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– ¿Todo eso está comprobado?

– Parece bastante kosber -aseguró Goss, asintiendo con la cabeza-. Atkins estaba muy agitado. Y los de Investigación Criminal han hablado con gente en ambos extremos de la cadena y confirmado que es quien dice ser.

– ¿Y la prensa ha mostrado mucho interés?

– Los periodistas locales llegaron una hora después, y los nacionales no mucho más tarde.

– ¿Qué les ha dicho el comisario?

Goss se encogió de hombros.

– Hallado un hombre muerto de un disparo. Se hará una declaración cuando tengamos más detalles de lo ocurrido.

– ¿Se les dio el nombre de Gunter?

– No, pero ya lo han descubierto. Se pasaron horas intentando localizar a su único pariente vivo, una hermana que vive en King's Lynn. Aparentemente, pasó la noche trabajando y llegó a su casa tarde por la mañana.

– ¿Qué hace la hermana?

– ¿Kayleigh? No mucho. Se quita la ropa un par de noches por semana en un club llamado PJ's.

– Que es lo que estuvo haciendo la noche anterior…

– Sí.

– ¿Y el muerto? ¿Sabemos qué hizo anoche?… Aparte de dejarse volar la cabeza.

– Todavía no.

– ¿Ninguno de los vehículos aparcados en la zona de descanso era suyo?

– No. La policía los ha identificado todos. Llegaron con otras personas al volante.

– Así que lo tenemos a quince kilómetros de su casa, asesinado en un área de servicio a la que llegó sin ningún medio de transporte conocido.

– Según parece, así es.

– ¿El Departamento de Investigación Criminal conocía a Gunter? ¿Tenía algún expediente sobre él?

– En realidad, no. Hace un par de años se vio involucrado en una pelea a la salida de un pub en Dersthorpe, y por aquí se dice que pudo incendiar un coche, pero nunca se presentaron cargos. El coche pertenecía a un camello local.

– ¿Gunter también traficaba? ¿O consumía?

– Digamos que si traficaba, no lo hacía a una escala lo bastante grande como para atraer nuestra atención.

– ¿Ni siquiera un poco?… Quizás era el chico malo del pueblo.

– Según el DIC, ni siquiera eso -negó Goss, volviéndose a encoger de hombros-. Sólo era un bocazas. Y si había bebido, podía llegar a tener las manos muy sueltas.

– Deduzco que era soltero -dijo Liz con ironía.

– Sí. Pero no gay, que fue una de las primeras cosas que se me ocurrieron al descubrirlo en los lavabos del Fairmile.

– ¿Ese café es un lugar de reunión gay?

– Es un lugar de reunión de todo tipo. Esos camioneros que recorren largas distancias son muy fogosos.

– ¿Pudo haber ido hasta allí para reunirse con una mujer?

– Es posible. En el local trabajan unas cuantas profesionales, pero eso no responde a nuestra pregunta. ¿Cómo llegó hasta allí sin un coche? ¿Quién lo llevó? Si podemos responder a eso, creo que podremos llegar a alguna parte.

– Sí, supongo que sí -admitió Liz-. ¿Qué sabemos del disparo?

– Francamente, no mucho. Nadie oyó nada, nadie vio nada. A menos que los forenses nos sorprendan, diría que nuestra mayor esperanza es la cámara de seguridad.

– ¿Anoche funcionaban las cámaras?

– El propietario del café dice que sí. Aparentemente, están recién instaladas. El año pasado sufrieron una racha de atracos, y los camioneros amenazaron con boicotear el lugar si no instalaban un sistema de seguridad decente.

– Entonces crucemos los dedos.

– Crucemos los dedos -repitió Goss.

Siguieron hablando, pero no tardaron en descubrir que volvían una y otra vez a terreno ya transitado. En estos intercambios, Liz procuró mantenerse neutral. El Cuerpo Especial pertenecía a la policía y se sabía que la información saltaba fácilmente de la policía a los periodistas… normalmente a cambio de dinero. Goss parecía de lo mejor que podía ofrecer el Cuerpo Especial, al igual que Bob Morrison parecía de lo peor, pero Liz se sintió aliviada cuando el comisario local telefoneó para avisarles que el material grabado por la cámara de seguridad había vuelto de Norwich.

