Por el contrario, creo más bien que los filósofos que se lanzan a resolver el problema del propósito de la vida lo dan por resuelto al plantearlo, por cuanto presumen que la vida tiene un propósito. Es indudable que se da a esta cuestión, tan llevada a primer plano entre los pensadores occidentales, esa misma importancia debido a la influencia de la teología. Creo que presumimos designios y propósitos en demasía. Y el hecho mismo de que tanta gente trate de responder a esta pregunta y dispute por ella y se vean pasmados por ella, sirve para demostrar que es muy vana y muy injustificada. Si hubiese existido un propósito o designio en la vida, no habría sido tan intrigante y vago y difícil descubrirlo.
La cuestión puede ser dividida en dos: la de un propósito divino, que Dios ha fijado para la humanidad, o la de un propósito humano, un propósito que la humanidad debe establecer para sí. En cuanto atañe a lo primero, no pienso entrar en la cuestión, porque procede necesariamente de nosotros mismos todo lo que creemos que tiene Dios en la mente; esto es sólo lo que creemos que piensa Dios, y en verdad es difícil, para la inteligencia humana, adivinar lo que hay en una inteligencia divina. Por lo común, con esta clase de razonamientos, terminamos por convertir a Dios en sargento de nuestro ejército y en hacerlo tan chauvinista como nosotros: Él, pensamos, no puede tener un "propósito divino" y un "destino" para el mundo, o para Europa, sino para nuestra amada Patria. Estoy muy seguro de que los nazis no pueden concebir a Dios sin un brazal con la svástica. Este Gott está siempre mit uns, y en verdad no puede estar mit ihnen. Pero los alemanes no son el único pueblo que piensa así.
Por cuanto atañe a la segunda cuestión, el punto en disputa no es lo que es, sino lo que debe ser el propósito de la vida humana, y resulta, por lo tanto, una cuestión práctica y no metafísica. Sobre esta cuestión de lo que debe ser el propósito de la vida humana, cada hombre proyecta sus propios conceptos y su propia escala de valores. Esta es la razón por que disputamos sobre ella, porque nuestras escalas de valores difieren una de otra. En cuanto a mí, quedo contento con ser menos filosófico y más práctico. No debo presumir que tiene que haber necesariamente un propósito, un significado en la existencia humana. Como dice Walt Whitman: "Soy suficiente como soy." Es suficiente que yo viva '-y tal vez seguiré viviendo unos décadas más- y que exista la vida humana. Considerado en esta forma, el problema se hace sorprendentemente simple y ya no admite dos respuestas. ¿Cuál puede ser el fin de la vida humana sino el goce de la vida misma?
Es extraño que este problema de la felicidad, que es la gran cuestión que ocupa la mente de todos los filósofos paganos, haya sido enteramente descuidado por los pensadores cristianos. La gran cuestión que preocupa a las mentes teológicas no es la felicidad humana, sino la "salvación" humana, trágica palabra. Esta palabra tiene mal sabor para mí porque en China oigo todos los días a alguien que habla de nuestra "salvación nacional". Todos tratan de "salvar" a China. La palabra sugiere los sentimientos de quienes ocupan un buque que se hunde, un sentimiento de condenación final, y el mejor método de escapar con vida. El cristianismo, que ha sido llamado "el último suspiro de.dos mundos agonizantes" (griego y romano) conserva todavía hoy algo de esa característica, en su preocupación por el problema de la salvación. La cuestión de la vida es olvidada por la cuestión de salir con vida de este mundo. ¿Por qué ha de preocuparse tanto el hombre por la salvación, a menos que tenga la idea de estar condenado? Las mentes teológicas se ocupan tanto de la salvación, y tan poco de la felicidad, que todo lo que nos pueden decir sobre el futuro es que habrá un cielo muy vago, y cuando las interrogamos acerca de lo que haremos allí y cómo seremos felices en el cielo, sólo tienen ideas de las más vagas, como la de que cantaremos himnos y usaremos túnicas blancas. Mahoma, por lo menos, pintó un cuadro de futura felicidad con ricos vinos y frutas jugosas y doncellas apasionadas, de negros cabellos y ojos inmensos, un cuadro que podemos comprender los legos. A menos que se nos haga más vivido y convincente el cielo, no hay razón para que procuremos llegar a él, a costa de descuidar esta existencia terrena. Alguien ha dicho: "Mejor un huevo hoy que una gallina mañana." Por lo menos, cuando planeamos unas vacaciones estivales nos tomamos el trabajo de conocer algunos detalles sobre el lugar adonde iremos. Si la oficina de turismo es absolutamente vaga sobre el punto, ya no me interesa ir; me quedo donde estoy. ¿Hemos de pugnar y bregar cuando estemos en el cielo, como deben presumir, estoy muy seguro, los que creen en el progreso y el espíritu de empresa? Pero, ¿cómo podremos pugnar y progresar, si ya seremos perfectos? ¿O vamos a holgazanear y a no preocuparnos, y nada más? En ese caso, ¿no sería mejor que aprendiéramos a holgazanear en esta tierra, como preparación para nuestra vida eterna?
