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-Dios lo quiera! -contest Harbert-. Partamos! Top nos guiar!

Pencroff no hizo ninguna objecin, comprendiendo que la llegada de Top desmenta sus conjeturas.

-En marcha! -dijo.

Pencroff recubri con cuidado el carbn del hogar, puso unos trozos de madera bajo las cenizas, de manera que, cuando volvieran, encontraran fuego, y, precedido del perro, que pareca invitarlo con sus ladridos, y seguido del corresponsal y del joven, se lanz fuera, despus de haber tomado los restos de la cena.

La tempestad estaba entonces en toda su violencia y quiz en su mximum de intensidad. La luna nueva entonces, por consiguiente, en conjuncin con el sol, no dejaba filtrar la menor luz a travs de las nubes. Seguir un camino rectilneo era difcil; lo mejor era dejarse llevar del instinto de Top; as lo hicieron. El reportero y el muchacho iban detrs del perro, y el marino cerraba la marcha. No hubiera sido posible cambiar unas palabras. La lluvia no era muy abundante, porque se pulverizaba al soplo del huracn, pero el huracn era terrible.

Sin embargo, una circunstancia favoreca felizmente al marino y a sus dos compaeros: el viento vena del sudeste y, por consiguiente, les daba de espalda. La arena, que se levantaba con violencia, y que no hubiera podido soportarse, la reciban por detrs, y no volviendo la cara podan marchar sin que les incomodase. A veces caminaban ms de prisa de lo que hubieran querido, para no caer; pero una inmensa esperanza redoblaba sus fuerzas; esta vez no corran por la costa a la aventura. No dudaban de que Nab haba encontrado a su amo y que haba enviado a su fiel perro a buscarlos. Pero estaba vivo el ingeniero, o Nab enviaba por sus compaeros para tributar los ltimos deberes al cadver del infortunado Smith?

Despus de haber pasado el muro y la tierra alta de que se haban apartado prudentemente, Harbert, el periodista, y Pencroff se detuvieron para tomar aliento. El recodo de las rocas los abrigaba contra el viento, y respiraron ms tranquilos despus de aquella marcha de un cuarto de hora, que haba sido ms bien una carrera.

En aquel momento podan orse, responderse y, habiendo el joven pronunciado el nombre de Ciro Smith, Top renov sus ladridos, como si hubiera querido decir que su amo estaba salvado.

-Salvado, verdad? -repeta Harbert-. Salvado, Top? Y el perro ladraba para contestar.

Emprendieron de nuevo la marcha: eran cerca de las dos y media de la madrugada; la marea empezaba a subir e, impulsada por el viento, amenazaba ser muy fuerte. Las grandes olas chocaban contra los escollos y los acometan con tal violencia, que probablemente deban pasar por encima del islote, absolutamente invisible entonces. Aquel largo dique no cubra la costa, que estaba directamente expuesta a los embates del mar.

Cuando el marino y sus compaeros se separaron del muro, el viento los azot de nuevo con extremado furor.

Encorvados, dando la espalda a las rfagas, marchaban de prisa, siguiendo a Top, que no vacilaba en la direccin que deba tomar. Suban hacia el norte, teniendo a su derecha una interminable cresta de olas, que se rompan con atronador ruido, y a su izquierda una oscura comarca de la cual era imposible distinguir su aspecto; pero comprendan que deba ser relativamente llana, porque el huracn pasaba por encima de

sus cabezas sin rebotar sobre ellos, efecto que se produca cuando golpeaba en la muralla de granito.

A las cuatro de la maana poda calcularse que haban recorrido una distancia de cinco millas. Las nubes se haban elevado ligeramente y no laman ya el suelo. Las rfagas, menos hmedas, se propagaban en corrientes de aire muy vivas, ms secas y ms fras. Insuficientemente protegidos por sus vestidos, Pencroff, Harbert y Geden Spilett deban sufrir cruelmente, pero ni una queja se escap de sus labios. Estaban decididos a seguir a Top hasta donde quisiera conducirles el inteligente animal.

Hacia las cinco, comenz a despuntar el da. Al principio, en el cenit, donde los vapores eran menos espesos, algunos matices grises ribetearon el extremo de las nubes, y pronto, bajo una banda opaca, una claridad luminosa dibuj netamente el horizonte del mar. La cresta de las olas se ti ligeramente de resplandores leonados, y la espuma se hizo ms blanca. Al mismo tiempo, en la izquierda, las partes quebradas del litoral comenzaron a tomar un color confuso gris sobre fondo negro.

