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¡Cómo resplandece un espíritu chino después de un buen festín! ¡Cuan fácil es que proclame la hermosura de la vida cuando están bien llenos su estómago y sus intestinos! De ese estómago bien lleno se desprende e irradia una felicidad que es espiritual. El chino confía en el instinto, y su instinto le dice que cuando está bien el estómago, todo está bien. Por eso es que adjudico a los chinos una vida más próxima al instinto y una filosofía que hace posible un más amplio reconocimiento de él. La idea china de la felicidad es, como lo he señalado en otra parte, estar "tibio, bien lleno, a oscuras y dulce", con referencia a la condición de ir a la cama después de una buena cena. Por esta misma razón, dice un poeta chino: "Un estómago bien lleno es en verdad una gran cosa; todo lo demás es lujo."

Con esta filosofía, por lo tanto, los chinos no tienen mojigaterías en cuanto a la comida, o en cuanto a comerla con gusto. Cuando un chino toma una cucharada de buena sopa, da un gustoso sorbo. Es claro que éstos no serían modales para la mesa de Occidente. En cambio, sospecho firmemente que los modales de la mesa de Occidente, que nos obligan a tomar la sopa sin ruido y a comer con quietud, sin la menor expresión de goce, son la verdadera razón de que se haya detenido el desarrollo del arte de la cocina. ¿Por qué hablan tan suavemente y parecen tan desventurados y decentes y respetables los occidentales en sus comidas? En su mayoría no tienen siquiera la sensatez de tomar con la mano un hueso de pollo y roerlo hasta que quede limpio. sino que fingen jugar con él, cuchillo y tenedor en mano, y se sienten terriblemente desventurados y temen decir algo al respecto. Esto es criminal cuando el pollo está bueno de verdad. En cuanto a lo que se llama modales de la mesa, estoy seguro de que el niño tiene su iniciación en los pesares de esta vida cuando la madre le prohibe que se relama. Es tal la psicología humana que, si no expresamos nuestra alegría, pronto cesamos hasta de sentirla, y luego vienen la dispepsia, la melancolía, la neurastenia y todos los males mentales que son peculiares de la vida adulta. Deberíamos imitar a esos franceses que suspiran un "¡Ah!" cuando el camarero les lleva una buena costillita de ternera, y hacen un gruñido puramente animal, como "¡Ommm!" después de probar el primer bocado. ¿Qué vergüenza hay en gozar la comida?, ¿qué vergüenza en tener un apetito normal, sano? No, los chinos son diferentes. Tienen malos modales en la mesa, pero gozan grandemente un festín.

Por cierto que creo que la razón por la cual los chinos no han desarrollado la botánica y la zoología es que el estudioso chino no puede mirar fríamente, sin emoción, a un pez, sin pensar inmediatamente qué sabor tendrá y sin querer comerlo. La razón por la cual no confío en los cirujanos chinos es que temo que cuando un cirujano chino me corte el hígado, en busca de un cálculo, se olvide del cálculo y ponga mi hígado en una sartén. Porque veo que un chino no puede mirar a un puercoespín sin pensar inmediatamente medios y modos de cocerlo y comer su carne sin emponzoñarse. No emponzoñarse es para los chinos el único aspecto práctico, importante. El sabor de la carne de puercoespín es de importancia suprema, si ha de sumar un nuevo matiz a los que conoce nuestro paladar. Las púas del puercoespín no nos interesan. Cómo nacieron, cuál es su función y cómo están unidas a la piel del puercoespín y se hallan dotadas del poder de erguirse al aparecer un enemigo, son cuestiones que para los chinos parecen eminentemente ociosas. Y también con todos los demás animales y plantas: el punto de vista adecuado es el de cómo podemos gozar de ellos los humanos, y no qué son en sí. El canto del pájaro, el color de la flor, los pétalos de la orquídea, el sabor de la carne de pollo son las cosas que nos interesan. Oriente tiene que aprender de Occidente todas las ciencias de botánica y zoología, pero Occidente tiene que aprender de Oriente cómo gozar de los árboles, las flores y los peces, aves y animales, lograr una plena apreciación de los contornos y gestos de diversas especies y asociarlos con modos o sentimientos diferentes.

La comida, pues, es una de las pocas alegrías sólidas de la vida humana. Es un hecho feliz que este instinto del hambre está menos rodeado de tabús y códigos sociales que el otro instinto, el sexual, y que, en términos generales, no se plantea ninguna cuestión moral en relación con la comida. Hay mucha menos mojigatería acerca de la comida que acerca del sexo. Feliz estado de cosas es el de que los filósofos, poetas, comerciantes y artistas puedan unirse en una comida, y cumplir sin un sonrojo la función de alimentarse en público, aunque se sabe de ciertas tribus salvajes que han logrado un sentido de la modestia acerca de la comida, y sólo comen cuando cada individuo está solo. El problema del sexo entrará en consideración más adelante, pero aquí tenemos, por lo menos, un instinto que, por ser menos contenido, produce formas más escasas de perversión, demencia y comportamiento criminal. Esta diferencia entre el instinto del hambre y el instinto de la reproducción, en sus inferencias sociales, es muy natural. Pero sigue en píe el hecho de que tenemos aquí un instinto que no complica nuestra vida psicológica, sino que es una dádiva pura a la humanidad. La razón es que se trata de un instinto acerca del cual la humanidad es bastante franca. Como aquí no hay problema de modestia, no hay psicosis, neurosis o perversión vinculada con él. Del plato a la boca se pierde la sopa, pero una vez que está la comida en la boca hay, comparativamente, pocos desvíos. Se admite abiertamente que todo el mundo debe comer, caso que no se da con el instinto sexual. Y una vez complacido, aquel instinto no conduce a ningún mal. A lo sumo, algunas personas comen hasta producirse dispepsia, o úlceras en el estómago, o inflamaciones del hígado, y unas pocas cavan sus tumbas con los propios dientes -hay casos de dignatarios chinos entre mis contemporáneos que así lo hacen-, pero aun así no se avergüenzan de ello antes de sus bodas, pero ¿en qué otra parte del mundo se hace tal cosa? El tema de la comida goza la luz del sol del conocimiento, pero el sexual está todavía rodeado de cuentos de hadas, mitos y supersticiones. Hay luz de sol en torno al tema de la comida, pero muy poca en torno al tema del sexo.

Por otra parte, es una gran desventura que no tengamos molleja, ni buche, ni cuajo, como las aves. En ese caso, la sociedad humana quedaría alterada hasta ser irreconocible; a la verdad, tendríamos una raza de hombres enteramente distinta. Una raza humana dotada de gaznates o molleja, ya lo veríamos, tendría el carácter más pacífico, contento y dulce, como la oveja o el pollo. Podría crecernos un pico, lo cual alteraría nuestro sentido de la belleza, o tal vez nos bastaría con abandonar los incisivos y los caninos. Podrían.ser suficientes las semillas y las frutas, o acaso podríamos pastar en las verdes colinas, porque la Naturaleza es tan abundante… Como no tendríamos que luchar por nuestro sustento, ni clavar nuestros dientes en la carne del enemigo vencido, no seríamos las terribles criaturas belicosas que hoy somos.