Y hay una influencia opuesta en el pensamiento chino en general, que contrarresta esta filosofía del despreocupado: la filosofía del vagabundo natural. Opuesta a la filosofía de los caballeros de la naturaleza está la filosofía de los caballeros de la sociedad; opuesto al taoísmo está el confucianismo. En tanto el taoísmo y el confucianismo signifiquen solamente las perspectivas negativa y positiva de la vida, no creo que sean chinos sino inherentes a toda la naturaleza humana. Todos nacemos mitad taoístas y mitad confucianistas. La conclusión lógica de un taoísta cabal sería ir a las montañas y vivir como ermitaño o recluso, imitar en lo posible la vida simple y despreocupada del leñador y el pescador, el leñador que es señor de las verdes colinas y el pescador que es dueño de las aguas azules. El recluso taoísta, semíoculto en las nubes sobre la cima de la montaña, mira al leñador y al pescador que mantienen una intrascendente charla, y señala que las colinas siguen siendo verdes y las aguas siguen fluyendo sólo por su gusto, olvidando por entero a los dos conversadores diminutos. De esta reflexión obtiene un sentido de paz perfecta. Y, sin embargo, es pobre filosofía la que nos enseña a escapar del todo de la sociedad humana.
Hay una filosofía aun más grande que este naturalismo, y es la filosofía del humanismo. El más alto ideal del pensamiento chino es, por lo tanto, un hombre que no tiene que escapar de la sociedad humana y de la vida humana con el fin de observar su carácter original, feliz. Sólo es un recluso de segunda categoría, esclavo aun de su ambiente, quien tiene que escapar de las ciudades y vivir en la lejanía de las montañas, en la soledad. "El Gran Recluso es el recluso de ciudad", porque tiene suficiente dominio sobre sí para no temer lo que le rodea. Es, por lo tanto, el Gran Monje (el kaoseng) que vuelve a la sociedad humana y come carne de cerdo y bebe vino y se junta con las mujeres, sin detrimento para su alma. Hay, por ende, la posibilidad de fundir las dos filosofías. El contraste entre confucianismo y taoísmo es relativo, pues las dos doctrinas formulan solamente dos grandes extremos, y entre ellos hay muchas etapas intermedias.
Los mejores cínicos son los cínicos a medias. El más alto tipo de vida, al fin y al cabo, es la vida de dulce razonabilidad enseñada por el nieto de Confucio, Tsessé, autor de El Medio Dorado. Ninguna filosofía, antigua o moderna, que se refiera a los problemas de la vida humana, ha descubierto todavía una verdad más profunda que esta doctrina de una vida bien ordenada y trazada más o menos entre los dos extremos: La Doctrina de la Mitad-y-Mitad. Es este espíritu de dulce "razonabilidad", que llega a un perfecto equilibrio entre la acción y la inacción, que se muestra en el ideal de un hombre que vive en media fama y media oscuridad; que es a medias activo y a medias perezoso; ni tan pobre que no pueda pagar el alquiler, ni tan rico que no tenga que trabajar un poco o no pueda alentar el deseo de tener algo más para ayudar a sus amigos; que toca el piano, pero apenas para que le escuchen sus amigos más íntimos, y sobre todo por su placer; que es coleccionista, pero apenas para adornar su chimenea; que lee, pero no demasiado; que aprende mucho pero no se hace especialista; que escribe, pero ve que sus cartas a The Times son rechazadas a veces y publicadas otras tantas: en suma, este ideal de la vida de clase media es el que considero el más cuerdo ideal de la vida jamás descubierto por los chinos. Es el ideal tan bien expresado en La Canción de la Mitad y Mitad, de Li Mi-an:
Con mucho, la mayor mitad he visto ya
De esta flotante vida. ¡Ah mágica palabra
Esta "mitad"! Tan rica en sugestiones.
Nos invita a paladear la alegría de nías
De lo que podremos poseer. La mitad de camino es
El mejor estado del hombre, cuando el paso más lento
Le autoriza la calma;
Un amplio mundo yace entre el cielo y la tierra;
Vivir a mitad de camino entre campo y ciudad,
Tener granjas a mitad de camino del arroyo y la colina;
Ser mitad estudioso, y mitad hacendado y mitad Negociante; a medias como los nobles vivir, Y a medias como el común de las gentes;
Y tener una casa que es mitad lujosa, mitad sencilla, Elegantemente amueblada a medias, y a medias desnuda;
Trajes y vestidos que no son viejos ni nuevos,
Y de epicúreo la mitad de la comida, y vulgar la mitad;
Tener sirvientes ni muy hábiles ni muy tontos;
Una esposa que no es demasiado simple, ni demasiado lista… Y entonces siento en el corazón que soy a medias un Buda, Y casi a medias un bendito espíritu taoista. La mitad de mí al Padre Cielo devuelvo;
La otra mitad a mis hijos dejo…
Pensando a medias para mi posteridad
Cómo proveer, y aun a medias ideando cómo
A Dios responder cuando se tienda a descansar el cuerpo. ( [14])
Es más prudente ebrio quien es ebrio a medias;
Y las flores a medio abrir están más bellas;
Como navegan mejor las barcas a media vela,
Y mejor trota el caballo a media rienda.