A las seis de la maana era ya de da. Las nubes corran con extrema rapidez en una zona relativamente alta. El marino y los compaeros estaban entonces a seis millas de las Chimeneas, siguiendo una playa muy llana, bordeada a lo largo por una fila de rocas, de las cuales emergan solamente las cimas, porque era la hora de pleamar. A la izquierda, la comarca que se vea cubierta de dunas erizadas de cardos ofreca el aspecto salvaje de una vasta regin arenosa. El litoral estaba poco marcado y no ofreca otra barrera al ocano que una cadena bastante irregular de montculos. Aqu y all uno o dos rboles agitaban hacia el oeste las ramas tendidas hacia aquella direccin; y detrs, hacia el sudoeste, se redondeaba el lindero del ltimo bosque.

En aquel momento Top dio signos inequvocos de agitacin. Corra hacia delante, volva hasta el marino y pareca incitarlo a ir ms de prisa. El perro haba abandonado entonces la playa impulsado por su admirable instinto y sin mostrar ninguna vacilacin les meti entre las dunas.

Le siguieron. El pas pareca estar absolutamente desierto, sin que ningn ser vivo lo animase.

La linde de las dunas, bastante ancha, estaba compuesta de montculos y colinas caprichosamente distribuidas. Era como una pequea Suiza de arena, y slo un instinto prodigioso poda encontrar camino en aquel laberinto.

Cinco minutos despus de haber abandonado la playa, el periodista y sus compaeros llegaron a una especie de excavacin abierta en el recodo formado por una alta duna. All, Top se detuvo, dando un ladrido sonoro. Spilett, Harbert y Pencroff penetraron en aquella gruta.

Nab estaba arrodillado, cerca de un cuerpo tendido sobre un lecho de hierbas. Era el cuerpo del ingeniero Ciro Smith.

8. Estaba vivo Ciro Smith?

Nab no se mova; el marino no le dijo ms que una palabra. -Vive! -exclam.

Nab no respondi. Geden Spilett y Pencroff se pusieron plidos. Harbert junt las manos y permaneci inmvil. Pero era evidente que el pobre negro, absorto en su dolor, no haba visto a sus compaeros, ni entendido las palabras del marino.

El corresponsal se arrodill cerca del cuerpo sin movimiento y aplic el odo al pecho del ingeniero, despus de haberle entreabierto la ropa. Un minuto, que pareci un siglo, transcurri, durante el cual Spilett trat de sorprender algn latido del corazn.

Nab se haba incorporado un poco y miraba sin ver. La desesperacin no hubiera podido alterar ms el rostro de un hombre. Nab estaba desconocido, abrumado por el cansancio, desencajado por el dolor. Crea a su amo muerto.

Geden Spilett despus de una larga y atenta observacin se levant. -Vive! -dijo.

Pencroff, a su vez, se puso de rodillas cerca de Ciro Smith; su odo percibi tambin algunos latidos y sus labios una ligera respiracin que se escapaba de los del ingeniero.

Harbert, a una palabra que le dijo el corresponsal, se lanz fuera para buscar agua, y encontr, a cien pasos de all, un riachuelo lmpido evidentemente engrosado por las lluvias de la noche pasada y que se filtraba por la arena. Pero no tena nada para llevar el agua; ni una concha haba en las dunas.

El joven tuvo que contentarse con mojar su pauelo en el ro y volvi corriendo.

Afortunadamente el pauelo mojado bast a Geden Spilett, que no quera ms que humedecer los labios del ingeniero. Las molculas de agua fresca produjeron un efecto casi inmediato. Un suspiro se escap del pecho de Ciro Smith y pareci que quera pronunciar algunas palabras.

-Le salvaremos! -dijo el periodista.

Nab, que haba recobrado la esperanza, al or estas palabras, desnud a su amo, a fin de ver si el cuerpo presentaba alguna herida. Ni la cabeza, ni el dorso, ni los miembros tenan contusiones ni desolladuras, cosa sorprendente, porque el cuerpo de Ciro Smith haba debido ser arrastrado sobre las rocas; hasta las manos estaban intactas, y era difcil explicarse cmo el ingeniero no presentaba ninguna seal de los esfuerzos que haba debido hacer para atravesar la lnea de escollos.