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Según la teoría de la corriente de la vida, tal como se la ve en el sistema familiar, la inmortalidad es casi visible y palpable. Todo abuelo, al ver a su nieto que marcha a la escuela con su cartera, siente que en verdad está viviendo otra vez en la vida del niño, y cuando toca una mano o pellizca las mejillas al niño, sabe que es carne de su carne y sangre de su sangre. Su vida no es más que una sección del árbol de la familia, o de la gran corriente de la vida familiar que fluye siempre, y por lo tanto es feliz al morir. Eso explica que la mayor preocupación de un padre chino sea ver que sus hijos e hijas estén debidamente casados antes de que él muera, porque esta preocupación es aun más importante que la ubicación de su tumba o la elección de un buen ataúd. Porque no puede saber qué clase de vida vivirán sus hijos hasta que con sus propios ojos vea qué tipo de mujeres y de hombres se casan con sus hijos y sus hijas; y si las nueras y los yernos le parecen satisfactorios, muy dispuesto está a "cerrar los ojos sin pesares" en su lecho de muerte.

El resultado neto de tal concepto de la vida es que se obtiene una mayor perspectiva sobre todas las cosas, porque ya no se considera que la vida comienza y termina con la del individuo. El equipo continúa el juego aun después de quedar fuera de acción uno de sus componentes. El triunfo y el fracaso comienzan a asumir un aspecto diferente. El ideal chino de la vida es vivir de modo de no causar vergüenza a los antepasados y tener hijos de quienes no haya por qué avergonzarse. Un funcionario chino, al renunciar a su cargo, cita a menudo estos versos:

Pues tengo hijos, contento estoy de la vida;

Sin este cargo, ligero queda mi cuerpo.

Lo peor que puede acontecer a un hombre, probablemente, es tener hijos indignos, que no pueden "mantener la gloria de la familia", o aun la fortuna de la familia. El padre millonario de un hijo jugador ve dispersa su fortuna, la fortuna que le ha llevado una vida construir. Cuando fracasa el hijo, la derrota es absoluta. En cambio, una viuda que mire a lo lejos puede soportar años de miseria e ignominia y hasta de persecución, si tiene un buen hijo de cinco años. La historia y la literatura chinas están llenas de estas viudas que soportaron toda suerte de dificultades y persecuciones, pero que vivieron para el día en que sus hijos prosperarían, y se convertirían acaso en prominentes ciudadanos. El último caso es Chiang-Kai-Shek en persona, que cuando niño fue perseguido, junto con su madre viuda, por sus vecinos. La viuda no decayó mientras tuvo la esperanza de su hijo. El buen éxito de las viudas en cuanto a dar a sus hijos una perfecta educación, en carácter y en moral, debido al sentido más realista que tiene la mujer, me ha llevado a menudo a pensar que los padres son totalmente innecesarios, en cuanto atañe a la educación de los hijos. La viuda siempre ríe mejor, porque ríe última.

Esta concertación de la vida en la familia es satisfactoria, pues, porque se toma buen cuidado de la vida del hombre en todos sus aspectos biológicos. Esa fue, al fin y al cabo, la principal preocupación de Confucio. El ideal final de gobierno, como lo concibió Confucio, era curiosamente biológico: "Se hará que los ancianos vivan en paz y seguridad, que los jóvenes aprendan a amar y ser leales, que dentro de la cámara no haya doncellas solteras, y fuera de la cámara no haya varones solteros." Esto es tanto más notable cuanto que no se trata de una expresión lateral, sino de la meta final de gobierno. Es la filosofía humanista llamada tach'ing, o sea "cumplimiento de los instintos". Confucio quería estar bien seguro de que se satisfarían todos nuestros instintos humanos, porque sólo así podemos tener la paz moral a través de una vida satisfactoria, y porque sólo la paz moral es paz verdadera. Es una especie de ideal político que tiende a hacer innecesaria la política, porque será una paz estable y basada en el corazón humano.

