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Estoy acostumbrándome a ver a Faustine, sin emoción, como a un simple objeto. Por curiosidad, la sigo desde hace unos veinte días. Tuve pocas dificultades, a pesar de que abrir las puertas -aun las cerradas sin llave- es imposible (porque si estaban cerradas cuando se grabó la escena, tienen que estarlo cuando se proyecta). Tal vez pudiera forzarlas, pero temo que una rotura parcial descomponga todo el aparato (no lo creo probable).

Faustine, al retirarse a su cuarto, cierra la puerta. En una sola ocasión no me será posible entrar sin tocarla: cuando la acompañan Dora y Alec. Después estos dos salen rápidamente. Esa noche, en la primera semana, quedé en el pasillo, frente a la puerta cerrada y al ojo de la llave, que mostraba un sector vacío. En la otra semana quise ver desde afuera y caminé por la cornisa, con gran peligro, lastimándome las manos y las rodillas contra la aspereza de la piedras, que abrazaba asustado (hay como cinco metros de altura). Las cortinas me impidieron ver.

En la próxima ocasión venceré el temor que me queda y entraré en el cuarto con Faustine, Dora y Alec.

Paso las otras noches a lo largo de la cama de Faustine, en el suelo, sobre una estera, y me conmuevo mirándola descansar tan ajena de la costumbre de dormir juntos que vamos teniendo.

* * *

Un hombre solitario no puede hacer máquinas ni fijar visiones, salvo en la forma trunca de escribirlas o dibujarlas, para otros, más afortunados.

Para mí ha de ser imposible descubrir algo mirando las máquinas: herméticas, funcionarán obedeciendo a las intenciones de Morel. Mañana lo sabré con certeza. Hoy no he podido ir al sótano; he pasado la tarde juntando alimentos.

Sería pérfido suponer -si un día llegaran a faltar las imágenes que yo las he destruido. Al contrario: mi propósito es salvarlas, con este informe. Las amenazan invasiones del mar e invasiones de las hordas propagadas por el crecimiento de la población. Duele pensar que mi ignorancia, preservada por toda la biblioteca -sin un libro que pueda servir para trabajos científicos- quizá también las amenace.

No abundaré sobre los peligros que acechan a esta isla, a la tierra y a los hombres, en el olvido de las profecías de Malthus; en cuanto al mar, hay que decir: en cada una de las grandes mareas he temido el naufragio total de la isla; en un café de pescadores, de Rabaul, oí que las islas Ellice o de las lagunas son inestables, unas desaparecen y otras emergen. (¿Estoy en ese archipiélago? El siciliano y Ombrellieri son mis autoridades.)

Asombra que el invento haya engañado al inventor. Yo también creí que las imágenes vivían; pero nuestra situación no era la misma: Morel había imaginado todo; había presenciado y había conducido el desarrollo de su obra; yo la enfrenté concluida, funcionando.

Esta ceguera del inventor con respecto al invento nos admira, y nos recomienda la circunspección en los juicios… Tal vez yo esté generalizando sobre los abismos de un hombre, moralizando con una peculiaridad de Morel.

Aplaudo la orientación que dio, sin duda inconscientemente, a sus tanteos de perpetuación del hombre: se ha limitado a conservar las sensaciones; y, aun equivocándose, predijo la verdad: el hombre surgirá solo. En todo esto hay que ver el triunfo de mi viejo axioma. No debe intentarse retener vivo todo el cuerpo.

Razones lógicas nos autorizan a desechar las esperanzas de Morel. Las imágenes no viven. Sin embargo, me parece que teniendo este aparato, conviene inventar otro, que permita averiguar si las imágenes sienten y piensan (o, por lo menos, si tienen los pensamientos y las sensaciones que pasaron por los originales durante la exposición; es claro que la relación de sus conciencias [?] con estos pensamientos y sensaciones no podrá averiguarse). El aparato, muy parecido al actual, estará dirigido a los pensamientos y sensaciones del emisor; a cualquier distancia de Faustine, podremos tener sus pensamientos y sensaciones, visuales, auditivas, táctiles, olfativas, gustativas.

