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Lunes:10

Aunque estaba disfrutando del paseo en bote, Aldous necesitaba descansar un rato para recuperarse de tanto remar, de modo que cuando pasó junto a su árbol favorito amarró la embarcación a él. La sintió moverse un poco cuando se puso de pie, pero enseguida la afianzó contra el tronco. Entonces volvió la mirada hacia la casa y comprobó que el rostro de su madre no estaba en ninguna de las ventanas. Aldous se izó al árbol sin ningún esfuerzo y se sentó en la rama más baja de las que se extendían sobre su dominio acuático. El árbol era mucho más viejo que él, pero debido a su nombre Aldous siempre había pensado en él como su árboclass="underline" el roble de Aldous. Estaba orgulloso de eso. Pasados uno o dos minutos, decidió subir más. Fue tanteando el camino a través del denso follaje, trepando de una rama a otra con confianza y sin ningún esfuerzo. Habría podido subir todavía más lejos de no ser por las voces que sonaron súbitamente debajo de él. Regresó por donde había venido, descendiendo en silencio etapa por etapa, hasta que estuvo justo encima de ellas. Apartó un poco las ramas y, entre las hojas constató que había dos personas, un chico y una chica que tendrían alrededor de diecisiete años, sentados a no mucha distancia el uno del otro sobre una rama.

– No te lo llevarás -estaba diciendo el chico-. Ahora es mío, fin de la historia.

– Te parece que todo ha ido bien, ¿verdad? -replicó la chica.

– Sí, me parece que todo ha ido bien. Es como deberían haber sido las cosas.

– Es como fueron las cosas -dijo ella-. ¡Para mí! ¡Has usurpado mi vida!

– No he usurpado nada. No lo planeé. Simplemente sucedió así.

– En favor tuyo. ¿Tienes alguna idea de por lo que he estado pasando? Ha sido un infierno. Vivo en un mundo de desconocidos, y ya ni siquiera tengo a mi madre. Apuesto a que no me reconocería si entrara en la habitación y me sentara en…

Naia se calló al escuchar un leve rumor de hojas sobre sus cabezas. Alzó la mirada. Ambos lo hicieron. El rostro de un chico estaba enmarcado entre las hojas.

– ¿Quién demonios eres tú? -dijo Alaric.

Entonces las piernas colgaron sobre la rama, el chico tanteó con los pies y al instante quedó erguido sobre ella, con los brazos extendidos hacia el verdor que había arriba.

– Tres encima de una rama podría no ser muy buena idea -dijo Naia.

Alaric frunció los labios.

– Incluso dos son multitud -rezongó.

Aldous se sentó entre ellos.

– ¿Qué estáis haciendo en mi árbol?

Naia sonrió.

– ¿Tu árbol?

– Sí. Es mío.

– Ya hemos estado aquí antes -dijo Alaric.

Naia se inclinó para mirar entre las ramas más bajas y el agua. Hasta un mero vistazo revelaba diferencias.

– ¿Cuándo hemos estado aquí antes?

– Me refiero a que ya hemos estado discutiendo acerca de quién es dueño de qué -dijo Alaric, y también se inclinó a mirar-. El crío dice que el árbol es suyo. Entonces la casa también es suya.

Aldous torció el gesto.

– ¿A quién estás llamando crío? Podría haberos llevado hasta la puerta, pero no me gusta que me llamen crío.

– ¿Habernos llevado hasta la puerta? -dijo Alaric-. ¿Cómo? ¿A cuestas?

Aldous apuntó con un dedo del pie al bote que chocaba suavemente contra el tronco debajo de ellos.

– ¿Es tuyo? -preguntó Naia.

– Hoy sí. Pero no puedo ir muy lejos. -Golpeó el árbol con el talón-. Eso dice maman.

– ¿Maman?

– Mi madre.

Alaric, impaciente, se dirigió a Aldous.

– ¿Conoces a alguien que se me parece mucho? -le preguntó.

– ¿Por qué iba a conocerlo? -dijo Naia, sorprendida tanto por la pregunta como por el tono.

– Otra realidad -dijo Alaric-. Todo es posible.

– Sí… -afirmó ella lentamente, asimilándolo-. Otra realidad.

