Pero la explicacin de esta circunstancia vendr ms tarde. Cuando Ciro Smith pudiese hablar, dira lo que haba pasado. Por el momento, se trataba de volverle a la vida, y era probable que se consiguiera por medio de fricciones. Se las dieron con la camiseta del marino; y el ingeniero, gracias a aquel rudo masaje, movi ligeramente los brazos y su respiracin comenz a restablecerse de una manera ms regular. Se habra muerto sin la llegada del corresponsal y de sus compaeros, no habra habido remedio para Smith.
-Crea usted muerto a su amo? -pregunt el marino a Nab. -S, muerto! -respondi el negro-. Y si Top no les hubiera encontrado o no hubieran venido, habra enterrado aqu a mi amo y habra muerto despus a su lado.
Qu poco haba faltado para que pereciese Ciro Smith!
Nab cont entonces lo que haba pasado. El da anterior, despus de haber abandonado las Chimeneas, al rayar el alba, haba subido la costa en direccin norte, y lleg a la parte del litoral que haba visitado ya.
All, sin ninguna esperanza, segn dijo, Nab haba buscado entre las rocas y en la arena los ms ligeros indicios que pudieran guiarle; haba examinado sobre todo la parte de la arena que la alta mar no haba recubierto, ya que en el litoral el flujo y el reflujo deban haber borrado toda huella. No esperaba encontrar a su amo vivo; buscaba nicamente su cadver para darle sepultura con sus propias manos.
Sus pesquisas haban durado largo tiempo, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. No pareca que aquella costa desierta hubiera jams sido frecuentada por un ser humano. Las conchas a las cuales no poda el mar llegar, y que se encontraban a millones ms all del alcance de las mareas, estaban intactas; no haba ni una concha rota. En un espacio de doscientas o trescientas yardas no exista traza de un desembarco antiguo ni reciente.
Nab se decidi, pues, a subir por la costa durante algunas millas, por si las corrientes haban llevado el cuerpo a algn punto ms lejano. Cuando un cadver flota a poca
distancia de una playa llana, es raro que las olas no lo recojan tarde o temprano. Nab lo saba y quera volver a ver a su amo una vez ms.
-Recorr la costa durante dos millas ms, visit toda la lnea de escollos de la mar baja, toda la arena de la mar alta y desesperaba de encontrar algo, cuando ayer, hacia las cinco de la tarde, me fij en unas huellas que se marcaban en la arena. -Huellas de pasos? -exclam Pencroff.
-S! -contest Nab.
-Y esas huellas empezaban en los escollos mismos? -pregunt el corresponsal. -No -contest Nab-, comenzaban en el sitio donde llegaba la marea, porque entre este sitio y los arrecifes las huellas deban haber sido borradas. -Contina, Nab -dijo Geden Spillet.
Cuando vi estas huellas, me volv loco. Estaban muy marcadas y se dirigan hacia las dunas. Las segu durante un cuarto de milla, corriendo, pero cuidando no borrarlas. Cinco minutos despus, cuando empezaba a anochecer, o los ladridos de un perro. Era Top, y Top me condujo aqu mismo, cerca de mi amo!
Nab termin su relato ponderando su dolor al encontrar el cuerpo inanimado. Haba tratado de sorprender en l algn resto de vida: ya que lo haba encontrado muerto, lo quera vivo. Todos sus esfuerzos haba sido intiles y no le quedaba otro recurso que tributar los ltimos deberes al que amaba tanto!
Entonces se acord de sus compaeros. Estos querran, sin duda, volver a ver por ltima vez al infortunado ingeniero. Top estaba all; podra fiarse de la sagacidad del pobre animal? Nab pronunci muchas veces el nombre del corresponsal, que era, de los compaeros del ingeniero, el ms conocido de Top; despus le mostr el sur de la costa, y el perro se lanz en la direccin indicada.
Ya se sabe cmo, guiado por un instinto que casi podra considerarse sobrenatural, porque el animal no haba estado nunca en las Chimeneas, Top haba llegado.
