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El ingeniero se despertaba entonces de su sueo, o mejor dicho, del sopor en que le haban dejado. Se colorearon sus mejillas, que hasta entonces haban tenido la palidez de la muerte; se incorpor un poco, mir alrededor suyo y pareci preguntar dnde se hallaba.

-Puede usted orme sin cansarse, Ciro? -dijo el corresponsal. -S -contest el ingeniero.

-Mi parecer es -intervino el marino-que el seor Smith le escuchar mejor si vuelve a tomar un poco de esta gelatina de tetraos, porque es de tetraos, seor Ciro -aadi, presentndole un poco de aquella mixtura, a la cual aadi esta vez algunas partculas de carne.

Ciro Smith las comi, y los restos de los tetraos fueron repartidos entre los tres compaeros, a quienes atormentaba el hambre. Encontraron bastante parco el almuerzo.

-Bueno -dijo el marino-, vituallas tenemos en las Chimeneas, porque conviene que usted sepa, seor Ciro, que tenemos all abajo, hacia el sur, una casa con cuartos, camas y hogar, y en la despensa algunas docenas de aves que nuestro Harbert llama curucs. La litera est arreglada y, cuando se sienta ms fuerte, lo transportaremos a nuestra morada.

-Gracias, amigo mo -respondi el ingeniero-; an esperaremos una hora o dos, y luego partiremos Y entretanto, hable usted, Spilett.

El corresponsal hizo entonces el relato de lo que haba pasado. Refiri los sucesos que deba ignorar Ciro Smith, la ltima cada del globo, el arribo a aquella tierra desconocida, que pareca desierta, cualquiera que fuese, ya isla o continente, el descubrimiento de las Chimeneas, las pesquisas que haban hecho para encontrar al ingeniero, la adhesin de Nab, y todo lo que se deba a la inteligencia del fiel Top, etc.

-Pero -pregunt Ciro Smith, con una voz an dbil-, no me han recogido ustedes en la playa?

-No -contest el corresponsal. -Y no son ustedes los que me han trado a esta gruta?

-No.

-A qu distancia est esta gruta de los arrecifes?

-Poco ms o menos a media milla -contest Pencroff-, y si est usted admirado, no estamos nosotros menos sorprendidos de verlo aqu.

-En efecto -contest el ingeniero, que se reanimaba poco a poco y tomaba inters en aquellos detalles-, en efecto; es muy singular!

-Pero -repuso el marino-puede usted decimos lo que le ha pasado desde que le llev el golpe de mar?

Ciro Smith reuni sus recuerdos. Saba muy poco. El golpe de mar lo haba arrancado de la red del aerostato. Primero se hundi, volvi a la superficie y en aquella semioscuridad sinti un ser viviente agitarse cerca de l. Era Top, que se haba precipitado trs l. Levant los ojos y no vio ya el globo, que, libre de su peso y el del perro, haba partido como una flecha. Se encontr en medio de las olas irritadas, a una distancia de la costa que no deba ser menor de media milla. Trat de luchar contra las olas nadando con fuerza, mientras Top le sostena por la ropa, pero una corriente muy fuerte lo arrastr hacia el norte, y despus de media hora de esfuerzos intiles se hundi, arrastrando a Top con l al abismo. Desde aquel momento hasta el que se encontr en brazos de sus amigos no se acordaba de nada.

-Sin embargo -dijo Pencroff-, usted debi ser arrojado a la playa, y debi tener fuerza para caminar hasta aqu, porque Nab ha encontrado huellas de pasos.

-S, sin duda -contest el ingeniero reflexionando-. Y ustedes no han visto huellas de seres humanos en esta costa?

-Ni rastro -advirti el corresponsal-. Por otra parte, si por casualidad alguien le hubiera salvado, por qu le habra abandonado despus de librarlo del furor de las

olas?

-Tiene usted razn, querido Spilett. Dime, Nab -aadi el ingeniero volvindose hacia su criado-, no habrs sido t, en un momento de alucinacin durante el cual? No, no, es absurdo Existen todava algunas seales de pasos? -pregunt.

-S, seor -contest Nab-, mire usted, a la entrada, a la vuelta misma de esta duna, en una parte abrigada por el viento y la lluvia. Las otras han sido borradas por la tempestad.

