cosas? Ustedes tienen a mi hijo. Yo no tengo nada de ustedes. No hay nada que discutir aparte de la devolución de mi hijo, y eso pueden hacerlo después de que haya hablado con él.

– Escúcheme, señora Jiménez. Puedo entender que usted esté muy preocupada por su hijo. Le gustaría hablar con él, es natural, pero primero debemos decidir algunas cosas.

– Tiene usted toda la razón…

– Debo decir, señora Jiménez, que admiro su tranquilidad en esta situación. La mayoría de las madres serían incapaces de hablar conmigo, así, por teléfono.

– Lloraría, me pegaría golpes en el pecho y vomitaría dolor, si pensase por un instante que eso le conmovería -dijo Consuelo-. Pero si usted cree que soy una persona fuerte, yo sé que usted es mucho más cruel, así que la emoción humana es improbable que lo induzca a usted a devolverme a mi hijo. Por eso me comporto así. Y ahora decidamos algo antes de seguir adelante: quiero hablar con mi hijo.

– No es posible en este momento.

– Mire, usted está faltando a su palabra -dijo Consuelo-. Su mensaje es claro. Dice…

– Sé lo que dice el mensaje, señora Jiménez -dijo la voz, ahora con tono más frío-. Lo escribí yo. Pero debe tener paciencia.

– No me hable de paciencia. Usted nunca comprenderá la impaciencia de una madre a la que le han arrebatado a su hijo. No vuelva a pronunciar esa palabra -dijo Consuelo-. Si no me dejan hablar con mi hijo, cosa que considero la prueba definitiva de que está a salvo y bien, entonces deben hablar con Darío y preguntarle por su marca y decirme lo que él les diga.

– ¿Su marca?

– Pregunte a Darío, él les dirá lo que necesitan saber para convencerme.

– Un momento, por favor.

Largo silencio.

– ¿Hay alguien ahí? -preguntó Consuelo, al cabo de unos minutos.

– Por favor, espere un momento más, señora Jiménez -dijo la voz-. Es algo para lo que se requiere permiso.

– ¿Permiso?

– Hay una autoridad superior en este asunto. Estamos en contacto con ellos ahora.

Más silencio. Al cabo de cinco largos minutos volvió la voz.

– Señora Jiménez, ¿entiende la naturaleza de la gente con la que está tratando?

– Si se refiere a si sé que son miembros de un grupo mafioso ruso, entonces la respuesta es sí. De qué grupo se trata, eso ya no lo sé.277

– Puede que lo sepa su amigo el inspector jefe Javier Falcón -dijo la voz-. Sí, sabemos que está usted ahí, inspector jefe, los vimos entrar en el restaurante juntos.

– ¿Está usted asociado con Leonid Revnik? -preguntó Falcón.

– Correcto -dijo la voz-. El señor Revnik ha estado fuera en Moscú. Desde que se hizo con el control de las operaciones en la Costa del Sol, ha habido algunos problemas estructurales en nuestra organización en la Península Ibérica.

– Quiere decir que Yuri Donstov ha tomado el control de algunas partes del negocio en Sevilla y que captó a Vasili Lukyanov.

– El señor Revnik estaba en Moscú para asistir a una reunión del Consejo Supremo de las cinco brigadas rusas más poderosas con soldados destacados en España -dijo la voz-. Averiguaron que Yuri Donstov era responsable de los asesinatos de dos miembros importantes de una de las brigadas y que ha entrado en negocios en zonas donde nosotros tenemos acuerdos con nuestros amigos italianos y turcos sobre ciertas cosas que hay que hacer. No podemos permitirlo. Se ha tomado la decisión unánime del Consejo Supremo de que cesen las operaciones de Yuri Donstov y que su grupo sea disuelto.

– Todo esto es muy interesante -dijo Consuelo-, ¿pero y mi hijo qué?

– Tiene que comprender la situación geopolítica antes de que pasemos a discutir los detalles -dijo la voz-. Y está también la cuestión del atentado de Sevilla.

Silencio.

– Estoy escuchando -dijo Falcón, y, en efecto, era todo oídos.

– Tenemos retenidos a los hombres responsables de la preparación de la bomba y de su colocación en la mezquita.

A Falcón se le duplicó la velocidad del ritmo cardíaco, sentía el latido en la garganta. Algo semejante a la codicia se apoderó de él y tuvo que contenerse para no echar mano de lo que le ofrecía la voz. Recordó que todo era calculado, nada era gratuito. Eso no era más que un cebo.

– ¿Y por qué retienen a esos hombres?

– Usted es el policía, inspector jefe -dijo la voz-. Opera desde el exterior, intentando abrirse camino. Nosotros estamos dentro, donde todo está mucho más claro.

– Está insinuando que Donstov fue responsable de la colocación de la bomba y que usted lo desaprobaba.

– Para una operación que cambiaría el paisaje político y desestabilizaría una región, que ha sido un paraíso fiscal para numerosas organizaciones durante tantos años, Donstov habría necesitado todo el respaldo del Consejo Supremo. No lo tenía. Era algo pensado para su beneficio personal.

– ¿Y Darío, el hijo de la señora Jiménez? -dijo Falcón-. ¿Qué lugar ocupa el niño en todo esto? ¿Cuál es la finalidad del secuestro?

– Creo que ha habido un malentendido, inspector jefe -dijo la voz-. Nosotros no tenemos al niño. Desaprobamos vehementemente la implicación de civiles en nuestras operaciones exteriores. Nos da mala publicidad y hace que la policía se fije innecesariamente en nosotros.

– ¡Ustedes no tienen a Darío! -exclamó Consuelo, incapaz de atenuar el grito en la negación-. ¿Entonces por qué estamos hablando con ustedes?

– Hay que decidir algunas cosas antes de que podamos pasar a atender la situación con su hijo -dijo la voz.

– Usted dijo que podría hablar con él si llamaba a este número.

– Una de las cosas más importantes que hay que determinar es la naturaleza de la gente con la que está tratando -dijo la voz-. El señor Revnik tiene normas, señora Jiménez. Tiene un código de honor. Puede que no sea igual que el suyo, o que el del inspector jefe, pero por eso es un hombre tan respetado en el mundo del vor-v-zakone. Yuri Donstov no respeta estas normas. Es un forastero. Hace cosas pensando sólo en su propio beneficio. Es de esa clase de personas a las que les da igual la naturaleza de un hombre como Vasili Lukyanov.