Quien tiene una mitad de más, suma ansiedad,
Pero quien de menos tiene con más ansia posee su mitad.
Pues la vida está de dulce y de amargo compuesta,
Es más sabio y más hábil qaien sólo la mitad prueba.
Tenemos aquí, pues, un compuesto de cinismo taoista con la perspectiva positiva confuciana, para formar una filosofía de mitad-y-mitad. Y porque el hombre nace entre la tierra real y el cielo irreal, creo que, por ínsatisfactoria que parezca a primera vista a un occidental, con su punto de vista increíblemente dirigido hacia adelante, sigue siendo la mejor filosofía, porque es la más humana. Al fin y al cabo, un Lind-bergh a medias sería mejor, por más feliz, que un Lindbergh completo. Estoy seguro de que Lindbergh sería mucho más feliz si sólo hubiese volado la mitad del camino sobre el Atlántico. Después de admitir debidamente la necesidad de tener en nuestro medio a unos pocos superhombres -exploradores, conquistadores, grandes inventores, grandes presidentes, héroes que cambian el curso de la historia-, el hombre más feliz sigue siendo el hombre de la clase media que ha ganado escasos medios de independencia económica, que ha hecho un poco, pero apenas un poco, por la humanidad, y que es algo distinguido en su comunidad, pero no muy distinguido. Sólo en este medio de bien conocida oscuridad y de competencia financiera con aprietos, en* que la vida es bastante despreocupada, pero no del todo exenta de preocupaciones, sólo en este medio es feliz y triunfa mejor el espíritu humano. Después de todo, tenemos que seguir en esta vida, y por eso debemos traer la filosofía del cielo a la tierra.
V. UN ENAMORADO DE LA VIDA: T'AO YÜANMING
Se ha demostrado, por lo tanto, que con la debida fusión de las perspectivas positiva y negativa de la vida, es posible alcanzar una filosofía armoniosa de "mitad-y-mitad" que se encuentra entre la acción y la inacción, entre ser llevado de la nariz a un mundo de inútil atareamiento y la fuga completa de una vida de responsabilidades, y que, hasta donde podemos descubrir con la ayuda de todas las filosofías del mundo, éste es el ideal más cuerdo y más feliz para la vida del hombre sobre la tierra. Y, lo que es aun más importante, la mezcla de estas dos perspectivas diferentes hace posible una armoniosa personalidad, esa armoniosa personalidad que es el objeto reconocido de toda la cultura y la educación. Y, significativamente, con esta armoniosa personalidad vemos una alegría y un amor por la vida.
Me es difícil describir las cualidades de este amor por la vida; más fácil es hablar en una parábola o narrar la historia de un verdadero enamorado de la vida, según vivió en la realidad. Y el cuadro de T'ao Yüanming, el más grande poeta y el más armonioso producto de la cultura china, se presenta inevitablemente ante mis ojos. ( [15]) Nadie objetará en China al decir yo que T'ao representa para nosotros el carácter más perfectamente armonioso y más cabal en toda la tradición literaria china. Sin realizar una ilustre carrera oficial, sin poder y sin realizaciones externas, y sin dejarnos mayor herencia literaria que un delgado volumen de poemas y tres o cuatro ensayos en prosa, sigue siendo hasta hoy un faro que luce a través de las edades, símbolo, para siempre, para poetas y escritores de menor cuantía, de lo que debe ser este supremo carácter humano. Hay en su vida, así como en su estilo, una sencillez tal que inspira pavor, y un reproche constante a naturalezas más brillantes y más complejas. Y hoy está como ejemplo perfecto del verdadero amante de la vida, porque en él la rebelión contra los deseos terrenos no condujo a un intento de escape total, sino que alcanzó una armonía con la vida de los sentidos. Unos dos siglos de romanticismo literario, de culto taoísta de la vida y de rebelión contra el confucianismo habían venido trabajando en China, y habían unido sus fuerzas a la filosofía confuciana de los siglos anteriores, para hacer posible la aparición de esta armoniosa personalidad. En T'ao encontramos que la perspectiva positiva había perdido su tonta complacencia, y la filosofía cínica había perdido su amarga rebelión (un rasgo que aun vemos en Thoreau: un signo de inmadurez), y que por primera vez llega la sabiduría humana a la madurez plena en un espíritu de tolerante armonía.