Y algún día habrá un aparato más completo. Lo pensado y lo sentido en la vida -o en los ratos de exposición- será como un alfabeto, con el cual la imagen seguirá comprendiendo todo (como nosotros, con las letras de un alfabeto podemos entender y componer todas las palabras). La vida será, pues, un depósito de la muerte. Pero aun entonces la imagen no estará viva; objetos esencialmente nuevos no existirán para ella. Conocerá todo lo que ha sentido o pensado, o las combinaciones ulteriores de lo que ha sentido o pensado.

El hecho de que no podamos comprender nada fuera del tiempo y del espacio, tal vez esté sugiriendo que nuestra vida no sea apreciablemente distinta de la sobrevivencia a obtenerse con este aparato.

Cuando intelectos menos bastos que el de Morel se ocupen del invento, el hombre elegirá un sitio apartado, agradable, se reunirá con las personas que más quiera y perdurará en un íntimo paraíso. Un mismo jardín, si las escenas a perdurar se toman en distintos momentos, alojará innumerables paraísos, cuyas sociedades, ignorándose entre sí, funcionarán simultáneamente, sin colisiones, casi por los mismos lugares. Serán, por desgracia, paraísos vulnerables, porque las imágenes no podrán ver a los hombres, y los hombres, si no escuchan a Malthus, necesitarán algún día la tierra del más exiguo paraíso y destruirán a sus indefensos ocupantes o los recluirán en la posibilidad inútil de sus máquinas desconectadas. *

Durante diecisiete días vigilé. Ni un enamorado habría descubierto motivos para sospechar de Morel y de Faustine.

No creo que Morel aludiera a ella en el discurso (aunque fue la única en no celebrarlo con risas). Pero admitiendo que Morel esté enamorado de Faustine, ¿cómo puede afirmarse que Faustine esté enamorada?

Si queremos desconfiar, nunca faltará la ocasión. Una tarde pasean del brazo, entre las palmeras y el museo. ¿Hay algo extraño en esta caminata de amigos?

Por mi propósito de cumplir con el ostinato rigore de la divisa, la vigilancia alcanzó una amplitud que me honra; no tuve en cuenta la comodidad ni el decoro: el control fue tan severo debajo de las mesas como en la altura en que se mueven habitualmente las miradas.

En el comedor, una noche, otra en el hall, las piernas se tocan. Si admito la malicia, ¿por qué desecho la distracción, la casualidad?

Repito: no hay prueba definitiva de que Faustine sienta amor por Morel. Tal vez el origen de las sospechas esté en mi egoísmo. Quiero a Faustine: Faustine es el móvil de todo; temo que esté enamorada: demostrarlo es la misión de las cosas. Cuando estaba preocupado con la persecución policial, las imágenes de esta isla se movían, como piezas de ajedrez, siguiendo una estrategia para capturarme.

Morel se enfurecería si yo hiciera público el invento. Esto es seguro y no creo que pueda evitarse con elogios. Sus amigos se agruparían bajo una común indignación (también, Faustine). Pero si ésta se hubiera disgustado con él -no compartía las risas durante el discurso- tal vez se aliara conmigo.

Queda la hipótesis de la muerte de Morel. En ese caso, alguno de sus amigos habría difundido el invento. Si no, tendríamos que suponer una muerte colectiva, una peste, un naufragio. Todo increíble; pero queda inexplicado el hecho de que no se tuviera noticia del invento cuando yo salí de Caracas.

Una explicación podría ser que no le hayan creído, que Morel estuviera loco, o, mi primera idea, que todos estuviesen locos, que la isla fuera un sanatorio de locos.

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* Bajo el epígrafe de Come, Malthus, and in a Ciceronian prose Show what a rutting Population grows, Until the produce of the Soils is spent, And Brats expire for lack of Alimentel autor se demora en una apología, elocuente y con argumentos poco nuevos, de Tomás Alberto Malthus y de su Ensayo sobre el Principio de lo Población. Por razones de espacio la hemos suprimido (N. del E)