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El hombre no ha aprendido a vivir con la mujer, desde que comenzó la historia. Lo extraño es que ningún hombre ha vivido sin la mujer, a pesar de eso. Ningún hombre puede hablar desdeñosamente de la mujer si advierte que nadie ha llegado a este mundo sin una madre. Desde el nacimiento hasta la muerte está rodeado de mujeres, como madre, esposa e hijas, y aunque no se case tendrá que depender de su hermana, como Willíam Wordsworth, o depender de su ama de llaves, como Herbert Spencer. Ninguna filosofía, por bella que sea, va a salvar su alma si no puede establecer una debida relación con su madre y su hermana, y si no puede establecer la debida relación ni siquiera con su ama de llaves, ¡qué Dios tenga piedad de él!

Hay cierta tragedia en un hombre que no ha logrado la debida relación con la mujer y que ha llevado una vida moral desviada, como Osear Wilde, que aun exclama: "¡El hombre no puede vivir con una mujer, ni puede vivir sin ella!" De modo que parece que la sabiduría humana no ha progresado un centímetro entre el autor de un cuento hindú y Osear Wilde, en los comienzos del siglo XX, porque ese autor de un cuento hindú de la Creación expresó esencialmente el mismo pensamiento hace cuatro mil años. Según esta historia de la Creación, al crear a la mujer Dios tomó la belleza de las flores, el canto de los pájaros, los colores del arcoiris, el beso de la brisa, la risa de las olas, la dulzura del cordero, la astucia del zorro, la impredictibilidad de las nubes y la volubilidad de la lluvia, y tejió todo en forma de mujer, y la presentó al hombre por esposa. Y el Adán hindú fue feliz, y él y su esposa ambularon por la hermosa tierra. Al cabo de unos pocos días. Adán fue a Dios y le dijo: "Llévate a esta mujer de mi lado, porque no puedo vivir con ella". Y Dios escuchó este pedido y se llevó a Eva. Adán se sintió solo entonces, y desgraciado, y a los pocos días fue otra vez ante Dios y le dijo: "Devuélveme mi mujer, porque no puedo vivir sin ella". Otra vez escuchó Dios el pedido y le devolvió a Eva. Unos pocos días más tarde, Adán volvió ante Dios y pidió: "Por favor, toma a esta Eva que has creado, porque juro que no puedo vivir con ella". En Su infinita sabiduría. Dios consintió nuevamente. Cuando por fin Adán se presentó una cuarta vez y se quejó de que no podía vivir sin su compañera. Dios le hizo prometer que no cambiaría otra vez de opinión, y que iba a unir su suerte a la de su mujer, y vivir juntos en esta tierra como mejor pudieran. No creo que haya cambiado mucho este cuadro, aun hoy.'

II. EL CELIBATO, RAREZA DE LA CIVILIZACIÓN

La adopción de un punto de vista biológico tan sencillo y natural implica dos conflictos: primero, el conflicto entre el individualismo y la familia, y segundo, un conflicto más profundo: entre la estéril filosofía del intelecto y la más cálida filosofía del instinto. Porque el individualismo y el culto del intelecto suelen cegar a un hombre para las bellezas de la vida hogareña, y entre los dos creo que el primero no es tan maligno como el segundo. Un hombre que crea en el individualismo y lo lleve a sus consecuencias lógicas, puede ser aún un ser muy inteligente; pero un hombre que cree en la cabeza fría contra el corazón tibio, es un tonto. Para el colectivismo de la familia como unidad social puede haber sustitutos, pero no para la pérdida de los instintos del apareamiento y el paterno-materno.