V. DE ENVEJECER GRACIOSAMENTE

El sistema familiar chino, según lo concibo yo, es principalmente un arreglo dedicado particularmente a los jóvenes y los viejos, porque como la niñez y la juventud y la ancianidad ocupan la mitad de nuestra vida, es importante que los jóvenes y los viejos vivan una vida satisfactoria. Es cierto que los jóvenes son más desvalidos y suelen cuidarse menos, pero en cambio pueden pasar, mejor que los viejos, sin comodidades materiales. Un niño advierte escasamente las dificultades materiales, con el resultado de que a menudo un niño pobre es tan feliz o más feliz que otro rico. Tal vez ande descalzo, pero esto es una comodidad, más que un inconveniente, para él, en tanto que andar descalzos es a menudo una dureza intolerable para los viejos. Esto ocurre por la mayor vitalidad del niño, o del joven. Quizá tenga sus pesares momentáneos, pero ¡cuan fácilmente los olvida! No tiene idea del dinero, ni padece el complejo del millonario, como padecería un viejo. A lo sumo, colecciona marquillas de cigarrillos para comprar una pistola de juguete, mientras una anciana colecciona títulos del Estado. Entre la diversión de una y otra clase de afán coleccionista, no hay comparación. La razón es que el niño no está intimidado todavía por la vida, como lo están los mayores. Sus costumbres personales no están formadas, y no es esclavo de una marca particular de café; toma lo que le dan. Tiene muy escasos prejuicios raciales, y ningún prejuicio religioso. Sus pensamientos y sus ideas no han caído en determinados surcos. Por lo tanto, aunque parezca extraño, los viejos dependen de los demás mucho más que los jóvenes, porque sus temores son más definidos y sus deseos más delimitados.

Algo de esta ternura hacia la ancianidad existía ya en la conciencia prehistórica del pueblo chino; un sentimiento que sólo puedo comparar a la caballerosidad occidental y al sentimiento de ternura hacia las mujeres. Si los primeros chinos tuvieron alguna caballerosidad, no se manifestó hacia las mujeres y los niños, sino hacia los ancianos. Este sentimiento de caballerosidad encontró clara expresión en Mencio, con frases como: "No debe permitirse a la gente de cabello canoso que porte cargas en la calle", lo cual se expresó como meta final de un buen gobierno. Mencio describió también las cuatro clases de gente más desvalida en el mundo: "Las viudas, los viudos, los huérfanos y los ancianos sin hijos". De estas cuatro clases, las dos primeras debían ser cuidadas por una economía política concertada de tal modo que no hubiera hombres ni mujeres sin casarse. No dijo Mencio, por cuanto podemos saber, qué se iba a hacer con los huérfanos, aunque siempre han existido, en todas las edades, los orfelinatos, así como las pensiones para ancianos. Todos comprenden, no obstante, que los orfelinatos y los asilos para ancianos son pobres sustitutos del hogar. Existe el sentimiento de que solamente el hogar puede proveer algo semejante a un arreglo satisfactorio para los viejos y los jóvenes. Pero en cuanto a los jóvenes, debe darse por sentado que no es menester decir mucho, pues existe el natural afecto paternal. "El agua corre hacia abajo y no hacia arriba", dicen siempre los chinos, y por lo tanto el afecto por los padres y abuelos es algo que tiene más necesidad de ser enseñado por la cultura. Un hombre natural' ama a sus hijos, pero un hombre culto ama a sus padres. Al final, la enseñanza del amor y el respeto por los ancianos se hizo un principio generalmente aceptado, y si hemos de creer a algunos escritores, el deseo de tener el privilegio de servir a los padres en su ancianidad llegó a ser una pasión dominante. El mayor pesar que podía tener un caballero chino era perder para siempre la oportunidad de servir a sus ancianos padres con remedios y alimentos en su lecho de muerte, o no estar presente a su fallecimiento. Sí un alto funcionario de cincuenta o sesenta años no podía invitar a sus padres a que vinieran de la aldea natal y vivieran con su familia en la capital, para "acompañarles a la cama todas las noches y saludarles todas las mañanas", había cometido un grave pecado del que debía avergonzarse y por el cual tenía que presentar constantes excusas y explicaciones a amigos y colegas. Este pesar fue expresado en dos versos por un hombre que volvió demasiado tarde al hogar, cuando sus padres ya habían muerto: