-Sencillamente, en que metiendo la mano en esa agua no he experimentado sensacin de fro ni de calor; luego est a la misma temperatura que el cuerpo humano, que es aproximadamente de 95 Fahrenheit.
No ofreciendo la fuente sulfurosa ninguna utilidad inmediata, los colonos se dirigieron hacia la espesura del bosque, que estaba a unos centenares de pasos.
All, segn haban presumido, el arroyo paseaba sus aguas vivas y lmpidas entre altas orillas de tierra rojiza, color que denunciaba la presencia del xido de hierro. Este color hizo que se diera inmediatamente a la corriente de agua el nombre de arroyo Rojo.
No era ms que un arroyuelo profundo y claro, formado por las aguas de la montaa, mitad ro y mitad corriente, que aqu corra pacficamente por la arena y murmurando sobre las puntas de las rocas, o precipitndose en cascada prosegua su curso hasta el lago en una longitud de milla y media, y en una anchura que variaba de 30 a 40 pies. Sus aguas eran dulces, lo que haca suponer que las del lago lo fueran tambin, circunstancia feliz para el caso de que en sus inmediaciones se encontrase un sitio ms a propsito para habitar que las Chimeneas.
En cuanto a los rboles que, algunos centenares de pasos ms all, sombreaban las orillas del arroyo, pertenecan la mayor parte a las especies que abundan en las zonas templadas de Australia o de Tasmania, y no a las de las conferas que erizaban la parte de la isla ya explorada a algunas millas de la meseta de la Gran Vista.
En aquella poca del ao, es decir a primeros de abril, que en aquel hemisferio corresponde al mes de octubre, en los comienzos del otoo, todava conservaban las
hojas. Eran especialmente casuarinas y eucaliptos; algunos proporcionaran en la primavera prxima un man azucarado, anlogo al man de Oriente. En los claros, revestidos de ese csped llamado tusac en Nueva Holanda, se vean grupos de cedros australianos; pero no pareca existir en la isla, cuya latitud sin duda era demasiado baja, el cocotero, que tanto abunda en los archipilagos del Pacfico.
-Qu lstima! -exclam Harbert-. Un rbol tan til y que da tan hermosas nueces!
En cuanto a las aves, pululaban entre las ramas delgadas de los eucaliptos y las casuarinas, que no molestaban el despliegue de sus alas, las cacatas negras, blancas o grises, loros y papagayos de plumaje matizado y de todos los colores, reyezuelos de verde brillante y coronados de rojo, y lors azules, que parecan no dejarse ver sino a travs de un prisma y revoloteaban dando gritos ensordecedores.
De pronto reson en medio de la espesura un extrao concierto de voces discordantes. Los colonos oyeron sucesivamente el canto de los pjaros, el grito de los cuadrpedos y una especie de aullido que pareca escapado de los labios de un indgena.
Nab y Harbert se lanzaron hacia aquel sitio, olvidando los principios ms fundamentales de la prudencia; mas, afortunadamente, no haba all fieras temibles ni indgenas peligrosos, sino sencillamente media docena de aves mofadoras y cantoras que fueron clasificadas como "faisanes de montaa". Algunos garrotazos diestramente dirigidos terminaron con la escena de imitacin, lo cual proporcion una excelente caza para la cena.
Harbert vio tambin magnficas palomas de alas bronceadas, unas coronadas de un moo soberbio, las otras con matices verdes, como sus congneres de Port-Macquaire; pero fue imposible cazarlas, como tampoco a varios cuervos y urracas que huan a bandadas produciendo una hecatombe entre aquellos voltiles, pues los cazadores no disponan de ms armas arrojadizas que piedras, ni ms armas porttiles que el garrote, mquinas tan primitivas como ineficaces.
Esta ineficacia se demostr plenamente cuando una tropa de cuadrpedos, corriendo de ac para all, y a veces dando saltos de treinta pies, como verdaderos mamferos voladores, salieron huyendo de entre los rboles, con tal rapidez y destreza, que parecan pasar de un rbol a otro como ardillas.
-Son canguros! -exclam Harbert.
