El arte ha hecho que el hombre moderno tenga conciencia del sexo. No me cabe duda. Primero el arte, y después la explotación comercial del cuerpo femenino, hasta su última curva u ondulación muscular, y hasta la última uña pintada de los dedos del pie. Jamás he visto tan completamente explotada con fines comerciales cada una de las partes del cuerpo de la mujer, y me es difícil comprender cómo se han, sometido tan dulcemente las mujeres norteamericanas a esta explotación de sus cuerpos. Para un oriental, es difícil conciliar esta explotación comercial del cuerpo femenino con el respeto por las mujeres. Los artistas la llaman belleza, los espectadores de teatro la llaman arte, sólo los productores y gerentes hablan honradamente de "sex appeal", y los hombres en general pasan un buen rato. Es típico de una sociedad hecha por el hombre y regida por el hombre, que se desnude a las mujeres para la explotación comercial, y casi nunca a los hombres, salvo unos pocos acróbatas. En el escenario podemos ver mujeres casi desvestidas, pero los hombres conservan sus trajes; en un mundo regido por las mujeres veríamos, ciertamente, a los hombres semidesnudos, y a las mujeres con largos vestidos. Los artistas estudian igualmente la anatomía masculina y la femenina, pero no sé por qué les es difícil dar provecho comercial a su estudio del cuerpo masculino cuando es hermoso. El teatro desnuda para excitar, pero generalmente desnuda a las mujeres para excitar a los hombres, y no desnuda a los hombres para excitar a las mujeres. Aun en las exhibiciones de clase superior, donde se procura ser artístico y moral a la vez, se permite a las mujeres que sean artísticas y a los hombres que sean morales, pero jamás se insiste en que las mujeres sean morales y los hombres artísticos. (Todos los hombres que actúan en teatros de variedades se limitan a tratar de ser graciosos, aun cuando se dediquen a la danza, que se supone es "artística".) Los anuncios comerciales recogen el tema y lo ejecutan en interminables variaciones, de manera que todo lo que necesita hacer hoy un hombre cuando quiere ser "artístico" es tomar un ejemplar de cualquier revista y recorrer las páginas de avisos. El resultado es que las mismas mujeres están tan impresionadas con el deber de ser artísticas, que aceptan inconscientemente la doctrina y pasan hambre o se someten a masajes y rigurosa disciplina, a fin de contribuir a un mundo más hermoso. Las de menos claro entendimiento se ven llevadas casi a pensar que el único modo de conseguir un hombre y conservarlo es emplear el "sex appeal".
Considero que esta sobreacentuación de la atracción sexual comprende un criterio adolescente e inadecuado de la naturaleza toda de la mujer, con ciertas consecuencias sobre el carácter del amor y el matrimonio, cuya concepción se hace también falsa e inadecuada. Se piensa así en la mujer más como posibilidad de apareamiento que como espíritu que debe presidir el hogar. La mujer es esposa y madre, pero si se acentúa el sexo como tal, la noción de la hembra desplaza a la noción de la madre, e insisto en que la mujer llega a su estado más noble sólo como madre, y que una esposa que por propia elección se niega a ser madre, inmediatamente pierde una gran parte de su dignidad y seriedad y se halla en peligro de convertirse en un juguete. Para mí, cualquier
El instinto amoroso tiene una contribución propia que hacer al enriquecimiento de la vida, pero puede excederse en detrimento de la mujer misma. El esfuerzo de mantener elevada la atracción sexual cae necesariamente sobre los nervios de las mujeres, no de los hombres. Es injusto, también, porque, al dar primas a la belleza y la juventud, las mujeres maduras se ven ante la desesperanzada tarea de luchar contra las canas y el curso del tiempo. Un poeta chino nos ha advertido ya que la fuente de la juventud es un engaño, que nadie puede "atar un cordel al sol" y detener su carrera. El esfuerzo de la mujer madura por conservar la atracción sexual se convierte así en una ardua carrera con los años, lo cual es insensato. Sólo el humor puede salvar la situación. Si de nada vale librar una lucha sin esperanzas contra la ancianidad y las canas, ¿por qué no decir entonces que las canas son hermosas? Así canta Chu Tu:
He ganado blancas canas, centenares, en mi cabeza.
Tan pronto como las quito, aparecen muchas otras.
¿Por qué quitarlas, entonces, por qué no dejarlas solas?
¿Quién tiene tiempo para la lucha contra la plateada hebra?
Todo esto es antinatural e injusto. Es injusto con las madres y las mujeres ancianas, porque así como un campeón de peso pesado debe entregar su título a los pocos años a un desafiante más joven, y así como un caballo más viejo debe ceder en carrera al que tiene juventud, también las mujeres ancianas libran una batalla perdida contra las mujeres jóvenes, y al fin y al cabo todas luchan contra su propio sexo. Es tonto, peligroso y sin esperanzas para las mujeres maduras enfrentar a las jóvenes en el terreno de la atracción sexual. Es tonto, además, porque hay en la mujer algo más que su sexo, y aunque la corte y los amoríos se basan en gran parte, necesariamente, en los atractivos físicos, los hombres y las mujeres más maduros deberían haber dejado atrás tal cosa.
El hombre, ya lo sabemos, es el animal más enamoradizo del reino zoológico. Además de su instinto amoroso, sin embargo, hay un instinto paterno o materno igualmente fuerte, cuyo resultado es la vida familiar humana. Los instintos amoroso y paternal están compartidos en común con casi todos los animales, pero parece que los orígenes de la vida.familiar del hombre se encuentran entre los gibones. Existe, no obstante, el peligro de que el instinto amoroso subyugue al instinto de familia en una cultura excesivamente compleja que rodea al hombre de constantes estímulos sexuales en el arte, el cinematógrafo y el teatro. En esta cultura se puede olvidar fácilmente la necesidad del ideal de familia, especialmente cuando, además, hay una corriente de ideas individualistas. En una sociedad así, pues, obtenemos un extraño punto de vista sobre el matrimonio, y pensamos que consiste en eternos besos, que terminan en general con las campanas de la boda, y un extraño punto de vista sobre la mujer, en la que pensamos sobre todo como hembra del hombre y no como madre. La mujer ideal, entonces, llega a ser una joven de perfectas proporciones físicas y de encanto físico, en tanto que para mí la mujer no es jamás tan hermosa como cuando se halla de pie junto a una cuna, jamás tan seria y tan digna como cuando tiene a un niño sobre el pecho y conduce de la mano a un niño de cuatro o cinco años, y jamás tan feliz como cuando, según he visto en un cuadro occidental, está tendida en cama contra una almohada y juega con el niño que tiene al pecho. Tal vez tenga yo un complejo de maternidad, pero no hay que preocuparse, porque los complejos psicológicos nunca hacen daño a un chino. Siempre me parece ridícula y poco convincente cualquier sugestión de que un chino tenga un complejo de Edipo, o un complejo de padre e hija, o un complejo de hijo y madre. Sugiero que mi criterio de la mujer no se debe a un complejo de maternidad, sino a la influencia del ideal chino de la familia.