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La sola maniobra que quedaba por hacer fue hecha en aquel momento. Los pasajeros del aerostato eran, sin duda, gente enrgica y saban mirar la muerte cara a cara. No se oy ni un solo murmullo escaparse de sus labios. Estaban decididos a luchar hasta el ltimo segundo, y hacan todo lo que podan para retrasar su cada. La barquilla era una especie de caja de mimbre, impropia para flotar, y no haba posibilidad de mantenerse en la superficie del mar, si caa.

A las dos el aerostato estaba apenas a cuatrocientos pies sobre las olas.

En aquel momento una voz varonil -la voz de un hombre cuyo corazn era inaccesible al temor-se oy. A esta voz respondieron voces no menos enrgicas.

-Se ha arrojado todo? -No! An quedan dos mil francos en oro! Un saquito pesado cay entonces al mar. -Se eleva el globo?

-Un poco, pero no tardar en volver a caer! -Qu lastre nos queda? -Ninguno! -S! La barquilla! -Acomodmonos en la red y, al mar, la barquilla!

Era, en efecto, el nico y ltimo medio de aligerar el aerostato. Las cuerdas que sostenan la barquilla al crculo fueron cortadas, y el aerostato, despus de la cada de aqulla, remont dos mil pies.

Los cinco pasajeros que se haban metido en la red, encima del crculo, y se sostenan en los hilos de las mallas miraban el abismo.

Es conocida la sensibilidad esttica de los aerostatos. Bastaba arrojar el objeto ms ligero para provocar un movimiento en sentido vertical. El aparato, flotando en el aire, obra como una balanza de exactitud matemtica. Se comprende que, aligerado de un peso relativamente considerable, su movimiento sea importante y brusco. Fue lo que pas en aquella ocasin. Pero, despus de estar un instante equilibrado en las zonas superiores, el aerostato volvi a descender. El gas se escapaba por una rasgadura imposible de reparar.

Los pasajeros haban hecho todo lo posible. Ningn medio humano poda salvarles. Slo tenan que contar con la ayuda de Dios.

A las cuatro el globo estaba a quinientos pies sobre la superficie de las aguas.

Se oy un ladrido. Un perro, que acompaaba a los pasajeros, estaba asido, cerca de su dueo, a las mallas de la red.

-Top ha visto alguna cosa! -exclam uno de los pasajeros. Poco rato despus se oy una voz fuerte que deca: -Tierra! Tierra!

El globo, arrastrado sin cesar por el viento hacia el sudoeste, despus del alba haba franqueado una distancia considerable, unos centenares de millas, y una tierra elevada acababa, en efecto, de aparecer en aquella direccin.

Pero aqulla tierra se encontraba an a treinta millas a sotavento. Faltaba ms de una hora para llegar a ella, con la condicin de no desviarse. Una hora! No se habra escapado ya el fluido que les quedaba?

Este era el problema! Los pasajeros vean distintamente aquel punto slido, que era menester alcanzar a toda costa. Ignoraban lo que era, isla

o continente, porque apenas saban hacia qu parte del mundo el huracn los haba arrastrado. Pero aquella tierra, estuviese o no habitada, fuera o no hospitalaria, era su nico refugio!

Cerca de las cuatro el globo no poda sostenerse. Rozaba la superficie del mar. Las crestas de las enormes olas haban lamido muchas veces la parte inferior de la red, hacindola an ms pesada, y el aerostato no se levantaba sino a medias, como un pjaro que tiene plomo en las alas.

Media hora ms tarde la tierra no estaba ms que a una milla de distancia, pero el globo ajado, flojo, deshinchado, enrollado en gruesos pliegues, slo conservaba gas en su parte superior.

Los pasajeros, asidos a la red, pesaban ya demasiado para l, y pronto, medio sumergidos en el mar, fueron golpeados por las furiosas olas. La cubierta del aerostato se infl entonces, y el viento lo empuj, como un buque con viento de popa. Pareca que iban a llegar a la costa!

Pero, cuando no estaban ms que a dos cables de distancia, resonaron gritos terribles, salidos de cuatro pechos a la vez. El globo, que, al parecer, no poda ya levantarse, acababa de dar un salto inesperado, a impulsos de un formidable golpe de mar. Como si hubiera sido aligerado sbitamente de una nueva parte de su peso, remont a una altura de mil quinientos pies, y all encontr una especie de remolino de viento que, en lugar de llevarlo directamente a la costa, le hizo seguir una direccin casi paralela a ella. En fin, dos minutos ms tarde se acercaron oblicuamente y cay sobre la arena de la orilla, fuera del alcance de las olas.