Volvió a inclinarse hacia abajo y miró a su alrededor todo lo bien que podía llegar a hacerlo desde donde estaba. En ese jardín sur había más árboles. Dos de ellos, árboles frutales, sostenían entre sus troncos una hamaca hecha de lo que parecía gruesa cuerda marrón, y su parte más baja flotaba sobre el agua. De una rama del manzano también colgaba una corta tabla sin pintar, un columpio improvisado, medio sumergida.

– ¿Vais a venir o no? -dijo Aldous. Cuando Alaric gruñó una hosca negativa, saltó al bote-. El árbol sigue siendo mío.

– No le haremos ningún daño -le aseguró Naia.

– ¡No has respondido a mi pregunta! -gritó Alaric mientras el chico empezaba a alejarse remando.

Aldous no respondió.

– Tiene que ser la manera en que lo has preguntado -dijo Naia. Se incorporó-. Interesante. Un Underwood distinto en Whitern Rise.

– No sabes si él es un Underwood.

– Por supuesto que lo sé. ¿No te has fijado en la forma de su cabeza, su nariz, su barbilla?

– No.

Naia volvió a mirar hacia abajo.

– Aquí el agua está más alta.

– ¿Y? Esto es una realidad alternativa.

– ¿Con condiciones de inundación alternativas? -preguntó ella, y Alaric se encogió de hombros, cosa que hizo sospechar a Naia-. ¿Sabes una cosa?-preguntó, y él apartó la mirada-. ¿Has estado en otras realidades aparte de ésta?

– He estado en otra -admitió Alaric de mala gana.

– No lo entiendo -dijo Naia-. ¿Cómo? ¿Es que tu Capricho no se rompió también?

– Sí, se rompió.

– ¿Cómo cuánto? -quiso saber ella.

– Del todo -aclaró Alaric.

– Y, entonces, ¿cómo es que fuiste a parar a otra realidad? O a ésta, ya puestos. ¿Cómo llegué aquí?

– Es el árbol -dijo él.

– ¿El árbol?

– Tiene… propiedades.

– ¿Qué clase de propiedades? -preguntó Naia.

– Eso es todo lo que sé. Ese chico…

– ¿Qué pasa con él?

– Si es un Underwood -dijo Alaric-, entonces sus padres también tienen que estar aquí. Podrían ser una Alex y un Iván alternativos.

– Imposible. Es un hijo distinto.

– Quizás aquí han tenido otro.

– ¿Cómo, en lugar de uno de nosotros? -dijo Naia.

– No, además.

Ella pensó en lo que acababa de oír.

– Deberíamos comprobarlo -dijo.

– ¿Cómo? -preguntó Alaric.

– Bajando de este árbol, para empezar.

– Adelante.

– Vendrás, ¿verdad?

– Tú eres la que dispone de botas. ¿Son del abuelo Rayner?

– Sí -dijo Naia-. Y están llenas de agua. Pesan una tonelada.

– ¿Cómo es eso?

– Me caí cuando estaba cruzando el Coneygeare.

Él se rió.

– Qué chica más torpe.

En otro tiempo Naia también podría haberle visto la gracia, pero la burla de Alaric le recordó todo lo que ella había perdido. Y en particular a quién.

– ¿Qué tal está ella?

– ¿Quién? -preguntó Alaric con voz átona.

– ¿Quién crees tú? ¿Se encuentra bien? ¿Alguna vez…? Bueno, ya sabes.

– ¿Quieres saber si habla de ti, cuando no tiene ni idea de que hayas existido jamás?

Oírlo expresar de una manera tan implacable hizo que Naia palideciese. Alaric cerró la mente a su desdicha. Ella era la auténtica heredera de todo lo que él había llegado a considerar como suyo, y se hallaba peligrosamente cerca. El peligro, si la experiencia pasada podía considerarse como una indicación al respecto, era que un solo contacto entre ellos podría devolverlo a su antigua realidad, su antigua vida. Lo que él no sabía, porque ella se aseguraba de no dejarlo traslucir, era que su falta de compasión había hecho que los pensamientos de Naia siguieran un curso similar.

– Tiene mejor aspecto -dijo ella, inclinándose hacia delante y hacia abajo para mirar más allá de él.

– ¿El qué?

– La casa, el trabajo de mampostería, todo ello. Está más nuevo.

Alaric miró también para comprobarlo con sus propios ojos.