Los compaeros de Nab haban escuchado el relato con extrema atencin. Era para ellos inexplicable que Ciro Smith, despus de los esfuerzos que haba debido hacer para escapar de las olas, atravesando los arrecifes, no tuviera seal ni del menor rasguo; pero, sobre todo, lo que no acertaban a explicarse era que el ingeniero hubiera podido llegar a ms de una milla de la costa, a aquella gruta en medio de las dunas.
-Nab -dijo el corresponsal-, no has sido t el que ha transportado a tu amo hasta este sitio?
-No, seor, no he sido yo -contest Nab. -Es evidente que Smith ha venido solo -dijo Pencroff.
-Es evidente -observ Geden Spilett-, pero parece increble!
No se podra obtener la explicacin del hecho ms que de boca del ingeniero, y para eso deba recobrar el habla. Felizmente la vida volva al cuerpo de Ciro Smith. Las fricciones haban restablecido la circulacin de la sangre y movi de nuevo los brazos, despus la cabeza, y algunas palabras incomprensibles se escaparon de sus labios.
Nab, inclinado sobre l, lo llamaba, pero el ingeniero no pareca orlo; sus ojos permanecan cerrados. La vida no se revelaba en l ms que por el movimiento; los sentidos no tenan an parte.
Pencroff sinti mucho no tener fuego a mano ni medio de procurrselo, pues por desgracia haba olvidado de llevarse el trapo quemado, que se hubiera inflamado fcilmente al choque de dos guijarros. En cuanto a los bolsillos del ingeniero, estaban absolutamente vacos, excepcin hecha de su chaleco, que contena el reloj. Era preciso, pues, transportar a Ciro Smith a las Chimeneas lo ms pronto posible. Este fue el parecer de todos.
Entretanto, los cuidados prodigados al ingeniero le devolveran el conocimiento antes de lo que podan esperar sus compaeros. El agua con la que humedecan sus labios lo reanimaba poco a poco. Pencroff tuvo la idea de mezclar con aquel agua un poco de sustancia de la carne de tetraos, que se haba llevado. Harbert corri a la playa y volvi con dos grandes moluscos bivalvos, y el marino compuso una especie de mixtura que introdujo en los labios del ingeniero, el cual pareci aspirarla vidamente.
Entonces sus ojos se abrieron. Nab y el corresponsal estaban inclinados sobre l. -Seor! Querido seor! -exclam Nab.
El ingeniero lo oy. Reconoci a Nab y Spilett, despus a sus otros dos compaeros,
Harbert y el marino, y su mano estrech ligeramente las de todos.
Se escaparon de sus labios algunas palabras, que sin duda haba pronunciado ya, y que indicaban algunos pensamientos que atormentaban su espritu.
Aquellas palabras, pronunciadas de un modo claro, fueron comprendidas aquella vez. -Isla o continente? -murmur.
-Ah! -exclam Pencroff, no pudiendo contener esta exclamacin-. Por todos los diablos! Qu nos importa, mientras viva usted, seor Ciro! Isla o continente? Ya lo veremos despus!
El ingeniero hizo una ligera seal afirmativa y pareci dormirse.
Respetaron aquel sueo y el corresponsal dispuso que el ingeniero fuera transportado del mejor modo posible. Nab, Harbert y Pencroff salieron de la gruta y se dirigieron hacia una alta duna coronada de algunos rboles raquticos. En el camino el marino no poda menos de repetir:
-Isla o continente! Pensar en eso, cuando no se tiene ms que un soplo de vida! Qu hombre!
Cuando llegaron a la cumbre de la duna, Pencroff y sus dos compaeros, sin ms tiles que sus brazos, despojaron de sus principales ramas un rbol bastante endeble, especie de pino martimo, medio destrozado por el viento; despus, con aquellas ramas, hicieron una litera, que una vez cubierta de hojas y hierbas poda servir para transportar al ingeniero.
Fue obra de unos cuarenta y cinco minutos, y eran las diez de la maana cuando Nab y Harbert volvieron al lado de Ciro Smith, de quien Geden Spilett no se haba separado.