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Sobre el primero descansaba un segundo cono, ligeramente redondeado en su cima, que se sostena inclinado, semejante a un inmenso sombrero inclinado sobre la oreja. Pareca formado de una tierra desnuda de vegetacin, sembrada en muchas partes de rocas rojizas.

Convena llegar a la cima del segundo cono y la arista de los contrafuertes deba ofrecer el mejor camino para la subida.

-Estamos en un terreno volcnico -haba dicho Ciro Smith, y sus compaeros, siguindole, empezaron a subir poco a poco la cuesta de un contrafuerte, que, por una lnea sinuosa y por consiguiente ms franqueable, conduca a la primera meseta.

Los accidentes eran numerosos en aquel suelo, al que haban convulsionado evidentemente las fuerzas plutnicas. Ac y all se vean bloques granticos, restos innumerables de basalto, piedra pmez, obsidiana y grupos aislados de esas conferas que, algunos centenares de pies ms abajo, en el fondo de estrechas gargantas, formaban espaciosas espesuras, casi impenetrables a los rayos del sol.

Durante la primera parte de la ascensin en las rampas inferiores, Harbert hizo observar las huellas que indicaban el paso reciente de fieras

o de animales. -Esos animales no nos cedern quiz de buena gana su dominio -dijo Pencroff.

-Bueno -contest el reportero, que haba cazado ya el tigre en India y el len en Africa-, procuraremos desembarazamos de ellos; pero, entretanto, andemos con precaucin.

Iban subiendo poco a poco, pero el camino, que aumentaba con los rodeos que haba que dar para superar los obstculos que no podan ser vencidos directamente, se haca largo. Algunas veces el suelo faltaba y se encontraban en el borde de profundas quebradas, que no podan atravesar sin dar rodeos. Volver sobre sus pasos, para seguir algn sendero practicable, exiga tiempo y fatiga a los exploradores. A medioda, cuando la pequea tropa hizo alto para almorzar al pie de un ancho bosquecillo de abetos, cerca de un pequeo arroyuelo que se precipitaba en cascadas, estaba a medio camino de la primera meseta, a la que no crean llegar hasta que hubiera cado la noche.

Desde aquel punto el horizonte del mar se ensanchaba, pero, a la derecha, la mirada detenida por el promontorio agudo del sudoeste no poda determinar si la costa se una o no por un brusco rodeo a alguna tierra que estuviese en ltimo trmino.

A la izquierda, el rayo visual se aumentaba algunas millas al norte; sin embargo, desde el noroeste, en el punto que ocupaban los exploradores, se encontraba y detena absolutamente por la arista de un contrafuerte de forma extraa que formaba la base poderosa del cono central. No se poda presentir nada an acerca de la cuestin que quera resolver Ciro Smith.

A la una continuaron la ascensin. Fue preciso bajar hacia el sudoeste y entrar de nuevo en los matorrales bastante espesos. All, bajo la sombra de los rboles, volaban muchas parejas de gallinceas de la familia de los faisanes. Eran los "tragopanes", adornados de una papada carnosa que penda de sus gargantas, y de dos delgados cuerpos cilndricos en la parte posterior de sus ojos. Entre estas parejas, de la magnitud de un gallo, la hembra era uniformemente parda, mientras que el macho resplandeca con su plumaje rojo, sembrado de manchas blancas y redondas. Geden Spilett, con una pedrada, diestra y vigorosamente lanzada, mat a uno de los tragopanes, al cual Pencroff, a quien el aire libre le haba abierto el apetito, vio caer con gran satisfaccin.

Despus de haber abandonado aquellos matorrales, los exploradores, ayudndose unos a otros, treparon por un talud muy empinado, que tendra unos cien pies, y llegaron a un piso superior, poco provisto de rboles, y cuyo suelo tena una apariencia volcnica. Tratbase entonces de volver hacia el este, describiendo curvas que hacan las pendientes ms practicables, porque eran ya ms duras, y cada cual deba escoger con cuidado el sitio en donde posaba su pie. Nab y Harbert marchaban a la cabeza, Pencroff a retaguardia, y entre ellos, Ciro y el corresponsal. Los animales que frecuentaban aquellas alturas, y cuyas huellas no faltaban, deban pertenecer necesariamente a esas razas de pie seguro y de espina flexible, gamuzas o cabras monteses. Vieron algunos de ellos, pero no fue ste el nombre que les dio Pencroff, porque en cierto momento exclam:

-Cameros!

