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Cuando se reúnen personas para conjeturar sobre la vida misma, algunos se sientan y hablan y vierten sus pensamientos en la intimidad de un cuarto, y algunos, dominados por un sentimiento, se lanzan a un mundo allende las realidades corpóreas. Aunque elegimos nuestros placeres «egún nuestras inclinaciones-algunos ruidosos y revoltosos, y otros traaauilos y serenos-, y cuando hemos encontrado aquello que nos place, estamos todos felices y contentos, hasta el punto de olvidar que envejecemos. Y luego, cuando la saciedad sigue a la satisfacción y, con el cambio de las circunstancia», cambian también nuestros caprichos y deseos, surge entonce» una sensación de punzante pesar. En un abrir y cerrar de ojos, los objetos de nuestros previos placeres pasan a ser cosas del pasado, que nos obligan a tener momentos de pesaroso recuerdo. Además, sean largas o cortas nuestras vidas, todos terminamos eventualmente en la nada. "Grandes en verdad son la vida y la muerte", decían los antiguos. ¡Ah! ¡Qué tristeza!

A menudo estudio los júbilos y los pesares de la gente de antes, y a/ inclinarme sobre sus escritos y ver que se sentían conmovidos tal como nosotros, me veo frecuentemente vencido por un sentimiento de tristeza y compasión, y me gustaría aclarar las cosas, para mi. ¡Bien sé que es mentira decir que la vida y la muerte son la misma cosa, y que la longevidad o la muerte temprana no hacen diferencia alguna! ¡Ahí Así como los del presente miramos a los del 'pasado, así nos mirará la posteridad a los del presente. Por lo tanto, he fijado un esbozo de mis contemporáneos y sus palabras en esta fiesta, y aunque cambien el tiempo y las circunstancias seguirá siendo igual la forma en que evocarán nuestros estados de felicidad y de pena. ¡Qué sentirán los lectores del futuro cuando fijen sus ojos en este escrito! ( [24]).

La creencia en nuestra mortalidad, la sensación de que vamos a quebrarnos y extinguirnos como la llama de un cirio', digo, es algo gloriosamente bello. Nos hace sobrios; nos hace algo tristes; y a muchos nos hace poéticos. Pero, sobre todo, nos hace posible preparar nuestro ánimo y arreglar nuestra vida sensatamente, verazmente, y siempre con un sentido de nuestras limitaciones. Da también la paz, porque la verdadera paz de espíritu proviene de la aceptación de lo peor.Psicológicamente, creo, significa una liberación de energías.

Cuando los poetas y la gente común de China gozan de la vida, hay siempre en ellos el sentimiento subconsciente de que la alegría no va a durar siempre, y los chinos dicen a menudo al terminar una feliz reunión: "Hasta la feria más gloriosa, con cobertizos de esteras tendidos sobre mil millas, debe llegar a su fin más temprano o más tarde". El festín de la vida es como el festín de Nabucodonosor. Este sentimiento de la calidad de sueño de nuestra existencia inviste al pagano de una especie de espiritualidad. Ve la vida esencialmente como un artista de Sung ve un escenario de montañas al pintar un panorama: envuelto en una niebla de misterio, lleno a veces el aire de humedad.

Privada de la inmortalidad, la proposición de vivir se hace una simpleproposición, Es ésta: que los seres humanos tenemos un limitado plazo que vivir en esta tierra, rara vez más de setenta años, y que por lo tanto hemos de concertar nuestras vidas de manera que vivamos lo más felizmente que podamos bajo un juego dado de circunstancias. Pisamos aquí terreno contuciano.hay algo mundano, algo terriblemente sujeto a la tierra en esto, y el hombre procede a trabajar con empecinado sentido común, casi con el espíritu que George Santayana llama "fe animal". Con esta fe animal, tomando la vida tal como es, hemos adivinado astutamente ya, sin la ayuda de Darwin, nuestra semejanza esencial con los animales. Nos hizo aferramos a la vida -la vida del instinto y la vida de los sentidos- en la creencia de que, como todos somos animales, sólo podemos ser verdaderamente felices cuando nuestros instintos normales están normalmente satisfechos. Esto se aplica al goce de la vida en todos sus aspectos.

¿Somos materialistas, pues? Un chino no sabría cómo responder a esta pregunta. Porque con su espiritualidad basada en una especie de existencia material, sujeta a la tierra, no alcanza a ver la distinción entre el espíritu y la carne. Indudablemente, ama las comodidades terrenas, pero las comodidades son cuestión de los sentidos. Sólo a través del intelecto alcanza el hombre la diferenciación entre el espíritu y la carne, en tanto que nuestros sentidos dan la puerta para ambos, como ya lo hemos visto en el capítulo anterior. La música, indudablemente la más espiritual de nuestras artes, pues eleva al hombre al mundo del espíritu, se basa en el sentido del oído. Y el chino no logra ver cómo una simpatía de gustos en el goce de la comida es menos espiritual que una sinfonía de sonidos. Sólo con este sentido realista podemos considerar los sentimientos hacia la mujer que amamos. Es posible una distinción entre su alma y su cuerpo. Porque si amamos a una mujer, no amamos la geométrica precisión de sus facciones, sino más bien sus modos y sus gestos en movimientos, sus miradas y sonrisas. Pero, ¿son físicas o espirituales las miradas y las sonrisas de una mujer? Nadie puede decirlo.

