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No dudo que el desajuste de los matrimonios norteamericanos se debe muy principalmente a esta discrepancia entre el instinto maternal de las mujeres y el instinto paternal de los hombres. Lo que se llama "inmadurez emotiva" de los jóvenes norteamericanos no puede tener otra explicación que este hecho biológico; los hombres que se crían bajo un sistema social de exceso de mimos a la juventud, no poseen el freno natural del pensamiento responsable que tienen las niñas debido a su mayor instinto maternal. Sería ruinoso que la naturaleza no proveyera a las mujeres de suficiente sobriedad cuando están fisiológicamente prontas para llegar a madres, pero la naturaleza lo hace. Los hijos de familias pobres ven incluido en sus sistemas el pensamiento de responsabilidad por las circunstancias más penosas, y de este modo sólo quedan los hijos mimados de familias ricas -en una nación que venera y mima a la juventud- en una condición ideal para convertirse en incompetentes sociales y emocionales.

Después de todo, sólo nos interesa la pregunta "¿Cómo vivir una vida más feliz?", y no puede ser feliz ninguna vida a menos que allende las consecuencias superficiales de la vida externa jueguen y encuentren un desahogo normal los resortes más profundos del carácter. El celibato como ideal en la forma de "carrera personal" lleva consigo, no sólo una lacra individualista, sino también otra tontamente intelectual, y por esta última razón se le debe condenar. Siempre sospecho que el solterón o la solterona que lo siguen siendo por elección, son intelectuales inefectivos, demasiado ocupados con sus consecuencias externas, que creen que, como seres humanos, pueden encontrar la felicidad en un defectuoso sustituto de la vida de hogar, o que pueden encontrar un interés intelectual, artístico o profesional profundamente satisfactorio.

Lo niego. Este espectáculo del individualismo, de la soltería y la carencia de hijos, de tratar de encontrar sustitutos de una vida plena y satisfactoria en "carreras" y realizaciones personales o en campañas para impedir la crueldad con los animales, me ha sorprendido siempre como algo tonto y cómico. Esto es fisiológicamente sintomático en el caso de esas viejas solteronas que tratan de procesar al gerente de un circo por su crueldad con los tigres, porque han despertado sus sospechas las marcas de latigazos en el lomo de los animales. Estas protestas parecen provenir de un instinto maternal mal dirigido, aplicado a una especie que no corresponde, como si los tigres verdaderos jamás se hubieran ocupado de unos pocos latigazos. Estas mujeres tantean vagamente en busca de un lugar en la vida y tratan con mucho empeño de parecer convincentes, ante sí mismas y ante los otros.

Las recompensas de las realizaciones políticas, literarias y artísticas producen en sus autores solamente una risita pálida, intelectual, en tanto que son imposibles de describir con palabras, e inmensamente reales, las recompensas de ver crecer hijos fuertes y sanos. ¿Cuántos autores y artistas están satisfechos con sus realizaciones cuando llegan a viejos, y cuántos las consideran sólo simples productos de un pasatiempo, justificables sobre todo como medios de ganarse la vida? Se dice que pocos días antes de su muerte Herbert Spencer hizo apilar sobre su falda los dieciocho volúmenes de La filosofía sintética y que, al sentir su peso frío, se preguntó si no habría sido mejor tener un nieto en lugar de esa obra. ¿No habría cambiado la sabia Elia todo el conjunto de sus ensayos por uno de sus "niños de ensueño"? Ya es malo tener azúcar- Ersatz, manteca-Ersafz, y algodón-Ersafz, ¡pero debe ser deplorable tener hijos-Ersafz! No pongo en duda que hubo una satisfacción moral y estética para John D. Rockefeller en la idea de que había contribuido tanto a la felicidad humana en tan vastas regiones. Pero, al mismo tiempo, no dudo de que esa satisfacción moral y estética fue sumamente débil y pálida, tanto, que sería fácilmente contrarrestada por un golpe estúpido en la cancha de golf, y que su satisfacción verdadera, perdurable, era John D. (hijo).

Si miramos desde otro lado, la felicidad es sobre todo cuestión de encontrar un trabajo en la vida, el trabajo que uno quiere. Dudo que el noventa por ciento de los hombres y mujeres ocupados en una profesión hayan encontrado el trabajo que en realidad les gusta. Sospecho que la tan repetida declaración de "Adoro mi trabajo", debe ser tomada con un grano de sal. Nadie dice "Adoro mi hogar", porque es cosa que se da por sentada. El hombre de negocios común va a la oficina casi con el mismo espíritu con que las mujeres chinas producen hijos: todo el mundo lo hace, ¿qué otra cosa puedo hacer yo? "Adoro mi trabajo", así dicen todos. Tal declaración es una mentira en el caso de los ascensoristas y las telefonistas y los dentistas, y una burda exageración en el caso de periodistas, agentes de bienes raíces y corredores de bolsa. Con la excepción del explorador del Ártico o el hombre de ciencia que está en su laboratorio, dedicado a la labor de descubrimiento, creo que lo mejor que podemos esperar es que nos guste nuestro trabajo, que nos sea llevadero. Pero aun admitiendo una figura de lenguaje, no hay comparación entre el amor por el trabajo y el amor de la madre por sus hijos. Muchos hombres tienen dudas acerca de su verdadera vocación, y cambian de una a otra, pero jamás hay una duda en el ánimo de una madre con respecto al trabajo de su vida, que es cuidar y guiar a sus pequeños. Algunos políticos triunfantes han abandonado la política, algunos redactores afamados han abandonado el trabajo en su revista, algunos aviadores conocidos han dejado de volar, algunos boxeadores adinerados han dejado el ring, y algunos actores o actrices triunfantes han abandonado las tablas, pero, ¡ imaginad a una madre, triunfante o no en su trabajo, que renuncie a la maternidad! Es inaudito. La madre tiene la sensación de que se la necesita; ha encontrado un lugar en la vida y tiene la honda convicción de que nadie en el mundo puede ocupar su lugar, una convicción más profunda que la de Hitler de que debe salvar a Alemania. ¿Y qué puede dar al hombre o a la mujer una felicidad mayor, más honda, que la satisfacción de saber que tiene un lugar definido en la vida? ¿No es cosa de sentido común decir que en tanto que menos del cinco por ciento de la gente tiene la fortuna de encontrar y dedicarse al trabajo que ama, el cien por ciento de los progenitores encuentra que el trabajo de cuidar de sus hijos es el más hondo y el más cautivador de los motivos de la vida? ¿No es cierto, entonces, que la probabilidad de encontrar la verdadera felicidad es más segura y mayor para una mujer si está dedicada a ser madre que si está dedicada a ser arquitecto, por cuanto la naturaleza jamás falla? ¿No es cierto que el matrimonio es la mejor profesión para las mujeres?