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-Ah, pillo! -exclam Pencroff.

Inmediatamente los tres se lanzaron, siguiendo las huellas de Top, y en el momento en que iban a alcanzarlo, el animal desapareci bajo las aguas de un vasto pantano, sombreado por grandes pinos seculares.

Nab, Harbert y Pencroff se haban quedado inmviles. Top se arroj al agua, pero el cabiay, oculto en el fondo del pantano, no apareca.

-Esperemos -dijo el joven-, ya saldr a la superficie para respirar.

-No se ahogar? -pregunt Nab.

-No -contest Harbert-, porque tiene los pies palmeados, y casi es un anfibio. Pero aguardemos.

Top haba seguido nadando. Pencroff y sus dos compaeros fueron a ocupar cada uno un punto de la orilla, a fin de cortar toda retirada al cabiay, que el perro buscaba nadando en la superficie del pantano.

Harbert no se haba equivocado. Despus de unos minutos, el animal volvi a la superficie del agua. Top, de un salto, se lanz sobre l y le impidi sumergirse de nuevo. Un instante despus el cabiay, arrastrado hasta la orilla, haba muerto de un bastonazo de Nab.

-Hurra! -exclam Pencroff, que empleaba con frecuencia este grito de triunfo-. Ahora slo falta fuego, y este roedor ser rodo hasta los huesos.

Pencroff carg el cabiay sobre sus espaldas y, calculando por la altura del sol que deban ser cerca de las dos de la tarde, dio la seal de regreso.

El instinto de Top no fue intil a los cazadores que, gracias al inteligente animal, pudieron encontrar el camino ya recorrido. Media hora despus llegaron al recodo del ro.

Como haba hecho la primera vez, Pencroff form rpidamente una especie de almada, aunque faltando fuego le pareca aquello una tarea intil y, llevando la lea por la corriente, volvieron a las Chimeneas.

El marino estaba a unos cincuenta pasos de ellas; se detuvo, dio un hurra formidable y, sealando con la mano hacia el ngulo de la quebrada, exclam: -Harbert! Nab! Mirad!

Una humareda se escapaba en torbellinos de las rocas.

10. La subida a la montaa

Algunos instantes despus los tres cazadores se encontraban delante de una lumbre crepitante. Ciro Smith y el corresponsal estaban all. Pencroff los mir a uno y a otro alternativamente sin decir una palabra, con su cabiay en la mano.

-Ya lo est viendo, amigo -exclam el corresponsal-. Hay fuego, verdadero fuego, que asar perfectamente esa magnfica pieza, con la cual nos regalaremos dentro de poco. -Pero quin lo ha encendido? pregunt Pencroff.

-El sol!

La respuesta de Geden Spilett era exacta. El sol haba proporcionado aquel fuego del que se asombraba Pencroff. El marino no quera dar crdito a sus ojos, y estaba tan asombrado, que no pens siquiera en interrogar al ingeniero.

-Tena usted una lente, seor? -pregunt Harbert a Ciro Smith.

-No, hijo mo -contest ste-, pero he hecho una.

Y mostr el aparato que le haba servido de lente. Eran simplemente los dos cristales que haba quitado al reloj del corresponsal y al suyo. Despus de haberlos limpiado en agua y de haber hecho los dos bordes adherentes por medio de un poco de barro, se haba fabricado una verdadera lente, que, concentrando los rayos solares sobre un musgo muy seco, haba determinado la combustin.

El marino examin el aparato y mir al ingeniero sin pronunciar palabra. Pero su mirada era todo un discurso. S, para l, Ciro Smith, si no era un dios, era seguramente ms que un hombre. Por fin, recobr el habla y exclam:

-Anote usted eso, seor Spilett, anote eso en su cuaderno!

-Ya est anotado -contest el corresponsal.

Luego, ayudado por Nab, el marino dispuso el asador, y el cabiay, convenientemente destripado, se asaba al poco rato, como un simple lechoncillo, en una llama clara y crepitante.

Las Chimeneas haban vuelto a ser habitables, no solamente porque los corredores se calentaban con el fuego del hogar, sino tambin porque haban sido restablecidos los tabiques de piedras y de arena.

