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Fue puntual el cañonazo meridiano: bummmmmmmm. Le respondieron las campanas: de San Procopio, de San Hilario, de San Pantaleón, de la catedral latina, de la catedral helénica, de Santa Clara, de San Bernardo, de San Luis Gonzaga, del Carmen, de San Julián: tilín, tilán, tilón, sobre todo tilón, con tal estruendo que las salvas de ordenanza quedaban oscurecidas, los 21 cañonazos de la gloria. E iban ya por el tercero cuando se levantó un clamor estentóreo, un clamor de gargantas unánimes que saludaban la aparición, allá en lo alto, del Generaclass="underline" no envarado como solía aparecer; no inflexible y fiel al camino reiterado, sino dinámico de brazos y de torso, al este y al oeste: no un brazo, sino ambos, las manos levantadas como si fueran a coger a todo el pueblo en el regazo. E iba de un extremo a otro del parapeto, para que le vieran bien los de un lado y los del otro, para que le contemplaran y recibieran de sus movimientos señales de gratitud y de amor; y se quitaba el bicornio, e incluso saludaba con él en la mano, un moverse de plumas blancas como palomas menudas y bulliciosas; o quizá fuera mejor decir de mariposas, por lo del tamaño. ¡Bum, bum, bum! Iban ya por los quince, y las baterías de las fortalezas repetían las salvas, como ecos: con la ventaja, sobre la del arsenal, que se podían ver los fogonazos y se podían contar los segundos que tardaba en llegar el estampido: lo mismo que los niños con los relámpagos. Habían sacado de no sé dónde el cajón de los cohetes, y con ellos el pueblo enviaba también sus ruidos, poderosos artificios de gran estallo, burrummmmm, ésas sí que eran como truenos, burrummmmm, y no veintiuna, sino todas cuantas hubiera, que el pueblo no andaba con aquellas limitaciones del protocolo. Burrumburrumburrummmmm. Habían callado los cañones y seguían las bombas de palenque: Burrumburrumburrummmmm, y los niños corrían las calles para coger las cañas abandonadas al azar de la caída (un grupo de tres encontró una cuya carga no había estallado: lo hizo cuando los niños le ponían las manos encima. Se los llevó por delante con más estrépito local que todos los otros juntos, pues estalló en una calleja estrecha donde era mayor el eco).