Este sentimiento de la realidad y espiritualidad de la vida se ve ayudado por el humanismo chino; aun más, por toda la manera china de pensar y vivir. La filosofía china puede ser definida brevemente como una preocupación por el conocimiento de la vida más que por el conocimiento de la verdad. Dejando de lado todas las especulaciones metafísicas, por irrelevantes en cuanto a la cuestión de vivir, y como pálidas reflexiones engendradas en nuestro intelecto, los filósofos chinos se aferran a la vida misma y se hacen la única y eterna pregunta: "¿Cómo hemos de vivir?" La filosofía en el sentido occidental parece eminentemente ociosa a los chinos. En su preocupación por la lógica, que se ocupa del método de llegar al conocimiento, y por la epistemología, que plantea la cuestión de la posibilidad del conocimiento, ha olvidado tratar del conocimiento de la vida misma. Eso es una insensatez tan grande y una frivolidad de la misma especie que la de hacer el amor y la corte sin llegar al matrimonio y a la producción de hijos, lo cual es tan malo como tener regimientos de rojos uniformes que marchan en desfiles sin ir a la batalla. Los filósofos alemanes son los más frívolos de todos; cortejan a la verdad como ardientes enamorados, pero rara vez se le declaran en matrimonio.

V. ¿QUÉ ES LA SUERTE?

La contribución particular del taoísmo a la creación del temperamento ocioso reside en el reconocimiento de que no existen cosas tales como la suerte y la adversidad. La enseñanza taoísta por excelencia es la de acentuar el ser sobre el hacer, el carácter sobre los logros, y la calma sobre la acción. Pero la calma interna sólo es posible cuando el hombre no está perturbado por las vicisitudes de la fortuna. El gran filósofo taoísta Liehtsé nos dio la famosa parábola del Anciano del Fuerte:

Un Anciano vivía con su Hijo en un fuerte abandonado sobre la cumbre de una colina, y un día perdió un caballo. Los vecinos llegaron a expresar su pesar por este infortunio, y el Anciano preguntó:

– ¿Cómo sabéis que es mala suerte?

Pocos días más tarde volvió su caballo con una cantidad de caballos salvajes, y esta vez vinieron sus vecinos a felicitarle por esta muestra de fortuna, y el Anciano respondió:

– ¿Cómo sabéis que es buena suerte?

Con tantos caballos a su alcance, el Hijo empezó a cabalgar en ellos, y un día se fracturó una pierna. Otra vez llegaron los vecinos a expresar sus condolencias y el Anciano respondió:

– ¿Cómo sabéis que es mala suerte?

Al año siguiente hubo una guerra, y porque el Hijo del Anciano estaba lisiado no tuvo que ir al frente.

Evidentemente esta clase de filosofía permite al hombre soportar unos cuantos golpes duros en la vida, con la creencia de que no hay golpes duros sin sus ventajas. Como las medallas, tienen reverso. La posibilidad de la calma, el poco gusto por la acción y el movimiento por sí mismo, y el desprecio del buen éxito y de las realizaciones se hacen posibles con esta especie de filosofía, una filosofía que dice: Nada importa a un hombre que dice que nada importa. El deseo de un triunfo muere a manos de la corazonada de que el deseo de triunfo significa casi lo mismo que el temor del fracaso. Cuantos más triunfos ha conseguido un hombre, tanto más teme su caída. Las ilusorias recompensas de la fama se ven puestas frente a las tremendas ventajas de la oscuridad. Desde el punto de vista taoísta, un hombre educado es el que cree que no ha triunfado cuando ha triunfado, pero no está tan seguro de haber fracasado cuando fracasa, en tanto que la marca del hombre semieducado es su presunción de que sus triunfos y fracasos externos son absolutos y reales.

Por ende, la distinción entre budismo y taoísmo es ésta: la meta del budista es que no va a necesitar nada, en tanto que la meta del taoísta es que no va a ser necesitado para nada. Sólo quien no es necesitado por el público puede ser un individuo despreocupado, y sólo quien es un individuo despreocupado puede considerarse un ser humano feliz. Con este espíritu, Tschuangtsé, el más grande y mejor dotado entre los filósofos taoístas, nos advierte continuamente que no seamos demasiado prominentes, demasiado útiles y demasiado serviciales. Cuando engordan demasiado, se mata a los cerdos y se les ofrenda en el altar del sacrificio, y los pájaros hermosos son los primeros que mata el cazador, por su bello plumaje. En este sentido, Tschuangtsé narró la parábola de dos hombres que van a profanar una tumba y a robar el cadáver. Dan martillazos en la frente del cadáver, le quiebran los pómulos y rompen las mandíbulas, todo porque el muerto cometió la tontería de ser enterrado con una perla en la boca.

La conclusión inevitable de todo este filosofar es: ¿Por qué no holgazanear?

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[24] Incidentalmente, el manuscrito de este ensayo, o más bien su primer borrador, es considerado hoy el más valioso ejemplo de caligrafía china, porque el autor, Wang Hsichih, es reconocido como Príncipe de la Caligrafía. Tres veces fracasó en sus intentos por mejorar su letra original, y por eso el manuscrito se ha conservado hasta hoy en borrador, con todas las tachaduras y enmiendas.