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Vino después la Redención, que derivaba aún del concepto corriente del cordero de sacrificio, y que se remontaba todavía más, a la idea de un Dios que deseaba el olor de la carne asada y no podía perdonar si no se le daba algo. En esta Redención se encontró de un golpe el medio por el cual se podían perdonar todos los pecados, y así se halló de nuevo un camino a la perfección. El aspecto más curioso del pensamiento cristiano es la idea de la perfección. Como esto ocurrió durante la decadencia de los mundos antiguos, surgió la tendencia a acentuar la postvida, y la cuestión de la salvación reemplazó a la cuestión de la felicidad, o de la vida misma. La noción era la de cómo salir con vida de este mundo, un mundo que aparentemente se hundía en la corrupción y el caos, y estaba condenado. De ahí la agobiante importancia asignada a la inmortalidad. Esto representa una contradicción de la historia original del Génesis, donde se lee que Dios no quería que el hombre viviera siempre. El relato que hace el Génesis de la razón por la cual Adán y Eva fueron echados del Jardín del Edén no dice que fue por haber comido del Árbol del Conocimiento, como se concibe popularmente, sino por temor de que desobedecieran por segunda vez y comieran del Árbol de la Vida y vivieran para siempre:

Y el Señor dijo: He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros, que conoce el bien y el maclass="underline" y ahora, paca que no extienda la mano, y tome también de! árbol de la vida, y coma y viva por siempre;

Por lo tanto, el Señor Dios le echó del Jardín del Edén, para que labrara la tierra de donde fue tomado.

Y así echó al hombre; y colocó al Oriente del Jardín del Edén unos querubines, y una flamígera espada que se volvía a todos lados, para cuidar el camino del árbol de la vida,

El Árbol del Conocimiento parecería estar en el centro del jardín, pero el Árbol de la Vida estaba cerca de la entrada oriental, donde, por cuanto podemos saber, todavía se hallan los querubines para evitar la aproximación de los hombres.

En suma, todavía hay una creencia en la depravación total, en que el goce de esta vida es pecado y maldad, en que para estar cómodo hay que ser virtuoso, y que en definitiva el hombre no puede salvarse sino por un poder mayor y externo. La doctrina del pecado es todavía la presunción básica del Cristianismo, como se le practica en general hoy, y los misioneros cristianos que tratan de lograr conversos comienzan en general por llevar a quienes quieren convertir la impresión de una conciencia del pecado y de la maldad de la naturaleza humana (que es, claro está, el sine qua non para la necesidad del remedio primario que tiene guardado el misionero). En suma, no se puede hacer cristiano a un hombre antes de convencerlo de que es un pecador. Alguien ha dicho con cierta crueldad: "La religión en nuestro país se ha reducido tanto a la contemplación del pecado, que un hombre respetable ya no se atreve a mostrar la cara en la iglesia."

El mundo griego pagano era un mundo diferente, por sí, y por lo tanto su concepción del hombre era también muy diferente. Lo que más me llama la atención es que los griegos hicieron a sus dioses como hombres, en tanto que los cristianos desearon hacer a los hombres como dioses. Esa compañía olímpica es por cierto jovial, amorosa, cariñosa, embustera, discutidora e irrespetuosa de sus votos; un grupo de personas que aman la caza, que dirigen sus carros y arrojan sus jabalinas como los mismos griegos; y personas que se casaban y que tenían una cantidad increíble de hijos ilegítimos. Por cuanto atañe a la diferencia entre dioses y hombres, los dioses apenas tenían poderes divinos para lanzar centellas en el cielo y hacer crecer la vegetación en la tierra; eran inmortales, y bebían néctar en lugar de vino… las frutas eran casi las mismas. Y uno siente que puede tener intimidad con esta gente, que puede ir de caza, con una mochila a la espalda, en compañía de Apolo o Atena, o detener a Mercurio a su paso y conversar con él como con un mensajero telegráfico, y si la conversación se hace demasiado interesante, podemos imaginar a Mercurio diciendo:, "Sí. Claro. Lo siento, pero tengo que correr a entregar este mensaje a la calle tal." Los hombres griegos no eran divinos, pero los dioses griegos eran humanos. ¡Qué diferentes del perfecto Dios cristiano! De modo que los dioses no eran más que otra raza de hombres, una raza de gigantes, dotados de inmortalidad, que no tenían los hombres de la tierra. De este ambiente salieron algunas de las narraciones más inefablemente bellas, las de Démeter y Proserpina y Orfeo. La creencia en los dioses se daba por sentada, porque hasta Sócrates, cuando estaba por beber la cicuta, propuso una libación a los dioses para que le apresuraran el viaje de este mundo al próximo. Una actitud muy parecida a la de Confucio. Era menester que así fuese en aquel período; desgraciadamente, no hay modo de saber qué actitud hacía el hombre y hacia Dios tomaría el espíritu griego en el mundo moderno. El mundo griego pagano no era moderno, y el moderno mundo cristiano no es.griego. Esa es la lástima.

En total, los griegos aceptaban que la suerte del hombre era una suerte mortal, sujeta a veces a un Destino cruel. Una vez aceptado eso, el hombre era bastante feliz tal como se consideraba, porque los griegos amaban esta vida, y este universo, y les interesaba comprender lo bueno, lo verdadero y lo hermoso en la vida, además de estar plenamente ocupados en la comprensión científica del mundo físico. No había un mítico "Período de Oro", en el sentido del Jardín del Edén, ni una alegoría de la Caída del Hombre; los mismos helenos no eran más que criaturas humanas transformadas de las piedras recogidas y arrojadas sobre el hombro por Deucalíon y su esposa Pyrrha, cuando bajaban a la llanura después del Gran Diluvio. Las enfermedades y los males se explicaban cómicamente; se producían por el irrefrenable deseo de una joven por abrir y ver una caja de joyas: la Caja de Pandora. La fantasía griega era hermosa. Tomaban el carácter humano casi como era: los cristianos podrían decir que estaban "resignados" a una suerte mortal. ¡Pero era tan bello ser mortal!; había lugar para el ejercicio de la comprensión, y del espíritu libre, especulativo. Algunos de los sofistas pensaban que la naturaleza del hombre era buena, y algunos pensaban que la naturaleza del hombre era mala, pero no existía la aguda contradicción de Hobbes y Rousseau. Finalmente, en Platón, se veía al hombre como un compuesto de deseos, emociones y pensamientos, y la vida humana ideal consistía en vivir juntos, en la armonía de esas tres partes del ser, bajo la guía de la sabiduría o la verdadera comprensión.

Platón pensaba que las "ideas" eran inmortales, pero las almas individuales eran bajas o nobles, según amaran la justicia, el conocimiento, la temperancia y la belleza, o no. El alma también adquiría una existencia independiente e inmortal en Sócrates; nos lo dice en Phaedo: "Cuando el alma existe por sí, y queda librada del cuerpo, y el cuerpo queda librado del alma, ¿qué es eso sino la muerte?" Evidentemente, la creencia en la inmortalidad del alma es algo que los puntos de vista cristiano, griego, taoísta y confucianista tienen en común. Es claro, nada hay en ello para que salten los modernos creyentes en la inmortalidad del alma. La creencia de Sócrates en la inmortalidad no significaría nada, probablemente, para un moderno, porque muchas de sus premisas en apoyo de tal creencia, como la reencarnación, no pueden ser aceptadas por el hombre moderno.