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– ¡Nai! ¡Nai!

Alguien la llamó desde atrás, a través del agua. Eran Nafisa Causa y Selma Jakes, que agitaban las manos como un par de marionetas histéricas. Naia les devolvió el saludo, pero no fue hacia ellas. Prefirió parecer una estirada que soportar las dolorosas rozaduras que provocaría el contacto prolongado con la ropa interior mojada. ¿Y qué más daba, realmente, si aquellas falsas amigas se daban por ofendidas? Desde que fue a parar a aquella realidad, Naia se mostraba introvertida; nunca podría olvidar que era una recién llegada, una impostora. Aquellas personas no la conocían de verdad, sólo lo creían. Únicamente ella sabía que, en realidad, eran entre sí desconocidas. Parecían las personas a las que había conocido, y se comportaban y hablaban como ellas, pero no eran esas personas. Creían saber acerca de su gran pérdida cuando tenía catorce años, pero la pérdida no había tenido lugar entonces, sino ahora, y Naia no podía revelárselo, a nadie. No le cabía ninguna duda de que a consecuencia de su pena secreta no lo estaba haciendo tan bien en los exámenes como había tenido la esperanza de poder hacerlo antes. Siempre había sido inteligente y despierta, prefería el esfuerzo al fracaso, pero una plaga inesperada había roído su vida desde dentro, y ahora los logros significaban muy poco para ella. Estaba rodeada de clones que vivían pendientes de acontecimientos y conversaciones en las que no había participado, y bastante tenía con hacer frente a los días, eso por no hablar de las noches.

Lunes:6

Alaric, de nuevo con pantalones cortos y unas sandalias que no ayudaban en nada a calentarle los pies, empezó a cruzar el jardín sur. Cuando se acercó al árbol Genealógico se aseguró de no tocar ninguna parte de él, incluidas las raíces que sobresalían del suelo por debajo del nivel del agua. El árbol no era seguro, ya lo había descubierto antes, pero tenía que acercarse a él, al menos eso, porque la noche pasada otro Alaric se había dejado caer de sus ramas para acto seguido esfumarse, tras comprender que se encontraba en la realidad equivocada. ¿Adónde había ido? ¿De vuelta al sitio al cual creía pertenecer? ¿Y era eso todo lo que se necesitaba para devolverte a tu propia realidad? ¿El hecho de darte cuenta de que te encontrabas en la realidad equivocada?

Se le ocurrió que el visitante podía haber sido el Alaric a cuya habitación había ido a parar él aquella noche del mes de febrero en que nevaba cuando intentaba regresar a su casa desde la de Naia. Contempló el árbol. En una ocasión ya lo había enviado a otra realidad. Si podía enviarlo a una realidad concreta, tal vez fuera capaz de enviarlo a más de una. A otra que contuviera una versión de sí mismo.

Lunes:7

Naia llegó a la puerta principal y empezó a avanzar por el camino de entrada (que, pensó de mala gana, debería pasar a ser conocido como «el vado»). Se disponía a dejar atrás una brecha en la espesura a su izquierda cuando de pronto se metió por ella, sin importarle lo que pudiera llegar a pisar en su impaciencia por llegar a la casa y hacerse con algo de ropa seca. El atajo la llevó al jardín sur. Cuando pasaba por debajo del árbol Genealógico oyó un rumor de hojas en lo alto, seguido por un maullido lastimero. Naia se acercó un poco más al tronco y vio una diminuta forma blanca que la miraba con ojos muy abiertos, asustada y temblorosa.

– Minino bobo, ¿qué estás haciendo ahí arriba?

El árbol quedaba a cierta distancia del trozo de terreno seco más próximo, lo cual significaba que el gato tenía que haber nadado hasta allí. A pocos gatos domésticos les gusta el agua, pero éste no parecía saberlo. Tres veces en los últimos días había visto Naia chapotear por el jardín a la pequeña y osada criatura, y la había rescatado. Hoy no lo había visto, no había estado allí para detenerlo, y el gatito había conseguido llegar hasta la copa del árbol Genealógico. Una hazaña asombrosa.