Como se ve, el ingeniero y su compaero haban empleado bien el da. Ciro Smith haba recobrado casi por completo las fuerzas y las haba probado subiendo sobre la meseta superior. Desde ese punto, su vista, acostumbrada a calcular las alturas y las distancias, se haba fijado durante largo rato en el cono, a cuyo vrtice quera llegar al da siguiente. El monte, situado a unas seis millas al noroeste, le pareca medir tres mil quinientos pies sobre el nivel del mar. Por consiguiente, la vista de un observador desde su cumbre poda recorrer el horizonte en un radio de cincuenta millas por lo menos. Era, pues, probable que Ciro Smith resolviera fcilmente la cuestin de "si era isla o continente", a la que daba, no sin razn, la primaca sobre todas las otras.

Cenaron regularmente. La carne del cabiay fue declarada excelente y los sargazos y los piones completaron aquella cena, durante la cual el ingeniero habl muy poco. Estaba muy preocupado por los proyectos del da siguiente.

Una o dos veces, Pencroff expuso algunas ideas sobre lo que convendra hacer, pero

Ciro

Smith, que era evidentemente un espritu metdico, se content con sacudir la cabeza. -Maana -repeta-sabremos a qu atenernos y haremos lo que proceda en consecuencia.

Termin la cena, arrojaron en el hogar nuevas brazadas de lea, y los huspedes de las Chimeneas, incluso el fiel Top, se durmieron en un profundo sueo. Ningn incidente turb aquella apacible noche, y al da siguiente (29 de marzo), frescos y repuestos, se levantaron dispuestos a emprender aquella excursin que haba de determinar su suerte.

Todo estaba preparado para la marcha. Los restos del cabiay podan alimentar durante veinticuatro horas a Ciro Smith y a sus compaeros. Por otra parte, esperaban avituallarse por el camino. Como los cristales haban sido puestos en los relojes del ingeniero y del corresponsal, Pencroff quem un poco de trapo que deba servir de yesca. En cuanto al pedernal, no deba faltar en aquellos terrenos de origen plutnico.

Eran las siete y media de la maana, cuando los exploradores, armados de palos, abandonaron las Chimeneas. Siguiendo la opinin de Pencroff, les pareci mejor tomar el camino ya recorrido a travs del bosque, sin perjuicio de volver a otra parte. Esta era la va ms directa para llegar a la montaa. Volvieron, pues, hacia el ngulo sur y siguieron la orilla izquierda del ro, que fue abandonada en el punto en que doblaba hacia el sudoeste. El sendero abierto bajo los rboles verdes fue encontrado y, a las nueve, Ciro Smith y sus compaeros llegaban al lindero occidental del bosque.

El suelo, hasta entonces poco quebrado, pantanoso al principio, seco y arenoso despus, acusaba una ligera inclinacin que remontaba del litoral hacia el interior de la comarca. Algunos animales fugitivos haban sido entrevistos bajo los grandes rboles.

Top les haca levantar, pero su amo lo llamaba en seguida, porque el momento no era propicio para perseguirlos. Ms tarde ya se vera. El ingeniero no era un hombre que se distrajera ni se dejara distraer en su idea fija. Puede afirmarse que el ingeniero no observaba el pas en su configuracin, ni en sus producciones naturales: su nico objeto era el monte que pretenda escalar y al que iba directamente.

A las diez hicieron un alto de algunos minutos. Al salir del bosque, el sistema orogrfico del pas haba aparecido a sus miradas. El monte se compona de dos conos. El primero, truncado a una altura de unos dos mil quinientos pies, estaba sostenido por caprichosos contrafuertes, que parecan ramificarse como los dientes de una inmensa sierra aplicada al cuello. Entre los contrafuertes se cruzaban valles estrechos, erizados de rboles, cuyos ltimos grupos se elevaban hasta la truncadura del primer cono. Sin embargo, la vegetacin pareca ser menos abundante en la parte de la montaa que daba al nordeste y se divisaban lechos bastante profundos, que deban ser corrientes de lava.