Tenemos que partir de la premisa de que el hombre no puede vivir solo en este mundo y ser feliz, sino que debe asociarse con un grupo en torno. El yo del hombre no está limitado por sus proporciones corporales, pues hay un yo mucho más grande que se extiende hasta donde llegan sus actividades mentales y sociales. En cualquier edad y país, y bajo cualquier norma de gobierno, la verdadera vida que algo significa para el hombre no es coextensiva, jamás, con su país o su edad, sino que consiste en ese círculo menor de sus relaciones y actividades, que llamamos el "yo mayor". En esta unidad social vive y se mueve y tiene su ser. Tal unidad social puede ser una parroquia, o una escuela, o una prisión, o una casa de negocios, o una sociedad secreta, o una organización filantrópica. Estas pueden ocupar el lugar del hogar como unidad social, y desplazarlo del todo a veces. La misma religión, o acaso un gran movimiento político, puede consumir el ser entero de un hombre. Pero de todos esos grupos, el hogar sigue siendo la única unidad natural y biológicamente real, satisfactoria y significativa de nuestra existencia. Es natural porque cada hombre se encuentra ya en su hogar cuando nace y también porque sigue estando en un hogar durante su vida; y es biológicamente real porque la relación de la sangre presta realidad visible a la noción de ese yo mayor. Quien no consiga hacer un éxito de esta vida natural del grupo, no puede esperar que hará un éxito de la vida en otros grupos. Confucio dice: "Los jóvenes deberían aprender a ser filiales en el hogar y respetuosos en la sociedad; deberían ser conscientes y honestos, y amar a todas las personas y asociarse con los caballeros bondadosos. Si después de cumplir estos preceptos les queda energía, que lean libros." Aparte de la importancia de esta vida del grupo, el hombre se expresa y se cumple plenamente y llega al más alto desarrollo de su personalidad sólo en el complementamiento armonioso de un adecuado miembro del otro sexo.

La mujer, que tiene un sentido biológico más profundo que el hombre, lo sabe. Subconscientemente, todas las niñas chinas sueñan con la roja falda de bodas y el palanquín nupcial, y todas las niñas occidentales sueñan con el velo de novia y las campanas de la boda. La naturaleza ha dotado a las mujeres de un instinto maternal demasiado poderoso para que se la aparte fácilmente del camino por una civilización artificial. No dudo de que la naturaleza concibe a la mujer sobre todo como madre, más que como esposa, y la ha dotado de características morales y mentales que atañen a su papel como madre, y que encuentran su verdadera explicación y unidad en el instinto maternaclass="underline" realismo, juicio, paciencia, paciencia por los detalles, amor por los que son pequeños y desventurados, deseo de cuidar a alguien, fuerte amor y odio animales, gran prejuicio personal % emotivo y una perspectiva generalmente personal sobre las cosas. La filosofía, por lo tanto, ha errado mucho el camino al abandonar el concepto de la naturaleza misma y tratar de hacer felices a las mujeres sin tomar en cuenta este instinto maternal que es el rasgo dominante y la explicación central de todo su ser. Así, en todas las mujeres sin educación o cuerdamente educadas, el instinto maternal no está jamás suprimido, aparece en la niñez y se hace cada vez más fuerte en la adolescencia hasta la madurez, en tanto que, en el hombre, el instinto paternal rara vez se hace consciente hasta después de los treinta y cinco años de edad, o en cualquier caso hasta que tenga un hijo o una hija de cinco años. No creo que un hombre de veinticinco años piense jamás en ser padre. Se enamora de una moza y accidentalmente produce un bebé y se olvida de todo, en tanto que los pensamientos de su esposa no se ocupan de otra cosa, hasta que un día, pasados ya los treinta años, el padre advierte de pronto que tiene un hijo o una hija a quien puede llevar al mercado y mostrar a sus amigos, y sólo entonces empieza a sentirse paternal. Pocos hombres de veinte o veinticinco años son los que no se divierten con la idea de llegar a ser padres, y fuera de esa diversión poco es lo que piensan en el asunto, en tanto que tener un hijo, o aun esperarlo, es probablemente la cosa más seria que ocurre jamás en la vida de una mujer, y cambia todo su ser hasta el punto de efectuar una transformación en su carácter y sus costumbres. El mundo se convierte en un mundo diferente para ella, cuando una mujer está por ser madre. Desde ese momento no le queda duda alguna en el ánimo en cuanto a su misión en la vida o al propósito de su existencia. Se la necesita. Y funciona. He visto la más mimada y regalona hija única de una rica familia china convertida en una mujer heroica, y la he visto perder el sueño durante meses mientras su hijo estuvo enfermo. En el plan de la naturaleza, no es necesario un instinto paternal así, y no se produce tampoco, porque, como el pato o el ganso, tiene poco interés por su cría, fuera de haber contribuido con su parte. Las mujeres, por consiguiente, sufren fisiológicamente en grado sumo cuando esta fuerza motriz central de su ser no se expresa y no funciona. Nadie debe decirme cuan buena es la civilización norteamericana con las mujeres, cuando permite que tantas mujeres buenas queden solteras sin haber tenido culpa.