-Y eso se come? -pregunt Pencroff.
-En estofado es tan bueno como la carne de venado -contest el corresponsal.
No haba acabado Spilett de pronunciar estas frases, cuando el marino, seguido de Nab y de Harbert, se haba lanzado en persecucin de los canguros.
En vano los llam el ingeniero, pero en vano tambin perseguan los cazadores aquellas piezas que parecan elsticas y saltaban y rebotaban como pelotas.
Al cabo de cinco minutos de carrera estaban sudando y la banda haba desaparecido entre los rboles. Top no haba tenido ms xito que sus amos.
-Seor Ciro -dijo Pencroff, cuando el ingeniero y el periodista se le unieron-, seor Ciro, ya ve usted que es indispensable fabricar fusiles. Cree usted que ser posible?
-Quiz -contest el ingeniero-, pero empezaremos por fabricar arcos y flechas, y no dudo de que llegar usted a ser tan diestro en manejarlos como los cazadores australianos.
-Flechas, arcos! -dijo Pencroff con una mueca desdeosa-. Eso es bueno para los nios!
-No sea usted orgulloso, amigo Pencroff -contest el corresponsal-. Los arcos y las flechas han valido durante siglos para ensangrentar el mundo. La plvora es invencin de ayer y la guerra es tan vieja como la raza humana, desgraciadamente.
-Seor Spilett, tiene usted razn -respondi el marino-. Hablo sin ton ni son. Dispnseme.
Entretanto Harbert, entregado a su ciencia favorita, la historia natural, volvi a hacer recaer la conversacin sobre los canguros.
-Por otra parte, esta especie no es la ms difcil de cazar. Eran gigantes de piel gris; pero, si no me equivoco, existen canguros negros y encamados, canguros de rocas, canguros ratas, ms difcil de cazarlos. Se cuentan una docena de especies
-Harbert -replic sentenciosamente el marino-, no hay para m ms que una sola especie de canguros, el "canguro de asador", y ste nos faltar esta tarde!
Los dems se rieron al or la nueva clasificacin de Pencroff. El bravo marino no ocult su disgusto por verse reducido a comer faisanes cantores, pero la fortuna deba mostrarse una vez ms complaciente con l.
En efecto, Top, comprendiendo que su inters estaba en juego, iba olfateando y buscando por todas partes con instinto duplicado y apetito feroz. Era probable que, si alguna pieza de caza caa en sus dientes, no quedara ni pizca para los cazadores, pues en aquel momento Top cazaba por su propia cuenta; pero Nab lo vigilaba y haca bien.
Hacia las tres de la tarde el perro desapareci entre la maleza y sordos gruidos indicaron pronto que haba dado con algn animal.
Nab fue tras l y vio a Top devorando con avidez un cuadrpedo, cuya naturaleza diez segundos despus hubiera sido imposible reconocer en el estmago de Top. Pero, afortunadamente, el perro haba dado con una camada; haba tres individuos y otros dos roedores, pues aquellos animales pertenecan a este orden, que yacan estrangulados en el suelo.
Nab reapareci triunfalmente, mostrando en cada mano uno de los roedores, cuyo tamao era superior al de una liebre. Su piel, amarilla, estaba mezclada con manchas verdosas y su rabo exista en estado rudimentario.
Los colonos, que eran ciudadanos de la Unin, no podan vacilar en dar a los roedores el nombre que les convena. Eran maras, especie de agutes un poco ms grandes que sus congneres de las comarcas tropicales, verdaderos conejos de Amrica, con orejas largas, mandbulas armadas en cada lado de cinco molares, lo cual los distingue precisamente de los agutes.
-Hurra! -exclam Pencroff-. El asado es seguro y ahora podemos volver a casa.
Continuaron la marcha interrumpida. El arroyo Rojo continuaba su curso de aguas lmpidas bajo la bveda de casuarinas, de las banksieas y los rboles de goma gigantescos. Liliceas magnficas se elevaban unos veinte pies; otras especies arborescentes, desconocidas por el joven naturalista, se inclinaban sobre el arroyo, que se oa murmurar bajo aquella cpula de verdor.