Es fuerte la tentación de citar algo más de la más elocuente glorificación del individuo, hecha por este filósofo típicamente norteamericano, y resumida en la siguiente forma:
…y, como eventual conclusión y resumen (pues de lo contrario todo el plan de las cosas es un despropósito, una burla, un desastre), la simple idea de que la última, la mejor dependencia debe ser sobre la humanidad misma, y sus cualidades inherentes, normales, adultas, sin ningún apoyo supersticioso.
El propósito de la democracia… es, a través de muchas transmigraciones, y en medio de interminables burlas, argumentos y ostensibles fracasos, ilustrar, contra todos los azares, esta doctrina o teoría de que el hombre, debidamente preparado en la libertad más cuerda y más alta, puede y debe llegar a ser una ley, y una serie de leyes, en sí mismo…
Al fin y al cabo, lo que importa no es lo que nos rodea, sino nuestras reacciones ante ello. Francia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos viven en la misma civilización de máquinas, pero sus patrones y sus sabores de vida son diferentes, y todas resuelven sus problemas políticos en formas distintas. Es tonto suponer que el hombre debe ser anulado por la máquina en una manera uniforme, desventurada, cuando comprendemos que hay tanto lugar para la variedad de la vida, cuando vemos que dos peones en el mismo camión entienden en forma distinta la misma broma. Un padre de dos hijos que les da la misma educación y el mismo comienzo en la vida verá cómo conforman gradualmente sus vidas de acuerdo con las leyes internas de sus propios seres. Aunque los dos resultan ser presidentes de bancos con el mismo capital, en todas las cosas que interesan, en todas las cosas que contribuyen a la felicidad, son diferentes, diferentes en su manera de hablar, en su acento, en su temperamento; en sus doctrinas y modos de resolver problemas; en la forma en que se conducen con su personal, si son temidos o amados, bruscos y exigentes o agradables y complacientes; en la forma en que ahorran o gastan su dinero; y diferentes en sus vidas personales, según el color que les dan sus pasatiempos, sus amigos, sus clubs, sus lecturas y sus esposas. Es tal la rica variedad posible en un ambiente idéntico, que nadie puede leer la página necrológica de un diario sin extrañarse de cómo personas que vivieron en la misma generación y murieron el mismo día han tenido vidas tan enteramente distintas; cómo algunas marcharon hacia una vocación escogida con singular devoción y hallaron la felicidad en ello; cómo otras tuvieron carreras entrecortadas y varias; cómo algunas inventaron, algunas exploraron, algunas hicieron bromas, algunas fueron saturninas, sin sentido del humor, algunas salieron disparadas hacia la fama y la riqueza y murieron en la frialdad y la oscuridad, y algunas vendieron hielo o carbón y fueron asesinadas en un sótano donde guardaban veinte mil dólares en oro. Sí, la vida humana es enormemente extraña todavía, aun en una edad industrial. Mientras el hombre sea hombre, la variedad será el sabor de la vida.
No hay tal determinismo en los asuntos humanos, ya sea en la política o en la revolución social. El factor humano es lo que trastorna los cálculos de los que proponen nuevas teorías y sistemas, y lo que vence a los originadores de leyes, instituciones y panaceas sociales, ya sea la Comunidad Oneída, o la Federación Norteamericana del Trabajo, o el matrimonio de compañía del juez Lindsay. La cualidad de la novia y del novio es más importante que las convenciones del casamiento y el divorcio, y los hombres que administran o ejecutan las leyes son más importantes que las mismas leyes.
Pero la importancia del individuo proviene, no solamente del hecho de que la vida individual es el fin de toda civilización, sino también del hecho de que la mejora de nuestra vida social y política y de las relaciones internacionales procede de la acción y el temperamento sumados de los individuos que componen una nación, y se basa eventualmente en el temperamento y la cualidad del individuo. En la política nacional y la evolución de un país de una a otra etapa, el factor determinante es el temperamento del pueblo. Porque por encima de las leyes del desarrollo industrial está el factor más importante de la forma de hacer las cosas y resolver los • problemas que tiene cada nación. Tan poco predijo Rousseau el curso de la Revolución Francesa y la aparición de Napoleón, como previo Carlos Marx el desenvolvimiento de sus teorías socialistas y la aparición de Stalin. El curso de la Revolución Francesa no fue determinado por el lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, sino por ciertos rasgos de la naturaleza humana en general y del temperamento francés en particular. Las predicciones de Carlos Marx acerca del curso de la revolución socialista han fracasado lamentablemente, a pesar de su rigurosa dialéctica. Por todas las leyes de la lógica, según predecía él, una revolución del proletariado debió producirse donde estaba más avanzada la civilización industrial y donde había una fuerte clase de obreros proletarios: primero en Inglaterra, quizá en los Estados Unidos y posiblemente en Alemania. En cambio, el comunismo tuvo su primera oportunidad de ser sometido a prueba en un país agrario como Rusia, donde no había una clase proletaria importante. Lo que olvidó calcular Carlos Marx fue el factor humano en Inglaterra y los Estados Unidos, y la manera de hacer las cosas y de resolver problemas, del inglés o del norteamericano. La gran omisión en toda la economía sin madurez es la que no alcanza a reconocer un factor de je ne sais quoi en los asuntos nacionales. La desconfianza inglesa con respecto a teorías y lemas, la manera que tiene el inglés de tantear lentamente, si es necesario, pero encontrar lentamente su camino en todo caso, el amor del anglosajón por la libertad individual, el respeto por sí mismo, el buen sentido y el amor por el orden, son cosas que resultan más poderosas en la conformación de los acontecimientos en Inglaterra y los Estados Unidos que toda la lógica del dialéctico alemán.
De modo que la conducta de los asuntos de una nación y el curso de su desarrollo social y político se basan eventualmente en las ideas que rigen a los individuos. Este temperamento racial, esto que llamamos en abstracto "el genio del pueblo" es, después de todo, una suma de individuos que comprenden esa nación, porque no es nada más que el carácter de una nación en acción, al afrontar ciertos problemas o crisis. No hay nada más falso que la noción de que este "genio" es una entidad mitológica como el "alma" en la teología medieval, como si fuera algo más que una figura de dicción. El genio de una nación no es nada más que el carácter de su conducta y su manera de hacer las cosas. Lejos de ser una entidad abstracta con una existencia independiente y propia, como pensamos a veces del "destino" de una nación, este genio sólo puede ser visto en acción; es una cuestión de escoger, de tener ciertas selecciones y rechazos, preferencias y prejuicios, que determinan el curso final de acción de una nación en una crisis o situación dadas. Los historiadores de viejo cuño querrían pensar con Hegel que la historia de una nación no es más que el desarrollo de una idea, que procede por una especie de necesidad mecánica, en tanto que un criterio más sutil y realista de la historia es el de que se trata en grado sumo de una cuestión de oportunidad. En cada período crítico de la nación hizo una elección, y en la elección vemos una lucha de fuerzas opuestas y pasiones en conflicto, y un poco menos de este sentimiento o un poco más de aquel otro decidieron hacia qué lado debía inclinarse la balanza. Lo que se llama genio de una nación, expresado en una crisis dada, es la decisión de la nación de que le gustaría tener un poco más de una cosa, o ya tiene bastante de otra. Porque, después de todo, cada nación ha llevado adelante lo que le gustaba, o lo que apelaba a sus sentimientos, y rechazado lo que no toleraba. Tal elección se basa en una corriente de ideas y un juego de sentimientos morales y prejuicios sociales.