Выбрать главу

Lo tom y, seguido de sus compaeros, regres a las Chimeneas.

Aquel pedacito de madera que en los pases habitados se prodiga con tanta indiferencia, y cuyo valor es nulo, exiga en las circunstancias en que se hallaban los

nufragos una gran precaucin. El marino se asegur de que estaba bien seco. Despus dijo: -Necesitara un papel.

-Tenga usted -respondi Geden Spilett, que, despus de vacilar, arranc una hoja de su cuaderno.

Pencroff tom el pedazo de papel que le tenda el periodista y se puso de rodillas delante de la lumbre. Tom un puado de hierbas y hojas secas y las puso bajo los leos y las astillas, de manera que el aire pudiera circular libremente e inflamar con rapidez la lea seca.

Dobl el papel en forma de corneta, como hacen los fumadores de pipa cuando sopla mucho el viento, y lo introdujo entre la lea. Tom un guijarro spero, lo limpi con cuidado y con latido de corazn frot la cerilla conteniendo la respiracin.

El primer frotamiento no produjo ningn efecto; Pencroff no haba apoyado la mano bastante, temiendo arrancar la cabeza de la cerilla.

-No, no podr -dijo-; me tiembla la mano La cerilla no se enciende No puedo, no quiero!

Y, levantndose, encarg a Harbert que lo reemplazara.

El joven no haba estado en su vida tan impresionado. El corazn le lata con fuerza. Prometeo, cuando iba a robar el fuego del cielo, no deba de estar tan nervioso. No vacil, sin embargo, y frot rpidamente en la piedra. Oyse un pequeo chasquido y sali una ligera llama azul, produciendo un humo acre. Harbert volvi suavemente el palito de madera, para que se pudiera alimentar la llama, y despus aplic la corneta de papel; ste se encendi y en pocos segundos ardieron las hojas y la lea seca.

Algunos instantes despus crepitaba el fuego, y una alegre llama, activada por el vigoroso soplo del marino, se abra en la oscuridad.

-Por fin! -exclam Pencroff, levantndose-, en mi vida me he visto tan apurado!

El fuego arda en la lumbre formada de piedras planas; el humo se escapaba por el estrecho conducto; la chimenea tiraba, y no tard en esparcirse dentro un agradable calor.

Mas haba que impedir apagar el fuego y conservar siempre alguna brasa debajo de la ceniza. Pero esto no era ms que una tarea de cuidado y atencin, puesto que la madera no faltaba y la provisin podra ser siempre renovada en tiempo oportuno.

Pencroff pens primeramente en utilizar la lumbre para preparar una cena ms alimenticia que los litodomos. Harbert trajo dos docenas de huevos. El corresponsal, recostado en un rincn, miraba aquellos preparativos sin decir palabra. Tres pensamientos agitaban su espritu. Estaba vivo Ciro Smith? Si viva, dnde se hallaba? Si haba sobrevivido a la cada, cmo explicar que no hubiese encontrado medio de dar a conocer su presencia? En cuanto a Nab, vagaba por la playa como un cuerpo sin alma.

Pencroff, que conoca cincuenta y dos maneras de arreglar los huevos, no saba cul escoger en aquel momento. Se tuvo que contentar con introducirlos en las cenizas calientes y dejarlos endurecer a fuego lento.

En algunos minutos se verific la coccin y el marino invit al corresponsal a tomar parte de la cena. As fue la primera comida de los nufragos en aquella costa desconocida. Los huevos endurecidos estaban excelentes, y como el huevo contiene todos los elementos indispensables para el alimento del hombre, aquellas pobres gentes se encontraron muy bien y se sintieron confortados.

Ah!, si no hubiera faltado uno de ellos a aquella cena! Si los cinco prisioneros escapados de Richmond hubieran estado all, bajo aquellas rocas amontonadas, delante de aquel fuego crepitante y claro, sobre aquella arena seca, quiz no hubieran tenido ms que hacer que dar gracias al cielo! Pero el ms ingenioso, el ms sabio, el jefe,

Ciro Smith, faltaba y su cuerpo no haba podido obtener una sepultura! As pas el da 25 de marzo. La noche haba extendido su velo. Se oa silbar el viento y la resaca montona batir la costa. Los guijarros, empujados y revueltos por las olas, rodaban con un ruido ensordecedor.