Si hemos de tener un punto de vista sobre el universo, olvidémonos de nosotros y no nos reduzcamos a la vida humana. Estiremos un poco el panorama e incluyamos en él el propósito de toda la creación: las rocas, los árboles y los animales. Hay un esquema de cosas (aunque "esquema'' es otra palabra de la que, como de "propósito" y "objeto", desconfío profundamente)… quiero decir, hay un patrón de cosas en la creación, y podemos llegar a alguna suerte de opinión, por mucho que carezca de finalidad, acerca de este universo, y ocupar después nuestro lugar en él. Este criterio de la naturaleza y nuestro lugar en ella debe ser natural, por cuanto somos parte vital de ella mientras vivimos, y a ella volvemos cuando morimos. La astronomía, la geología, la biología y la historia proveen buen material para ayudarnos a formar un criterio bastante bueno, si no intentamos demasiado ni saltamos a las conclusiones. No importa que, en este criterio más amplio del propósito de la creación, el lugar del hombre pierda un poco en importancia. Basta con que tenga un lugar, y al vivir en armonía con la naturaleza que le rodea podrá formarse una perspectiva aplicable y razonable sobre la vida humana misma.
II. LA FELICIDAD HUMANA ES SENSORIA
Toda felicidad humana es felicidad biológica. Esto es estrictamente científico. A riesgo de ser mal interpretado, lo diré con mayor claridad: toda felicidad humana es sensoria. Los espiritualistas no me comprenderán, estoy seguro; los espiritualistas y los materialistas no podrán comprenderse nunca, porque no hablan el mismo idioma, o con la misma palabra quieren decir cosas diferentes. ¿También en este problema de lograr la felicidad hemos de ser engañados por los espiritualistas, y admitir que la verdadera felicidad es solamente la felicidad del espíritu? Admitámoslo de una vez, y procedamos en seguida a condicionarlo, diciendo que el espíritu es una condición del perfecto funcionamiento de las glándulas endocrinas. La felicidad, para mí, es en gran parte cuestión de digestión. Tengo que refugiarme junto al presidente de un colegio norteamericano, para asegurar mi reputación y respetabilidad, cuando digo que la felicidad es' principalmente cuestión del movimiento de los intestinos. El presidente de un colegio norteamericano, de que hablo, solía decir con gran sabiduría en su discurso ante los alumnos en cada iniciación de cursos: "Sólo hay dos cosas que quiero que tengáis presentes: leed la Biblia y tened libres los intestinos." ¡Qué alma sabia, amable, debe haber tenido para decir esto! Si se mueven los intestinos, se es feliz, y si no se mueven, se es desgraciado. No hay nada más que decir.
No nos perdamos en lo abstracto cuando hablamos de felicidad, sino que vayamos a los hechos y analicemos cuáles son los momentos verdaderamente felices de nuestra vida. En este punto nuestro, la felicidad es muy a menudo negativa: la completa ausencia de pesares o mortificaciones o dolores físicos. Pero la felicidad puede ser también positiva, y entonces la llamamos alegría. Para mí, por ejemplo, los momentos verdaderamente felices son: cuando me levanto por la mañana después de una noche de perfecto sueño y aspiro el aire matinal y hay una expansividad en los pulmones, que me inclina a inhalar hondamente, y siento una bella sensación de movimiento en torno a la piel y los músculos del pecho, y cuando, por ende, estoy bien para trabajar; o cuando tengo una pipa en la mano y descanso las piernas en una silla, y el tabaco arde lentamente, parejo; o cuando viajo en un día de verano, seca la garganta de sed, y veo un hermoso arroyo límpido, cuyo sonido mismo me hace feliz, y me quito los zapatos y las medias y hundo los pies en la deliciosa agua fresca; o cuando, después de una comida perfecta, me tiendo en un sillón, cuando a mi alrededor no hay nadie que me desagrade y la conversación marcha con paso ligero hacia un destino ignorado, y estoy física y espirítualmente en paz con el mundo; o cuando en una tarde de verano veo negras nubes que se reúnen en el horizonte y sé por seguro que antes de un cuarto de hora caerá un chaparrón de verano, pero como me avergüenza que me vean salir en la lluvia sin paraguas, me avergüenza que me vean salir en la lluvia sin paraguas, corro presurosamente a recibir el aguacero en mitad de los familia, sencillamente, que me sorprendió la lluvia.