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En cuanto al corresponsal, respondi sencillamente a las palabras de Pencroff: -Le aseguro, amigo mo, que eso me tiene sin cuidado. -Pero, repito, no tenemos fuego.

-Bah!

-Ni ningn modo de encenderlo. -Bueno! -Sin embargo, seor Spilett

-No est Ciro aqu? -contest el corresponsal-. No est vivo nuestro ingeniero? Ya encontrar medio de procurarnos fuego! -Con qu? -Con nada.

Qu poda replicar Pencroff? No respondi, porque al fin y al cabo participaba de la confianza que sus compaeros tenan en Ciro Smith. El ingeniero era para ellos un microcosmo, un compuesto de toda la ciencia e inteligencia humana. Tanto vala encontrarse con Ciro en una isla desierta como sin l en la misma industriosa ciudad de la Unin. Con l no poda faltar nada; con l no haba que desesperar. Aunque hubieran dicho a aquellas buenas gentes que una erupcin volcnica iba a destruir aquella tierra y hundirlos en los abismos del Pacfico, hubieran respondido imperturbablemente: Ciro est aqu! Ah est Ciro!

Sin embargo, entretanto el ingeniero estaba an sumergido en una nueva postracin ocasionada por el transporte y no se poda apelar a su ingeniosidad en aquel momento. La cena deba ser necesariamente muy escasa. En efecto, toda la carne de tetraos haba sido consumida, y no exista ningn medio de asar nada de caza. Por otra parte, los curucs que servan de reserva haban desaparecido. Era preciso, pues, tomar una determinacin.

Ante todo, Ciro Smith fue trasladado al corredor central, donde le arreglaron una cama de algas y fucos casi secos. El profundo sueo que se haba apoderado de Ciro poda reparar rpidamente sus fuerzas y mejor que lo hubiera hecho cualquier alimento abundante.

Haba llegado la noche y, con ella, la temperatura, modificada por un salto de viento al nordeste, se enfri bastante. Como el mar haba destruido los tabiques construidos por Pencroff en ciertos puntos de los corredores, se establecieron corrientes de aire, que hicieron las Chimeneas inhabitables. El ingeniero se habra encontrado en condiciones bastante malas de no haberse desprendido sus compaeros de sus vestidos para cubrirlo cuidadosamente.

La cena aquella noche se compuso nicamente de litodomos, de los cuales Harbert y Nab hicieron recoleccin en la playa. Sin embargo, a los moluscos, el joven aadi cierta cantidad de algas comestibles, que recogi en altas rocas, cuyas paredes no mojaba el mar ms que en la poca de las grandes mareas. Aquellas algas pertenecan a la familia de las fucceas, eran una especie de sargazos, que, secos, producen una materia gelatinosa bastante rica en elementos nutritivos. El corresponsal y sus compaeros, despus de haber absorbido una cantidad considerable de litodomos, chuparon aquellos sargazos y los encontraron muy agradables.

Conviene decir que en las playas asiticas esta especie de algas entra mucho en la alimentacin de los indgenas.

-A pesar de todo -dijo el marino-, ya es hora de que el seor Ciro nos preste su ayuda.

Entretanto, el fro se hizo muy vivo, y, para colmo de desdicha, no tenan ningn medio para combatirlo.

El marino, incmodo, trat por todos los medios posibles de procurarse fuego, y Nab le ayud en aquella operacin. Haba encontrado musgos secos y, golpeando dos guijarros, obtuvo algunas chispas; pero el musgo no era bastante inflamable y no tom, por otra parte, aquellas chispas, que, no siendo ms que slice incandescente, no tenan la consistencia de las que se escapan del acero y el pedernal. La operacin, pues, no dio resultado.

Pencroff, aunque no tena confianza en el procedimiento, trat luego de frotar dos leos secos el uno contra el otro, a la manera de los salvajes. Ciertamente si el movimiento que Nab y l hicieron se hubiera transformado en calor, segn las teoras nuevas, habra sido suficiente para hervir una caldera de vapor. El resultado fue nulo. Los pedazos de madera se calentaron, pero mucho menos que los dos hombres.

Despus de una hora de trabajo, Pencroff, sudando, arroj los pedazos de madera con despecho.

