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Piensa en de vez en cuando.

Alex no lo entendía. ¿Por qué había quitado él sus propias fotos del álbum para luego pegar aquellas notas y escribir aquellas palabras? Alaric no podía haber sabido qué iba a ocurrir, no podía haber tenido la intención de… ¿O sí? Alex leyó una y otra vez las tres cortas frases, hasta que, finalmente, contuvo la respiración, echó la cabeza hacia delante y, con el rostro entre las manos, se puso a llorar.

– Alaric. Oh, Alaric. Cariño mío.

Su pena era tan inconmensurable que no podía quedar contenida dentro de una sola realidad, ni siquiera dentro de los límites del tiempo. Era tal la tristeza que sentía que, por ende, era completa e indestructible, pasando a ser otra pequeña eternidad que siempre existiría y, ocasionalmente, en ciertas noches a aquella hora, la presenciarían aquellos de su propia sangre que compartieran con ella cierta disposición y determinada sensibilidad.

En una realidad un adolescente que se había acostado temprano porque no podía encontrar ninguna razón para seguir levantado, fue despertado por la pena infinita. Abriendo los ojos, medio esperó encontrar a alguien llorando en su cama. No había nadie, así que imaginó que había tenido un sueño especialmente vivido, pero durante todo el día siguiente llevó consigo en su interior una pena muy profunda, que lo devolvía una y otra vez a su gran pérdida. Ése fue el día en que decidió que intentaría encontrar alguna forma de llegar, una vez más, a la realidad en la que su madre seguía estando viva.

Pero todavía no. Todavía no estaba preparado. Pronto tal vez.

Pronto.

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LA INUNDACIÓN

Incluimos, a continuación, algún material adicional.

LOS AÑOS INTERMEDIOS

Aldous Underwood: Una vida

El cerebro humano normal contiene miles de células que producen una sustancia química llamada arexina, la cual interrumpe nuestro sueño y nos mantiene despiertos durante horas cada día mediante la estimulación periódica del cerebro. Sin la arexina podríamos pasarnos la vida entera durmiendo. Ese momento de proximidad a la muerte por el que pasó Aldous cuando tenía once años, seguido por el errar inconsciente a través de tres realidades conexas en las que realmente llegó a morir, hizo que el noventa y cinco por ciento de las células productoras de arexina de su cerebro quedaran anuladas. Con semejante deficiencia en la producción de arexina, era incapaz de permanecer despierto. Durante las décadas que siguieron al accidente que casi lo mató, el Aldous dormido soñó mucho, y sus sueños solían tener que ver con Whitern Rise, la familia, las amistades, y dos personas a las que no conocía que se habían subido a un árbol, pero al despertar siempre recordaba tan poco de sus sueños como de su vida.

Aldous ya casi tenía setenta años para cuando los progresos llevados a cabo por la ciencia médica permitieron que su trastorno pudiera ser identificado y se desarrollaran fármacos con los que estimular la acción de las células cerebrales muertas. No tardó mucho en ser capaz de permanecer consciente durante horas cada día, quedándose dormido alrededor del anochecer y despertando con la luz.

En cuanto la pauta regular del sueño y la vigilia se hubo establecido a sí misma, se introdujo un programa de ejercicio y fisioterapia dirigido a restaurar la flexibilidad y la fuerza física. Aldous tenía que sentarse en la cama para recuperar el sentido del equilibrio, permanecer erguido en una estructura de apoyo y caminar entre barras paralelas para fortalecer tanto su columna vertebral como sus extremidades inferiores. La hidroterapia para desarrollar los músculos le resultó un placer inesperado, aunque detestaba el collarín que se vio obligado a llevar hasta que se le hubo fortalecido el cuello.

Después de haber pasado casi seis décadas en cama, Aldous alcanzó un nivel de forma física sorprendentemente bueno tras sólo dieciocho meses de tratamiento, en una recuperación a la que, sin duda, contribuyó una mente que no había envejecido junto con su cuerpo. Un educador especializado en ayudar a las personas que tenían dificultades para el aprendizaje y andaban escasas de motivación lo estimuló a «crecer» y le enseñó algo acerca de la sociedad y el mundo que habían ido desarrollándose mientras él dormía. Aldous resultó ser un estudiante con muchas ganas de aprender, si bien ingenuo y proclive a sentirse confuso, frustrado como estaba por la reticencia de su memoria a ir regresando de otra forma que no fuese en pequeños fragmentos. Sin embargo, una imagen muy potente volvió a éclass="underline" la casa que había conocido de muchacho. Pero no recordaba dónde estaba, y el contacto con los parientes que aún vivían se había perdido desde el fallecimiento de Marie. Quien descubrió el nombre y la ubicación de su hogar de la infancia fue Lucy Fry, su afable preceptora. La información lo llenó de emoción. La única vida de la que guardaba algún recuerdo, aunque efímero, había tenido lugar allí, y Aldous ardía en deseos de volver a la casa. Allí, estaba seguro, el resto de sus recuerdos se revelarían a sí mismos ante él.