Todos se detuvieron a cincuenta pasos de media docena de animales de gran corpulencia, con fuertes cuernos encorvados hacia atrs y achatados hacia la punta, de velln lanudo, oculto bajo largos pelos de color leonado.

No eran cameros ordinarios, sino una especie comnmente extendida por las regiones montaosas de las zonas templadas, a la que Harbert dio el nombre de muflas.

-Se puede hacer con ellos guisados y chuletas? -pregunt el marino. -S -contest Harbert.

-Pues, entonces, son carneros! -dijo Pencroff.

Aquellos animales permanecan inmviles entre los trozos de basalto, mirando con ojos admirados, como si vieran por primera vez bpedos humanos. Despus, despertndose sbitamente su miedo, desaparecieron saltando entre las rocas.

-Hasta la vista! -les grit Pencroff con un tono tan cmico, que Ciro Smith, Geden Spilett, Harbert y Nab no pudieron por menos que soltar la carcajada.

La ascensin continu. Frecuentemente se observaban en ciertos declives huellas de lava muy caprichosamente estriada. Pequeas solfataras cortaban a veces el camino que recorran los expedicionarios y les era preciso seguir sus bordes. En algunos puntos el azufre haba depositado bajo la forma de concreciones cristalinas, en medio de las materias que preceden generalmente a las erupciones de lava, puzolanas de granos irregulares y muy tostadas, cenizas blancas hechas de una infinidad de pequeos cristales feldespticos.

En las cercanas de la primera meseta, formada por la truncadura del cono inferior, las dificultades de la ascensin fueron grandes.

Hacia las cuatro de la tarde, la extrema zona de los rboles haba sido ya pasada, y no vean sino aqu o all algunos pinos flacos y descarnados que deban tener la vida dura para resistir en aquellos parajes los grandes vientos del mar. Felizmente para el ingeniero y sus compaeros el tiempo era bueno y la atmsfera estaba tranquila, porque una violenta brisa, en una altitud de tres mil pies, hubiera impedido sus evoluciones. La pureza del cielo en el cenit se senta a travs de la transparencia del aire. Una perfecta calma reinaba alrededor de ellos. No vean ya el sol, entonces oculto por la vasta

pantalla del cono superior que encubra la mitad del horizonte al oeste, y cuya sombra enorme, prolongndose hasta el litoral, creca a medida que el radiante astro bajaba en su curso diurno. Algunos vapores, brumas ms que nubes, empezaban a mostrarse al este, y se coloreaban con toda la gama espectral bajo las acciones de los rayos solares.

Quinientos pies solamente separaban a los exploradores de la meseta adonde queran llegar, a fin de establecer un campamento para pasar la noche; pero aquellos quinientos pies se alargaron hasta ms de dos millas por los zigzags que tuvieron que describir. El suelo, por decirlo as, faltaba a sus pies. Las pendientes presentaban con frecuencia un ngulo tan abierto, que se deslizaban los pies por el lecho de lava, cuando las estras, gastadas por el aire, no ofrecan un punto de apoyo suficiente. En fin, empezaba a oscurecer y era ya casi de noche, cuando Ciro Smith y sus compaeros, muy cansados por una ascensin de siete horas, llegaron a la meseta del primer cono.

Trataron entonces de organizar el campamento y de reparar sus fuerzas cenando primero y durmiendo despus. Aquel segundo piso de la montaa se elevaba sobre una base de rocas, en medio de las cuales se encontraba fcilmente un abrigo. El combustible no era muy abundante; sin embargo, se poda obtener fuego por medio de musgos y hierbas secas que crecan en ciertas partes de la meseta. Mientras el marino prepara la lumbre con piedras que dispuso al efecto, Nab y Harbert se ocuparon de amontonar combustible. Volvieron pronto con su carga de lea; arrancaron algunas chispas al pedernal, que comunicaron fuego al trapo quemado, y, al soplo de Nab, se desarroll en pocos instantes una llama bastante viva al abrigo de las rocas.