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IV. EL IDEAL FAMILIAR CHINO

Creo, casi, que la historia de la Creación en el Génesis debe ser redactada de nuevo y por entero. En la novela china Sueño de la cámara roja, el mozo, que es su protagonista, un sentimental afeminado muy afecto a la compañía de las mujeres, que admira intensamente a sus hermosas primas y llega a sentir lástima de ser varón, dice que "la mujer está hecha de agua y el hombre de arcilla", por la razón de que cree que sus primas son dulces y puras y hábiles, en tanto que él y sus compañeros son feos y torpes y malhumorados. Si quien escribió el Génesis hubiese sido Paoyü y sabido de qué hablaba, habría escrito un relato diferente. Dios tomó un puñado de barro, lo modeló hasta darle forma humana y le puso su aliento en la nariz, y ya estuvo Adán. Pero Adán empezó a resquebrajarse y a caerse en pedazos, y entonces Él tomó un poco de agua y con el agua modeló la arcilla, y esta agua que entró en el ser de Adán se llamaba Eva, y sólo cuando tuvo a Eva en su ser fue completa la vida de Adán. Al menos, éste me parece que es el significado simbólico del matrimonio. La mujer es agua y el hombre arcilla, y el agua penetra y moldea la arcilla, y la arcilla retiene el agua y le da su sustancia, en la cual se mueve y vive y tiene su pleno ser el agua.

La analogía de la arcilla y el agua en el matrimonio humano fue expresada hace mucho tiempo por Madame Kuan, esposa del gran pintor yüan. Chao Mengfu, y pintora y maestra ella también en la Corte Imperial. Cuando, ya maduros ambos, se enfriaba el ardor de Chao, o por lo menos ya pensaba en tomar una amante, Madame Kuan escribió este poema, que llegó al corazón y cambió el ánimo de Chao:

Entre tú y yoHay demasiada emoción.Ese es el motivoDe tal conmoción.Toma un montón de arcilla,Mójalo, fórmalo,Y de mí habrá algo en tu arcilla.Y haz una imagen míaY una imagen tuya.Tíralas luego, rómpelas,Y agrégales agua.Une la arcilla y modélalaEn una imagen tuyaY una imagen mía.Entonces habrá en mi arcilla algo de tí,Y jamás nos separará nada;Vivos, dormiremos en la misma cama,Y muertos, juntos nos sepultarán.

Es cosa bien conocida que la sociedad china y la vida china están organizadas sobre la base del sistema familiar. Este sistema determina y da color a todo el patrón de la vida. ¿De dónde vino este ideal familiar de la vida? Rara vez se ha preguntado tal cosa, porque los chinos parecen darla por sentada, en tanto que los estudiantes extranjeros no se sienten competentes para emprender la tarea. Se atribuye a Confucio haber contribuido al fundamento filosófico del sistema de familia, como base de toda la vida social y política, con su enorme énfasis en la relación de marido y mujer, como fundamento de todas las relaciones humanas, en la piedad filial hacia los padres, las visitas anuales a las tumbas ancestrales, el culto de los antepasados, y la institución del salón ancestral.

El culto chino por los antepasados ha sido llamado religión por ciertos escritores, y creo que es en gran parte así.

Su aspecto no religioso es la exclusión o el lugar mucho menos significativo del elemento sobrenatural. Se deja casi intacto lo sobrenatural, y el culto de los antepasados puede ir de la mano con la creencia en un dios cristiano, budista o mahometano. Los ritos del culto de los antepasados dan una forma de religión, y son a la vez naturales y justificables porque todas las creencias deben tener un símbolo y una forma externos. No creo que los respetos que se rinden a unas tabletas cuadradas de madera, de unos treinta centímetros de largo y en las que se inscriben los nombres de los antepasados, sean más o menos religiosos que el empleo de un retrato del Rey en un sello de correos británico. En primer lugar, se concibe a esos espíritus ancestrales menos como dioses que como seres humanos, y se les sigue sirviendo como lo fueron por sus descendientes en su ancianidad. No se les hacen ruegos de dones ni plegarias para que curen enfermedades, y no existe el acostumbrado regateo entre el venerado y el que venera. En segundo lugar, esta ceremonia de culto no es más que una ocasión de piadoso recuerdo de los antepasados desaparecidos, en un día consagrado a la reunión de la familia. A lo sumo, es apenas un pobre sustituto de la celebración del cumpleaños del antepasado cuando vivía, pero en espíritu no difiere de la celebración del cumpleaños de un progenitor, o del Día de la Madre en los Estados Unidos.

La única objeción que llevó a los misioneros cristianos a prohibir a los chinos conversos que participaran en las ceremonias y las fiestas y festines comunales del culto de los antepasados es la de que quienes rinden este culto se ven obligados a arrodillarse ante las tabletas ancestrales y con ello infringen el primero de los Diez Mandamientos. Este es quizá el ejemplo más flagrante de falta de comprensión por parte de los misioneros cristianos. Las rodillas chinas no son tan preciosas como las rodillas occidentales, porque nos prosternamos ante emperadores o magistrados y ante nuestros padres, cuando viven, en el Día de Año Nuevo. Por consiguiente, las rodillas chinas son por naturaleza más flexibles, y no se hace uno más o menos hereje por arrodillarse ante una tableta de madera que se parece a un calendario. En cambio, los chinos cristianos de las aldeas y las ciudades se ven forzados a separarse de la vida general de la comunidad, porque se les prohíbe participar en las fiestas, y hasta dar dinero para las representaciones teatrales acostumbradas en tales ocasiones. Los chinos cristianos, por lo tanto, se excomulgan prácticamente de su propio clan.

No hay duda casi de que en muchos casos este sentimiento de piedad y de obligación mística hacía la familia llegó a ser una actitud profundamente religiosa. Tenemos, por ejemplo, el caso de Yen Yüan, uno de los más grandes dirigentes confucianistas del siglo XVII, que ya anciano emprendió un patético viaje en busca de su hermano, con la esperanza de que ese hermano podría tener un hijo, pues él no lo tenía. Este discípulo del confucianismo, que creía en la conducta más que en el conocimiento, vivía en Szechueü. Su hermano faltaba desde hacía años. Cansado de enseñar las doctrinas de Confucio, un día sintió lo que entre misioneros se consideraría "un llamado divino" para que fuera en busca de su hermano perdido. La situación no ofrecía casi esperanzas. No tenía idea de dónde podía estar su hermano, ni siquiera sabía si estaba vivo. Un viaje era empresa sumamente peligrosa en esos días, y el país estaba en desorden a causa de la caída del régimen Ming. Pero este anciano emprendió el viaje, un viaje verdaderamente religioso, sin otros medios, para encontrar al hermano, que los que le proporcionaba la colocación de letreros en las puertas de las ciudades y en las posadas por donde iba. Así viajó desde China occidental hasta las provincias del Nordeste, cubriendo más de mil millas, y sólo después de muchos años de desesperada búsqueda fue conducido al hogar de su hermano, porque el hijo de éste reconoció su nombre en un paraguas apoyado contra una pared mientras su dueño estaba en un retrete público. Había muerto el hermano, pero Yen logró su meta, que era encontrar un descendiente varón para la familia de sus antepasados.