Sonó el teléfono interno. El comisario Elvira comunicó a Falcón que acababa de llegar Vicente Cortés, del GRECO de la Costa del Sol. Falcón consultó a los forenses, que hasta el momento sólo habían encontrado huellas coincidentes con las de Vasili Lukyanov. Se disponían a empezar a examinar el dinero, pero necesitaban que Falcón les dejase la llave. Se dirigió a la sala de pruebas.
– Cuando acabéis, me lo decís. Me encargaré personalmente de guardar el dinero en la caja fuerte hasta que lo trasladen al banco -dijo Falcón-. ¿Y el maletín?
– Lo más interesante que contenía eran los veinte y pico discos -dijo Jorge-. Reprodujimos uno. Parecían vídeos de cámara oculta donde se veía a unos tíos follando con chicas jóvenes, esnifando cocaína, escenas sadomaso, ese tipo de cosas.
– Todavía no lo habéis pasado a un ordenador, ¿verdad?
– No, sólo lo metimos en un reproductor de DVD.
– ¿Dónde están los discos ahora?
– Ahí, en la parte de arriba de la caja fuerte.
Falcón los guardó con llave en el interior de la caja fuerte y subió en ascensor al despacho del comisario Elvira, donde le presentaron a Vicente Cortés, del Grupo de Respuesta Especial al Crimen Organizado, y Martín Díaz, del Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado, el CICO. Los dos hombres eran jóvenes, de treinta y tantos años. Cortés era un contable cualificado que, por el modo en que tensaba los hombros y los bíceps a través del tejido de la camisa blanca, debía de haber pasado por unas cuantas pistas americanas desde que se licenció en procesamiento de datos numéricos. Tenía el pelo castaño peinado hacia atrás, los ojos verdes y una boca siempre al borde de la mueca desdeñosa. Díaz era informático y lingüista, y do-minaba nada menos que el ruso y el árabe. Vestía un traje que probablemente le habían hecho a medida para sus casi dos metros de estatura. Jugaba al baloncesto a un nivel profesional. Tenía el pelo moreno, ojos castaños y la espalda algo encorvada, tal vez por tener que escuchar a su mujer, que era medio metro más baja que él. Ésta era la realidad de los profesionales encargados de investigar el crimen organizado: contables y cracks informáticos, en lugar de fuerzas especiales y policías adiestrados en el manejo de las armas.
Falcón puso al corriente a los tres hombres sobre los últimos acontecimientos. Elvira, un hombre de pelo oscuro peinado con láser, ordenaba las carpetas en su mesa y se repasaba el pulcro y perfecto nudo de la corbata azul. Era conservador, convencional y se ceñía estrictamente a las normas, con un ojo en su trabajo y el otro pendiente del jefe superior, Andrés Lobo.
– Vasili Lukyanov dirigía numerosos puticlubs en la Costa del Sol y en varias carreteras importantes de Granada -dijo Cortés-. El tráfico de personas, la esclavitud sexual y la prostitución eran sus principales…
– ¿Esclavitud sexual? -preguntó Falcón.
– Ahora puedes alquilar a una chica por el tiempo que quieras. Te lo hace todo, desde la limpieza de la casa hasta el sexo completo. Cuando te cansas de ella, la devuelves y coges otra. Cuesta mil quinientos euros por semana -dijo Cortés-. Las chicas son canjeadas en mercados. Pueden ser de Moldavia, Albania o incluso de Nigeria, pero las venden y revenden hasta diez veces antes de llegar aquí. El precio normal ronda los tres mil euros, dependiendo de la pinta que tengan. Cuando la chica llega a España, puede haber acumulado ventas de treinta mil euros, dinero que tiene que devolver. Sé que es ilógico, pero sólo para vosotros y para mí, no para la gente como Vasili Lukyanov.
– Encontramos cocaína en su coche. ¿Es una actividad complementaria o…?
– Recientemente se ha pasado a la distribución de cocaína. O, mejor dicho, el líder de su banda ha cerrado un trato para el tráfico de la mercancía desde Galicia y ahora han llegado a una especie de acuerdo con los colombianos para las operaciones en la Costa del Sol.
– ¿Y qué lugar ocupa Lukyanov en la jerarquía? -preguntó Elvira.