El corresponsal se haba retirado al fondo de un oscuro corredor, despus de haber resumido y anotado los incidentes de aquel da: la primera aparicin de aquella tierra, la desaparicin del ingeniero, la exploracin de la costa, el incidente de las cerillas, etc., y, ayudado por su cansancio, logr encontrar un reposo en el sueo.

Harbert se durmi pronto. En cuanto al marino, velando con un ojo, pas la noche junto a la lumbre, a la que no falt combustible. Uno solo de los nufragos no reposaba en las Chimeneas; era el inconsolable, el desesperado Nab, que, toda la noche y a pesar de las exhortaciones de sus compaeros que le invitaban a descansar, err por la playa llamando a su amo.

6. Salieron de caza y a explorar la isla

El inventario de los objetos que posean aquellos nufragos del aire arrojados sobre una costa que pareca inhabitada qued muy pronto hecho.

No tenan ms que los vestidos puestos en el momento de la catstrofe. Sin embargo, es preciso mencionar un cuaderno y un reloj, que Geden Spilett haba conservado por descuido, pero no tenan ni un arma, ni un instrumento, ni siquiera una navaja de bolsillo. Los pasajeros de la barquilla lo haban arrojado todo para aligerar el aerostato.

Los hroes imaginarios de Daniel de Foe, o de Wyss, como los Selkirk y los Raynal, nufragos en la isla de Juan Fernndez o el archipilago de Auckland, no se vieron nunca en una desnudez tan absoluta, porque sacaban recursos abundantes de su navo encallado, granos, ganados, tiles, municiones, o bien llegaba a la costa algn resto de naufragio, que les permita acometer las primeras necesidades de la vida. No se encontraban de un golpe absolutamente desarmados frente a la naturaleza. Pero ellos, ni siquiera un instrumento, ni un utensilio. Nada, tenan necesidad de todo.

Y si Ciro Smith hubiera podido poner su ciencia prctica, su espritu inventivo al servicio de aquella situacin, quiz toda esperanza no se hubiera perdido. Pero no era posible contar con Ciro Smith. Los nufragos no deban esperar nada ms que de s mismos y de la Providencia, que no abandona jams a los que tienen fe sincera.

Pero, ante todo, deban instalarse en aquella parte de la costa sin buscar ni saber a qu continente perteneca, si estaba habitada, o si el litoral no era ms que la orilla de una isla desierta?

Era una cuestin que haba que resolver en el ms breve tiempo. De su solucin dependeran las medidas a tomar. Sin embargo, siguiendo el consejo de Pencroff, resolvieron esperar algunos das antes de hacer la exploracin. Era preciso preparar vveres y procurarse un alimento ms fortificante que el de huevos o moluscos. Los exploradores, expuestos a soportar largas fatigas, sin un aposento para reposar su cabeza, deban, ante todo, rehacer sus fuerzas.

Las Chimeneas ofrecan un retiro provisional suficiente. El fuego estaba encendido y sera fcil conservar las brasas. De momento los mariscos -y los huevos no faltaban en las rocas y en la playa. Ya se encontrara modo para matar algunas de las gaviotas que volaban por centenares en la cresta de las mesetas, a palos o pedradas; quiz los rboles del bosque vecino daran frutos comestibles, y, en fin, el agua dulce no faltaba. Convinieron, pues, en que durante algunos das se quedaran en las Chimeneas, para prepararse a una exploracin del litoral o del interior del pas.

Aquel proyecto convena particularmente a Nab.

Obstinado en sus ideas como en sus presentimientos, no tena prisa en abandonar aquella porcin de la costa, teatro de la catstrofe. No crea, no quera creer en la

prdida de Ciro Smith. No, no le pareca posible que semejante hombre hubiera acabado de una manera tan vulgar, llevado por un golpe de mar, ahogado por las olas, a algunos cientos de pasos de una orilla. Mientras las olas no hubieran arrojado el cuerpo del ingeniero a la playa; mientras l, Nab, no hubiera visto con sus ojos y tocado con sus manos el cadver de su amo, no creera en su muerte. Y aquella idea arraig en su obstinado corazn. Ilusin quiz, sin embargo, ilusin respetable, que el marino no quera destruir. Para Pencroff no haba ya esperanza; el ingeniero haba perecido realmente en las olas, pero con Nab no quera discutir. Era como el perro que no quiere abandonar el sitio donde est enterrado su dueo, y su dolor era tal que probablemente no sobrevivira.