Envalentonado por la presencia de Naia, el gato inició un tímido descenso por una complicada ruta. No parecía tener su habitual seguridad en sí mismo. Estaba nervioso, supuso ella, y alzó los brazos para darle ánimos. El animalito fue descendiendo gradualmente hasta encontrarse cada vez más cerca del suelo, pero en cuanto hubo llegado a un punto por debajo del cual se sintió incapaz de ir más allá, se detuvo, maulló y esperó a que ella hiciera algo al respecto.

– Oh, ya veo -dijo Naia-. Eres lo bastante valiente para cruzar a nado la mitad del jardín, pero un saltito de nada es demasiado para ti.

Naia deseó quitarse las botas, pero como estaban llenas de agua y era consciente de que eso requeriría un esfuerzo excesivo mientras estaba de pie en el agua, empezó a trepar por el árbol. Sentía las piernas como si fueran de plomo. El gato esperó a que llegara, sin apartar los ojos de ella un solo instante.

Lunes:8

El viejo árbol no parecía hallarse en muy buen estado cuando se lo veía de cerca, pensó Alaric. La corteza estaba descolorida aquí y allí, y hojas que deberían ser nuevas y mostrarse llenas de color en aquella época del año parecían más pequeñas y oscuras de lo habitual. Quizá tener las raíces debajo del agua no le sentaba demasiado bien. Lo que, de ser así, no tenía nada de sorprendente. Después de todo, no era un sauce amante del agua.

Fue alrededor del árbol hasta la parte de atrás para no ser visto desde la casa. Hizo una profunda inspiración y rozó con suavidad el tronco. Sin embargo, no ocurrió nada, de modo que lo tocó con la palma de la mano abierta y esperó. Nada. Alaric apartó la mano; sentía la palma mojada, y descubrió que había en ella un líquido pegajoso de color marrón rojizo. Era la sangre del árbol. Metió la mano en el agua y luego se la limpió en los pantalones. La palma todavía estaba pegajosa. Volvió a sumergirla, agitó los dedos furiosamente y, cuando la sacó, la frotó contra otra parte de la corteza. Mejor. Miró hacia arriba y vio aquella gran rama a medio metro por encima de su cabeza: su asiento favorito cuando era más pequeño. Sería bueno volver a estar sentado allí, sólo por un minuto, con el mundo abajo tan alterado. Alaric levantó los brazos y se izó fuera del agua. No le resultó tan fácil como solía serlo antes. Como ahora era más grande y pesaba más, llegar allí arriba requirió cierto esfuerzo. Pero lo consiguió. Había empezado a acomodarse sobre la rama cuando sintió un leve estremecimiento en el árbol. El miedo hizo presa en él. Había hecho lo que no debía, se había arriesgado demasiado. Se preparó para saltar a tierra. Si era lo bastante rápido entonces quizá…

Demasiado tarde. El árbol había cambiado. Y Alaric ya no estaba solo.

Lunes:9

Naia se había subido a la rama desde la que la miraba el gato; el animalito tenía aspecto de estar muy débil, sin su atrevida animación de costumbre. Se sentó a horcajadas sobre la rama y extendió la palma de la mano hacia él.

– Ven con mamá, gatito miedica.

El gato ofreció una tímida patita, y cuando Naia la miró de cerca constató que tenía restos de algo espeso y blanco. Parecía nieve. «Ridículo», pensó mientras extendía la mano hacia el gato. Antes de que pudiera cogerlo, sin embargo, sintió una pequeña sacudida, como si el árbol se hubiera movido durante una fracción de segundo. Se agarró a la rama y se dio cuenta de que ahora el árbol era sutilmente distinto. Pero lo que más la impresionó fueron los ojos que la estaban mirando desde la rama. No eran los ojos del gato. El animalito había desaparecido.