-Cuando me hagan creer que los salvajes encienden fuego de este modo -dijo-, har calor en invierno! Antes encender mis brazos frotando uno contra el otro!

El marino no tena razn en negar la eficacia del procedimiento. Es cierto que los salvajes encienden la madera con un frotamiento rpido; pero no toda clase de madera vale para esta operacin, y, adems, tienen "maa", segn la expresin consagrada, y probablemente Pencroff no la tena.

El mal humor del marino no dur mucho. Harbert tom los dos trozos de lea que Pencroff haba arrojado con despecho y se esforzaba en frotarlos con rapidez. El robusto marino no pudo contener una carcajada viendo los esfuerzos del adolescente para obtener lo que l no haba podido conseguir.

-Frota, hijo mo, frota! -dijo.

-Ya froto -contest Harbert, riendo-, pero no tengo otra pretensin que calentarme en lugar de tiritar, y pronto tendr ms calor que t, Pencroff!

Esto fue lo que sucedi. De todos modos, hubo que renunciar aquella noche a procurarse fuego. Geden Spilett repiti por vigsima vez que Ciro Smith no se habra visto tan embarazado por tan poca cosa, y entretanto se tendi en uno de los corredores, sobre la cama de arena. Harbert, Nab y Pencroff lo imitaron, mientras que Top dorma a los pies de su amo.

Al da siguiente, 28 de marzo, cuando el ingeniero se despert hacia las ocho de la maana, vio a sus compaeros a su lado, que miraban su despertar, y, como la vspera, sus primeras palabras fueron:

-Isla o continente?

Como se ve, sta era su idea fija.

-Otra vez! -respondi Pencroff-. No sabemos nada, seor Smith. -No saben nada an?

-Pero lo sabremos -aadi Pencroff-, cuando usted nos haya servido de piloto en este pas. -Creo que me encuentro en situacin de probarlo respondi el ingeniero, que sin grandes esfuerzos se levant y se puso de pie.

-Muy bien! -exclam el marino.

-Lo que me molestaba era el cansancio -respondi Ciro Smith-. Amigos mos, un poco de alimento y me pondr bien del todo. Tienen ustedes fuego?

Aquella pregunta no obtuvo una respuesta inmediata; pero, despus de algunos instantes, Pencroff dijo:

-Ay! No tenemos fuego, o mejor dicho, seor Ciro, no lo volveremos a tener!

El marino hizo el relato de lo que haba pasado la vspera, divirtiendo al ingeniero con la historia de una sola cerilla, y con su tentativa abortada para procurarse fuego a la manera de los salvajes.

-Lo tendremos -contest el ingeniero-; y si no encontramos una sustancia anloga a la yesca

-Qu? -pregunt el marino. -Que haremos fsforos. -Qumicos?

-Qumicos!

-No es difcil eso -exclam el reportero, dando un golpecito en el hombre del marino.

Este no encontraba la cosa tan sencilla, pero no protest. Todos salieron. El tiempo se haba despejado; el sol se levantaba en el horizonte del mar y haca brillar como pajitas de oro las rugosidades prismticas de la enorme muralla.

El ingeniero, despus de haber dirigido en torno suyo una rpida mirada, se sent en una roca. Harbert le ofreci unos puados de moluscos y de sargazos, diciendo: -Es todo lo que tenemos, seor Ciro.

-Gracias, hijo mo -respondi Ciro Smith-, esto ser suficiente para esta maana, por lo menos.

Y comi con apetito aquel dbil alimento, que acompa de un poco de agua fresca, cogida del ro con una concha grande.

Sus compaeros lo miraban sin hablar. Despus de haber satisfecho bien o mal su hambre y su sed, Ciro Smith dijo, cruzando los brazos:

-Amigos mos, de modo que no saben si hemos sido arrojados a un continente o a una isla?

-No, seor Ciro -contest el joven.

-Lo sabremos maana -aadi el ingeniero-. Hasta entonces no tenemos nada que hacer. -S! -replic Pencroff.

-Qu?

-Fuego -dijo el marino, que tambin tena su idea fija.

-Ya lo haremos, Pencroff -dijo Ciro Smith-. Mientras que ustedes me transportaban ayer, me pareci ver hacia el oeste una montaa que domina este pas.