Выбрать главу

Porque ¿quiénes iniciaron nuestras guerras? Los ambiciosos, los capaces, los hábiles, los que alientan designios, los cautos, los sagaces, los altaneros, los patriotas en exceso, los inspirados por el deseo de "servir" a la humanidad, los que tienen que hacerse una "carrera" y causar una "impresión" en el mundo, que esperan poder mirar al mundo con los ojos de una figura de bronce montada sobre un caballo de bronce en alguna plaza. Es curioso que los capaces, los hábiles y los ambiciosos y altaneros son al mismo tiempo los más cobardes y confusos, pues carecen de la valentía y la profundidad y la sutileza de los humoristas. Están siempre dedicados a trivialidades, en tanto que los humoristas, con su mayor alcance de espíritu, pueden pensar en cosas más grandes. Según están las cosas, un diplomático que no susurra en voz baja y parece muy asustado e intimidado y correcto y cauto no es diplomático… Pero ni siquiera tenemos que reunir una conferencia de humoristas internacionales para salvar al mundo. En todos nosotros hay una cantidad suficiente de esta deseable mercancía que se llama sentido del humor. Cuando Europa parece estar al borde de una guerra catastrófica, podemos enviar todavía a las conferencias a nuestros peores diplomáticos, a los más "experimentados" y seguros de sí mismos, los más ambiciosos, los más murmuradores, los más intimidados y correcta y debidamente asustados, aun a los más ansiosos por "servir" a la humanidad. Si se exige que, al comenzar cada sesión de la mañana y de la tarde, se dediquen diez minutos a la exhibición de una película del Ratón Mickey, y se obliga a todos los diplomáticos a estar presentes, se podrá evitar todavía cualquier guerra.

Esto es lo que concibo como función química del humor: cambiar el carácter de nuestros pensamientos. Creo, en verdad, que llega a la raíz misma de la cultura, y abre un camino para llegar a la Edad Razonable en el mundo humano del futuro. Para la humanidad no puedo imaginar ideal más grande que el de la Edad Razonable. Porque eso, al fin y al cabo, es la única cosa importante: la llegada de una raza de hombres imbuidos de un espíritu razonable más grande, con mayor predominio del buen sentido, con pensamientos sencillos, un temperamento apacible y una perspectiva culta. El mundo ideal para la humanidad no será un mundo racional, ni un mundo perfecto en sentido alguno, sino un mundo en que se perciban con certeza las imperfecciones y se resuelvan razonablemente las disputas. Para la humanidad, esto es francamente lo mejor que podemos esperar, y el más noble sueño que razonablemente podemos suponer se hará cierto. Esto parece implicar varias cosas: una simplicidad en el pensamiento, una alegría en la filosofía y un sutil sentido común, que harán posible esta razonable cultura. Pero ocurre que el sutil sentido común, la alegría en la filosofía y la simplicidad en el pensamiento son características del humor y deben nacer de él.

Es difícil imaginar esta especie de nuevo mundo, porque nuestro mundo actual es tan diferente. En conjunto, nuestra vida es demasiado compleja, nuestros estudios demasiados serios, nuestra filosofía demasiado sombría y nuestros pensamientos y estudios hacen que el mundo presente sea hoy tan desgraciado.

Debe darse por sentado que la sencillez de la vida y de pensamiento es el ideal más alto y más cuerdo de la civilización y la cultura, que cuando una civilización pierde su sencillez y los sofisticados no abandonan la sofisticación, la civilización se perturba cada vez más y degenera. El hombre se convierte entonces en esclavo de las ideas, pensamientos, ambiciones y sistemas sociales que son su producto. La humanidad, recargada con este peso de ideas y ambiciones y sistemas sociales, parece incapaz de elevarse sobre él. Por suerte, sin embargo, hay en el espíritu humano un poder que puede trascender todas estas ideas, pensamientos y ambiciones, y tratarlos con una sonrisa, y este poder es la sutileza del humorista. Los humoristas manejan los pensamientos y las ideas como los campeones de golf o de billar manejan sus palos o tacos, como los vaqueros campeones manejan sus lazos. Hay en ellos una facilidad, una seguridad, una ligereza de toque que proviene de la maestría. Al fin y al cabo, sólo el que maneja ligeramente sus ideas es dueño de sus ideas, y sólo el que es dueño de sus ideas no se ve esclavizado por ellas. La seriedad, al fin de cuentas, es sólo un signo de esfuerzo, y el esfuerzo es un signo de imperfecta maestría. Un escritor serio es torpe y está incómodo en el reino de las ideas, como un nuevo rico es torpe y está incómodo en sociedad. Es serio porque no ha llegado a sentirse cómodo con sus ideas.

La sencillez es, pues, paradójicamente, el signo externo y el símbolo de la profundidad del pensamiento. Me parece que la sencillez es lo más difícil de lograr en el estudio y la literatura. Muy difícil es la claridad de pensamiento, y, sin embargo, sólo cuando el pensamiento se hace claro resulta posible la sencillez. Cuando vemos que un escritor brega con una idea, podemos estar seguros de que la idea es la que brega con él. Esto se demuestra por el hecho general de que las conferencias de un joven instructor ^ ayudante, recién graduado con altas clasificaciones, son por lo común abstrusas y complicadas, y que la verdadera sencillez de pensamiento y facilidad de expresión sólo se encuentran en las palabras de los profesores más viejos. Cuando un profesor joven no habla en lenguaje pedante, es positivamente brillante, y se puede esperar mucho de él. Lo que se halla envuelto en el progreso de la tecnología a la sencillez, del especialista al pensador, es esencialmente un proceso de digestión del conocimiento, un proceso que comparo estrictamente con el metabolismo. Ningún estudioso culto puede presentarnos su conocimiento especializado en términos sencillos y humanos hasta que haya digerido por su parte ese conocimiento y lo haya puesto en relación con sus observaciones de la vida. Entre las horas de su ardua persecución de conocimientos (digamos el conocimiento psicológico de William James), entiendo que hay muchas "pausas que refrescan", como una bebida fresca después de un viaje largo y fatigoso. En esa pausa, más de un especialista verdaderamente humano se hará la pregunta tan importante: "¿De qué diablos estoy hablando?" La sencillez presupone digestión y también madurez: a medida que envejecemos, nuestros pensamientos se hacen más claros, podamos los aspectos insignificantes y acaso falsos de una cuestión, que cesan de preocuparnos, las ideas toman formas más definidas, y largas series de pensamientos se ajustan gradualmente en una fórmula conveniente que se nos sugiere en una hermosa mañana, y llegamos a esa verdadera luminosidad del conocimiento que se llama sabiduría. No hay ya un sentido del esfuerzo, y la verdad se hace fácil de entender porque pasa a ser clara, y el lector obtiene ese supremo placer de sentir que la verdad misma es sencilla y su formulación natural. Esta naturalidad del pensamiento y el estilo, que tanto admiran los poetas y los críticos chinos, es tenida a menudo como proceso de un desarrollo que madura gradualmente. Cuando hablamos de la creciente madurez de la prosa de Su Tungp'o, decimos que "se ha acercado gradualmente a la naturalidad": un estilo que se ha despojado de su juvenil amor por la pomposidad, la pedantería, el virtuosismo y el exhibicionismo literario.