Cortés hizo señas a Díaz, para que respondiese él.
– Cuestión peliaguda. No sabemos qué significa que haya aparecido en un coche con destino a Sevilla con casi ocho millones de euros -dijo Díaz-. Ocupa una posición importante. Los rusos obtienen enormes beneficios del comercio sexual, más que del tráfico de drogas, en este momento. La jerarquía ha sido inestable durante este último año, desde que tuvimos la Operación Avispa en 2005 y el jefe georgiano de la mafia rusa aquí en España huyó a Dubái.
– ¿A Dubái? -preguntó Elvira.
– Es el destino habitual de los criminales, terroristas, traficantes de armas, blanqueadores de dinero…
– O de los constructores -añadió Cortés-. Es la Costa del Sol de Oriente Próximo.
– ¿Y dejó un vacío de poder aquí en España? -preguntó Falcón.
– No -respondió Díaz-, su posición la ha ocupado Leonid Revnik, que fue enviado desde Moscú para tomar el control. No fue una decisión muy bien recibida entre los soldados de la mafia en esta zona, principalmente porque su primer acto fue la ejecución de dos «directores» importantes de la mafia de una de las brigadas moscovitas que habían invadido su territorio.
– Los dos aparecieron atados, amordazados y con un disparo en la parte posterior de la cabeza en la Sierra Bermeja, diez kilómetros al norte de Estepona -dijo Cortés.
– Creemos que había alguna antigua rivalidad que se remontaba a la década de los noventa en Moscú, pero ese ajuste de cuentas sembró el nerviosismo entre los soldados. Comprendieron que tenían que ocuparse del negocio y a la vez cuidarse de posibles ataques vengativos. Hasta el momento, ha habido cuatro «desapariciones» este año. No estamos acostumbrados a este nivel de violencia. Ninguno de los demás grupos mafiosos, ni los turcos e italianos que dirigen el mercado de la heroína, ni los colombianos y gallegos que controlan la cocaína, ni los marroquíes que trafican con personas y hachís, ninguno ejerce aquí esa espectacular violencia tan habitual en sus países de origen, porque ven España como un lugar seguro. Siguieron los pasos de nuestros viejos amigos, los traficantes de armas árabes, que gestionan sus negocios globales desde la Costa del Sol. Para todos ellos este país es una inmensa fábrica de blanqueo de dinero, lo que significa que no quieren llamar la atención. A los rusos, en cambio, parece que eso les importa un bledo.
– ¿Tenéis alguna idea de por qué Vasili Lukyanov se dirigía a Sevilla con ocho millones de euros en el maletero? -preguntó Elvira.
– No sé. No estoy al día de lo que sucede en Sevilla. Es posible que el CICO de Madrid tenga más datos sobre lo que sucede aquí. He cursado una solicitud de información -dijo Díaz-. No me extrañaría que se estuviera constituyendo aquí un grupo rival. Leonid Revnik tiene cincuenta y dos años y es de la vieja escuela. Supongo que sería suspicaz con alguien como Vasili Lukyanov, que no llegó a través del sistema carcelario ruso, sino que era un veterano de guerra afgano que entró en el negocio por su cuenta y trabajaba con mujeres, cosa que Revnik probablemente considera inferior, a pesar de la rentabilidad del sector.
– ¿Es muy rentable? -preguntó Elvira.
– Aquí en España tenemos cuatrocientas mil prostitutas que generan un volumen de negocio de dieciocho mil millones de euros -dijo Díaz-. Somos los principales usuarios de prostitutas y consumidores de cocaína de toda Europa.
– ¿Así que crees que Leonid Revnik desdeñaba a Vasili Lukyanov, y por tanto éste podía estar abierto a otras ofertas, debido a su experiencia en un negocio tan rentable? -preguntó Falcón.
– Es posible -dijo Díaz-. Revnik ha estado recientemente de viaje en Moscú. Esperábamos que volviera la semana que viene, pero regresó antes. Quizá se enteró de que Lukyanov iba a dar un paso. Lo que sí te digo con seguridad es que Lukyanov no podía hacer eso solo. Necesitaba protección; lo que no sé es quién le brindaba ese apoyo.