Los pasajeros se ayudaron los unos a los otros, logrando desprenderse de las mallas de la red. El globo, libre de aquel peso, fue recogido par el viento y, como un pjaro herido que encuentra un instante de vida, desapareci en el espacio.

La barquilla contena cinco pasajeros, ms un perro, y el globo slo haba arrojado cuatro sobre la orilla.

El pasajero que faltaba haba sido evidentemente arrebatado por el golpe de mar, que, dando de lleno en la red, haba permitido al aparato, aligerado de peso, llegar a tierra.

Apenas los cuatro nufragos -se les puede dar ese nombre-haban tomado tierra, todos, pensando en el ausente, exclamaron: -Quiz podr ganarla orilla a nado! Salvmoslo! Salvmoslo!

2. Cinco prisioneros en busca de libertad

No eran ni aeronautas de profesin ni amantes de expediciones areas los que el huracn acababa de arrojar en aquella costa: eran prisioneros de guerra, a los que su audacia haba impulsado a fugarse en circunstancias extraordinarias. Cien veces estuvieron a punto de perecer! Cien veces su globo desgarrado hubiera debido precipitarlos en el abismo! Pero el cielo les reservaba un extrao destino, y el 20 de marzo, despus de haberse fugado de Richmond, sitiada por las tropas del general Ulises Grant, se encontraron a siete millas de aquella ciudad de Virginia, principal plaza fuerte de los separatistas durante la terrible guerra civil de Secesin. Su navegacin area haba durado cinco das.

He aqu en qu circunstancias se realiz la evasin de los prisioneros, evasin que deba terminar como ya conocemos.

En el mes de febrero de 1858, en un golpe de mano intentado, aunque intilmente, por el general Grant para apoderarse de Richmond, muchos de sus oficiales cayeron en poder del enemigo en la ciudad. Uno de los ms distinguidos prisioneros perteneca al Estado Mayor Federal y se llamaba Ciro Smith.

Ciro Smith, natural de Massachusetts, era ingeniero, un sabio de primer orden, al que el gobierno de la Unin haba confiado durante la guerra la direccin de los ferrocarriles por el papel estratgico de los mismos. Americano del norte, seco, huesudo, esbelto, de unos cuarenta y cinco aos, pelo corto y canoso, barba afeitada, con abundante bigote. Tena una cabeza numismtica, que pareca hecha para ser acuada en medallas: los ojos ardientes, la boca seria, la fisonoma de un sabio de la escuela militar. Era uno de esos ingenieros que empiezan manejando el martillo y el pico, como esos generales que partieron de soldados rasos. Al mismo tiempo que agudeza de espritu, posea habilidad de manos. Sus msculos presentaban notables sntomas de tenacidad. Verdadero hombre de accin, al mismo tiempo que hombre de pensamiento, lo ejecutaba todo sin esfuerzo, bajo la influencia de una larga expansin vital, desafiando todo obstculo. Muy instruido, muy prctico, muy campechano, para emplear una palabra de la lengua

militar francesa. Tena buen carcter, pues, conservndose siempre dueo de s, en cualquier circunstancia, reuna las condiciones que determinan la energa humana: actividad de espritu y de cuerpo, impetuosidad de deseo, fuerza de voluntad. Y su divisa hubiera podido ser la de Guillermo de Orange en el siglo XVII: "No tengo necesidad de esperar para acometer una empresa, ni de lograr el objeto para perseverar."

Al mismo tiempo Ciro Smith era el valor personificado. Haba tomado parte en todas las batallas durante la guerra de Secesin. Tras haber empezado a las rdenes de Ulises Grant con los voluntarios del Illinois, haba combatido en Paducah, en Belmont, en Pittsburg-Landig, en el sitio de Corinto, en Port-Gibson, en la Rivera Negra, en Chattanooga, en Wildemes, sobre el Potomak, en todas partes y valerosamente. Fue un soldado digno del general que responda: "Yo no cuento jams mis muertos!" Y cien veces Ciro Smith haba estado a punto de ser uno de aquellos que no contaba el terrible Grant. Sin embargo, en esos combates, donde se expona tanto, la suerte le favoreci siempre, hasta que fue herido y hecho prisionero en el campo de batalla de Richmond.