-Pencroff -repuso Ciro Smith-, quiere usted tomar mis zapatos y ver si corresponden con esas huellas?

El marino hizo lo que le peda el ingeniero. Harbert y l, guiados por Nab, fueron al sitio donde se hallaban las huellas, mientras que Ciro Smith deca al corresponsaclass="underline" -Han pasado aqu cosas inexplicables! -Tiene razn -contest el periodista

-Pero no insistamos en este momento, querido Spilett; ya hablaremos ms tarde. Un instante despus el marino, Nab y Harbert volvan a entrar.

No haba duda. Los zapatos del ingeniero correspondan exactamente a las huellas conservadas. As, pues, Ciro Smith las haba dejado sobre la arena.

-Entonces -dijo el ingeniero-, he sido yo el que experiment esta alucinacin que atribua a Nab. Habr marchado como un sonmbulo, sin saber lo que haca, y ha sido Top el que, guiado por su instinto, me ha conducido aqu despus de haberme arrancado de las olas Ven, Top! Querido perro!

El magnfico animal se adelant hacia su amo, ladrando y hacindole caricias que fueron devueltas con efusin.

Se convendr en que no se poda dar otra explicacin a los hechos, cuyo resultado haba sido el salvamento de Ciro Smith, el cual era debido enteramente a Top.

Hacia medioda, Pencroff pregunt a Ciro Smith si se hallaba en estado de que le transportaran, y el ingeniero, por toda respuesta, haciendo un esfuerzo que demostraba ms voluntad que energa, se levant. Pero tuvo que apoyarse en el marino, porque de otro modo hubiera cado.

-Bueno! Bueno! -dijo Pencroff-. Acerquen la litera del seor ingeniero.

Llevaron la litera. Las ramas transversales haban sido recubiertas con musgo y hierbas. Se ech en ella Ciro Smith, y se dirigieron hacia la costa, yendo Pencroff en un extremo de la camilla y N,-b en el otro.

Tenan que recorrer ocho millas, pero como no se poda ir de prisa, y haba que detenerse a menudo, era preciso contar un lapso de seis horas por lo menos antes de llegar a las Chimeneas.

El viento era cada vez ms fuerte, pero no llova. El ingeniero, tendido y recostado sobre un brazo, observaba la costa, sobre todo en la parte opuesta al mar. No hablaba, pero miraba, y ciertamente los contornos de aquella comarca con las quebraduras de terrenos, sus bosques, sus diversas producciones se grabaron en su nimo. Sin embargo, al cabo de dos horas de camino el cansancio lo venci y se durmi en la litera.

A las cinco y media la pequea comitiva lleg a la muralla, y poco despus, delante de las Chimeneas.

Todos se detuvieron dejando la litera sobre la arena. Ciro Smith dorma profundamente y no se despert.

Pencroff, con gran sorpresa y disgusto, pudo entonces observar que la terrible tempestad del da anterior haba modificado el aspecto de los lugares. Haban tenido lugar sucesos importantes.

Grandes pedazos de roca yacan sobre la arena, y un espeso tapiz de hierbas marinas, fucos y algas cubra toda la playa. Era evidente que el mar, pasando sobre el islote, haba llegado hasta el pie de la cortina enorme de granito.

Delante del orificio de las Chimeneas, el suelo, lleno de barrancos, haba experimentado un violento asalto de olas.

Pencroff tuvo como un presentimiento que le atraves el alma. Se precipit en el corredor.

Pocos instantes despus sala y permaneca inmvil mirando a sus compaeros.

El fuego estaba apagado. Las cenizas no eran ms que barro. El trapo quemado, que deba servir de yesca, haba desaparecido. El mar haba penetrado hasta el fondo de los corredores y todo lo haba transformado y destruido dentro de las Chimeneas.

9. Fuego y carne

En pocas palabras Geden Spilett, Harbert y Nab fueron puestos al corriente de la situacin.

Aquel incidente, que poda tener consecuencias funestas -por lo menos segn el juicio de Pencroff-, produjo efectos diversos en los compaeros del honrado marino.

Nab, entregado por completo al jbilo de haber encontrado a su amo, no escuch, o mejor dicho no quiso preocuparse de lo que deca Pencroff. Harbert pareci participar en los temores del marino.