Pero un materialista cabal, nacido con esta fe y no sumergido en ella a medias por un inesperado bautismo en agua fría, será como el soberbio Demócrito, un filósofo riente. Su deleite por un mecanismo que puede caer en tantas formas maravillosas y bellas, y puede generar tantas pasiones excitantes, ha de ser de la misma calidad intelectual que el que siente el visitante en un museo de historia natural, donde ve las innumerables mariposas en sus cajas, los flamencos y los peces, los mamuts y los gorilas. Sin duda hubo dolores en esa,¿"ida incalculable, pero pronto pasaron; y ¡cuan espléndido fue entretanto el espectáculo, cuan infinitamente interesante el interjuego universal, y cuan tontas e inevitables esas pasioncillas absolutas! Algo de esta suerte podría ser el sentimiento que despertaría el materialismo en una mente vigorosa: un sentimiento activo, gozoso, impersonal y con respecto a las ilusiones privadas, no sin un asomo de desdén.
Jamás ha sido insensible a los sufrimientos genuinos de las criaturas vivas la ética que acompaña al materialismo; por lo contrario, como otros sistemas misericordiosos, ha temblado demasiado ante el dolor y tendido a retirar ascéticamente la voluntad, para que la voluntad no fuese vencida. El desprecio por los pesares mortales está reservado para quienes con hosannas conducen el carro de Juggernaut del optimismo absoluto. Pero contra los males nacidos de la vanidad pura y el autoengaño, contra la verborragia con que se persuade el hombre de que es la meta y ¡a cumbre del universo, la risa es la defensa adecuada. La risa posee también la sutil ventaja de que no tiene por qué pasarse sin un tono de simpatía y de fraternal comprensión; como la risa que saluda los absurdos y las desventuras de Don Quijote no es una burla de las intenciones del héroe. Su ardor era admirable, pero el mundo debe ser conocido antes de que se le pueda reformar de modo pertinente, y la felicidad, para ser lograda, debe estar colocada en la razón ( [21]).
¿Cuál, pues, es esta vida mental, o esta vida espiritual, de la que siempre hemos estado tan orgullosos, y que siempre ponemos por encima de la vida de los sentidos? Infortunadamente, la biología moderna tiene la tendencia a seguir al espíritu hasta su cueva, y descubrir que es un conjunto de fibras, líquidos y nervios. Casi creo que el optimismo es un fluido, o por lo menos una condición de los nervios que se hace posible por ciertos fluidos circulantes. ¿De dónde sale la vida mental, de dónde obtiene su ser y deriva su alimento? Desde hace tiempo señalan los filósofos que todo conocimiento humano proviene de la experiencia sensoria. No podemos lograr conocimiento de especie alguna sin los sentidos de la vista y el tacto y el olfato, tal como una cámara no puede obtener fotografías sin un lente y una placa sensible. La diferencia entre un hombre hábil y un tipo tonto es que el primero tiene un mejor juego de lentes y aparatos de percepción, con el cual logra una imagen más viva de las cosas y la conserva más tiempo. Y para ir del conocimiento de los libros al conocimiento de la vida, no basta tan sólo pensar o ponderar; hay que palpar el camino, tener la sensación de las cosas como son y lograr una impresión correcta de los innumerables aspectos de la vida humana y la naturaleza humana, no como partes sin relación, sino como un todo. En este punto de sentir la vida y de ganar experiencia cooperan todos nuestros sentidos, y es a través de la cooperación de los sentidos y del corazón con la cabeza como podemos tener calor intelectual. Después de todo, el calor intelectual es lo que importa, porque es el signo de la vida, como el color verde en una planta. Notamos la vida en el pensamiento por la presencia o ausencia de calor en él, como notamos la vida en un árbol casi seco que lucha después de algún accidente desgraciado, al ver el verdor de sus hojas y la humedad y sana textura de su fibra.