– Aparentemente es bastante desastroso -advirtió Goss, devolviendo el teléfono móvil a su cinturón-. Si queremos sacar alguna información de utilidad tendremos que aplicar algunos filtros.

Liz miró los restos de su comida. La mitad de los sándwiches seguían sin tocar, languideciendo al lado de otro intocado montón de pepinillos de Branston. Y su corazonada acerca del café había resultado acertada.

– Pagaré yo. Esto corre a cuenta de Thames House.

– Muy generoso por su parte -dijo Goss irónicamente.

– Ya nos conoce. Somos todo dulzura y amabilidad.

Mientras Liz se ponía en pie, un teléfono empezó a sonar detrás de la barra. La camarera contestó y unos segundos después soltó un grito sofocado. «Se acaba de enterar del asesinato -supuso Liz-. No, ya sabía lo del asesinato, pero acaba de descubrir que la víctima era Gunter. Seguro que lo conocía, en pueblos como éste todo el mundo conoce a todo el mundo.»

Un joven con chaqueta de cuero y corbata lila empujó a Liz en la barra. «Periodista -dedujo-. Y casi seguro que trabaja en un periódico sensacionalista.» Aquella mezcla de prendas era inconfundible.

– Otra pinta, cariño -pidió, dejando una jarra vacía y un billete de diez libras sobre la barra.

La camarera dio media vuelta. Un minuto después, visiblemente alterada todavía, le sirvió la cerveza y tecleó el importe en la caja registradora. Cuando le estaba dando el cambio, Liz vio que, por un instante, los ojos del supuesto periodista se abrían como platos.

– Perdón -dijo Liz a la camarera-. Creo que te has equivocado. El te ha dado un billete de diez libras y le has dado cambio de veinte.

La muchacha se quedó inmóvil, con la caja todavía abierta frente a ella. Era una chica corpulenta, de unos dieciocho años, con nerviosos ojos de gitana.

– ¿Y eso qué tiene que ver contigo? -protestó el tipo de la chaqueta de cuero girándose hacia Liz.

– Oh, vamos -dijo Liz-. Al final del día, las cuentas no le cuadrarían.

– ¿Y qué te hace suponer que eso me importa un carajo? -insistió el hombre apoderándose de su jarra.

– ¿Algún problema? -intervino Goss.

– No, ningún problema -aseguró Liz-. Este señor se ha quedado con cambio de más, pero ya iba a devolverlo.

– Ah, entiendo -sonrió Goss.

El hombre de la chaqueta de cuero estudió la masa muscular del agente del Cuerpo Especial. Luego meneó la cabeza y, sonriendo como con suficiencia, dejó diez libras sobre la barra y se marchó con su bebida.

– Gracias -dijo la camarera en cuanto el tipo se alejó-. Si falta dinero, tengo que ponerlo de mi bolsillo.

– ¿Ese tipo es de por aquí? -se interesó Liz.

– No, nunca lo había visto. Cuando llegó, me preguntó por…

– ¿El asesinato?

– Sí, el de Fairmile. Me preguntó si sabía quién era el muerto y cosas así.

– ¿Y lo sabías? -se interesó Liz.

Ella se encogió de hombros.

– Lo conocía de vista, había venido unas cuantas veces. Esto es un establecimiento público. -Consultó su libreta y le alargó la cuenta a Liz-. Serán siete libras justas.

– Gracias. ¿Puedes hacerme un recibo?

El nerviosismo volvió a los ojos de la camarera.

– Pensándolo mejor, no te preocupes -rectificó Liz-. Déjalo correr.

Cuando salieron al exterior, el viento arrastraba irregulares ráfagas de lluvia.

– Lo ha manejado estupendamente -comentó Goss, hundiendo las manos en los bolsillos de su abrigo-. ¿Qué habría hecho si el tipo se hubiera negado a devolverle el dinero?

– Oh, lo habría dejado bajo sus tiernos cuidados -respondió Liz-. Al fin y al cabo, sólo somos una organización de inteligencia. No utilizamos la violencia.