Aldous regresó a Eynesford en febrero de 2005. Allí, a medida que sus recuerdos iban volviendo de mala gana, descubrió una capacidad para entrar (tanto si lo quería como si no) en realidades distintas a la suya, sus «otras vidas». Había tres en total. Tres dentro de las cuales, en cada cementerio detrás de la casa, había una lápida con el nombre que él había aprendido era el suyo. Existían otras pequeñas diferencias entre las cuatro realidades, pero una cosa permanecía inmutable: no había ningún lugar para él en su hogar de la infancia. Lo máximo que podía llegar a hacer era vivir cerca de la casa.

A Aldous no le importaba no vivir en ella, ni en cualquier otra. Un complejo nuevo mundo se había abierto ante él cuando salió de la clínica, desplegándose en lo que luego resultarían ser cuatro versiones distintas de dicho mundo. Tras haberse liberado de su estrecha cama con barrotes de hierro, del personal médico y las pautas de ejercicio, la idea de volver a estar enjaulado lo ponía muy nervioso. Después de todos aquellos años de despertar para encontrarse con las mismas paredes y con un techo que no cambiaba nunca, vivir dentro de una casa sería como tener la cabeza metida en alguna clase de bolsa que le impidiese respirar.

La recuperaciónde Whitern Rise

Cuando Rayner Underwood era un muchacho podía ir al embarcadero de Withern y mirar a izquierda y derecha y no ver nada aparte de una impenetrable masa de follaje y troncos inclinados. Por aquel entonces el río se hallaba recubierto de nenúfares, coronados por flores amarillas y blancas, a través de los cuales las pequeñas embarcaciones encontraban serias dificultades para avanzar. Rayner tenía siete años en el momento de la tragedia, nueve cuando se fueron de allí. Detestó el sitio al que se mudaron, un edificio prefabricado, pequeño y feo, con un minúsculo patio carente de árboles y ningún río que quedara a menos de una hora yendo a pie. Echaba terriblemente de menos Whitern Rise. Había nacido allí. Había dado sus primeros pasos allí y allí había tenido sus primeras caídas y disgustos, sus primeras Navidades, Pascuas y cumpleaños. Había oído sus primeras canciones allí, de los labios de su padre. Hasta que empezó a ir a la escuela, Withern fue la totalidad de su mundo. A los catorce años, Rayner juró que haría que ese mundo regresara a las manos de los Underwood tan pronto como fuera posible conseguirlo.

Poco después de haber cumplido los dieciséis se fue de casa para empezar a trabajar como ayudante de Garrod Nesbit, un comerciante de libros antiguos en Trinity Street, Cambridge. Su patrono, que no tenía hijos, falleció en 1959 y legó a Rayner el pequeño y lúgubre local al que le gustaba llamar su tienda: Anticuariana de Garrod (Libros). No era un negocio que proporcionara demasiados beneficios, y en el curso normal de las cosas Rayner nunca habría llegado a hacer fortuna allí; pero en 1961 conoció a dos damas que andaban buscando comprador para un volumen con varios siglos de antigüedad que había llegado a sus manos hacía poco. Dicho librito, escrito a mano en una lengua con la que él no se hallaba familiarizado y profusamente ilustrado, era conocido por el nombre del comerciante al que había pertenecido desde 1912. Rayner vio enseguida el potencial del Manuscrito Voynich y se lo vendió, a través de contactos, por 24.500 dólares al comerciante de libros raros Hans P. Kraus de Nueva York. La venta no sólo le proporcionó sus buenos ingresos en concepto de intermediación sino también uno o dos párrafos de celebridad menor, de los que luego sabría sacar provecho cuando buscaba financiación para la compra de Whitern Rise. Esos párrafos también le trajeron a Betty Joyce Arnott, de St. Paul, Minnesota; aquella mujer, de cabellos tan negros como el ala de un cuervo, acababa de descubrir, a sus veintiún años de edad, la poesía de su abuelo, E. C. Underwood. Ambos se trasladaron a Whitern Rise en septiembre de 1963 y contrajeron matrimonio la primavera siguiente.