V. ¿Y LOS PLACERES MENTALES?
Tomemos los placeres de la mente y del espíritu que se suponen más altos, y veamos hasta qué punto se hallan vitalmente conectados con nuestros sentidos, más que con nuestro intelecto. ¿Qué son esos placeres espirituales más altos que distinguimos de los de los sentidos más bajos? ¿No son partes de la misma cosa, no se arraigan y terminan en los sentidos, no son inseparables de ellos? Al recorrer esos placeres más altos de la mente -literatura, arte, música, religión y filosofía- vemos qué escaso papel representa el intelecto en comparación con los sentidos y los sentimientos. ¿Qué hace una pintura sino darnos un panorama o un retrato y recordar en nosotros los placeres sensorios de ver un verdadero panorama o un rostro hermoso? Y, ¿qué hace la literatura sino crear de nuevo un cuadro de la vida, darnos la atmósfera y el color, el fragante perfume de los prados o el hedor de los albañales ciudadanos? Todos decimos que una novela se acerca a la norma de la verdadera literatura en la proporción en que nos da personajes y emociones verdaderas. El libro que nos aleja de esta vida humana, o que simplemente, fríamente, hace su disección, no es literatura, y cuanto más humanamente verdadero sea un libro tanto mejor literatura lo consideraremos. ¿Qué novela gusta a un lector si sólo contiene un frío análisis, si no alcanza a darnos la sal y la aspereza y el sabor de la vida?
En cuanto a lo demás, la poesía no es más que la verdad coloreada con emoción, la música es sentimiento sin palabras, y la religión es sólo sabiduría expresada en fantasía. Como la pintura está basada en el sentido del color y la vista, la poesía se basa en el sentido del oído, del tono y del ritmo, además de su verdad emocional. La música es sentimiento puro, y carece del todo del lenguaje de las palabras, que es el único con el cual puede operar el intelecto. La música puede retratarnos los sonidos de campanas y de mercados y de batallas; puede retratarnos hasta la delicadeza de las flores, el ondulado movimiento de las olas, o la dulce serenidad de un rayo de luna; pero en el momento en que da un paso fuera del límite de los sentidos y trata de retratarnos una idea filosófica, debe ser considerada decadente, y producto de un mundo decadente.
¿No empezó con la razón misma la degeneración de la religión? Como dice Santayana, el proceso de la degeneración de la religión se debió al exceso de razonamiento: "Esta religión, desgraciadamente, cesó hace mucho tiempo de ser sabiduría expresada en fantasía, para convertirse en superstición recargada de razonamiento." La decadencia de la religión se debe al espíritu pedante, en la invención de credos, fórmulas, artículos de fe, doctrinas y apologías. Nos hacemos cada vez menos píos, a medida que justificamos más, y racionalizamos nuestras creencias, y nos mostramos tan seguros de estar en lo cierto. Por eso es que toda religión se convierte en estrecha secta, que cree haber descubierto la única verdad. La consecuencia es que cuanto más justificamos nuestras creencias, tanto más estrechos de criterio nos hacemos, como es evidente en todas las sectas religiosas. Esto ha hecho posible que la religión se asocie con las peores formas de intolerancia, estrechez de criterio y hasta egoísmo puro en la vida personal. Tales religiones alimentan el egoísmo del hombre, no sólo porque le imposibilitan para ser ecuánime con otras sectas, sino también porque convierten la práctica de la religión en un negocio privado entre Dios y él, un negocio por el cual la primera de las partes es glorificada por la segunda, que canta himnos e invoca su nombre en todas las ocasiones posibles, y á cambio de ello la primera de las partes bendice a la segunda, le bendice particularmente, más que a cualquier otra persona, y a su familia más que a cualquier otra familia. Por esa razón vemos que el egoísmo natural se lleva tan bien con algunas de esas ancianas tan "religiosas" y tan frecuentadoras de iglesias. Al fin, el sentido de la autojustificación, de haber descubierto la única verdad, desplaza a todas las bellas emociones que dieron origen a la religión.