La orilla que seguan los colonos estaba sembrada de innumerables conchas, algunas de las cuales habran hecho la felicidad de un aficionado a malacologa. Haba, entre otras, faisanelas, terebrtulas, trigonias, etc.; pero lo que deba ser ms til fue un banco de ostras, descubierto en la baja marea, y que Nab seal entre las rocas, a cuatro millas, poco ms o menos, de las Chimeneas.
-Nab no ha perdido el da -dijo Pencroff, observando el banco de ostras que se extenda a larga distancia.
-Es un feliz descubrimiento -dijo el corresponsal-, y si, como se dice, cada ostra pone al ao de 50.000 a 60.000 huevos, tendremos una reserva inagotable. -Yo creo, sin embargo, que la ostra no es muy nutritiva.
-No -respondi Ciro Smith-. La ostra contiene muy poca materia azoada, y si un hombre tuviera que alimentarse con ellas exclusivamente, necesitara por lo menos de quince a diecisis docenas diarias.
-Bueno -repuso Pencroff-. Comeremos docenas y docenas antes de agotar el banco. No sera bueno tomar algunas para almorzar?
Y sin esperar respuesta a su proposicin, sabiendo que estaba aprobada de antemano, el marino, ayudado por Nab, arranc cierta cantidad de aquellos moluscos. Pusironlos en una especie de red hecha de fibras de hibisco perfeccionada por Nab, y que contena provisiones para el almuerzo, y luego continuaron subiendo por la costa entre las dunas y el mar.
De vez en cuando Smith consultaba su reloj, a fin de prepararse a tiempo para la observacin solar que deba hacerse a las doce.
Toda aquella parte de la isla era muy rida, hasta la punta que cerraba la baha de la Unin, y que haba recibido el nombre de cabo Mandbula Sur. No se vea ms que arena y conchas mezcladas con restos de lava. Algunas aves marinas frecuentaban aquella desolada costa, gaviotas, grandes albatros y patos silvestres, que excitaron con justa razn el apetito de Pencroff, el cual trat de matar algunos a flechazos, pero sin resultado, porque no se detenan en ninguna parte, y habra sido preciso derribarlos al vuelo.
El marino, en vista del mal resultado de sus tentativas, dijo al ingeniero:
-Ya ve usted, seor Ciro, que, mientras no tengamos uno o dos fusiles de caza, nuestro material dejar todava mucho que desear.
-Cierto, Pencroff -contest el corresponsal-, pero eso slo depende de usted. Proporcinenos hierro para los caones, acero para las bateras, salitre, carbn y azufre para la plvora, mercurio y cido aztico para el fulminante y plomo para los balas, y creo yo que Ciro nos har fusiles de primera clase.
-Oh! -dijo el ingeniero-, todas estas sustancias se podran encontrar sin duda en la isla; pero un arma de fuego es un instrumento delicado para el que se necesitan herramientas de gran precisin. En fin, veremos ms adelante.
-Qu lstima -exclam Pencroff-que hayamos tenido que arrojar al mar todas las armas que llevaba la barquilla y todos los utensilios y hasta las navajas de los bolsillos!
-Si no los hubiramos arrojado, Pencroff, seramos nosotros los que habramos ido al fondo del mar -dijo Harbert.
-Es verdad, muchacho -contest el marino.
Despus, pasando a otra idea, aadi:
-Pero, ahora que pienso en-ello, qu diran Jonatn, Forster y sus compaeros cuando vieron a la maana siguiente la plaza vaca por haber volado su mquina?
-Lo que menos me importa es saber lo que han podido pensar esos seores -dijo el corresponsal.
-Pues yo fui el que tuvo la idea -repuso Pencroff satisfecho. -Magnfica idea, Pencroff! -aadi Geden Spilett-. Sin ella, no estaramos donde estamos!
-Prefiero estar aqu que en manos de los sudistas -exclam el americano-, sobre todo habiendo el seor Ciro tenido la bondad de acompaarnos.
-Y yo tambin lo prefiero -dijo el corresponsal-. Por lo dems, qu nos falta? Nada.
-Nada, excepto todo -replic Pencroff, soltanto una carcajada-. Pero un da u otro ya encontraremos el medio de salir de aqu.
-Y ms pronto quiz de lo que ustedes imaginan -dijo entonces el ingeniero-, si la isla de Lincoln est situada a una distancia media de algn archipilago habitado o de algn continente, cosa que sabremos antes de una hora. No tengo mapa del Pacfico, pero mi memoria ha conservado un recuerdo bastante claro de su parte meridional. La latitud que he obtenido ayer pone a la isla de Lincoln entre Nueva Zelanda, al oeste, y la costa de Chile, al este; pero entre estas dos tierras la distancia es de 6.000 millas. Falta, pues, determinar qu punto ocupa la isla en este gran espacio de mar, y esto es lo que nos dir dentro de poco la longitud, segn espero, con bastante aproximacin.
-No es el archipilago de las Pomotu el ms prximo a nosotros en latitud? -pregunt Harbert.
-S -contest el ingeniero-, pero la distancia que de l nos separa es mayor de 1.200 millas.
-Y por all? -dijo Nab, que segua la conversacin con gran inters y cuya mano indicaba la direccin del sur. -Por all, nada -contest Pencroff. -Nada, en efecto -aadi el ingeniero.
-Dgame usted, Ciro -pregunt el corresponsal-, y si la isla de Lincoln se encuentra nada ms a 200 o a 300 millas de Nueva Zelanda o Chile?
-Entonces -contest el ingeniero-, en vez de hacer una casa, haremos un buque y el capitn Pencroff se encargar de dirigirlo.
-Claro que s, seor Ciro! -exclam el marino-; estoy preparado a hacerme capitn tan pronto como usted haya encontrado el medio de construir una embarcacin capaz de navegar por alta mar.
-La construiremos, si es necesario -contest Ciro Smith.
Mientras hablaban aquellos hombres, que verdaderamente no dudaban de nada, se acercaba la hora de la observacin. Cmo se compondra Ciro Smith para averiguar el paso del sol por el meridiano de la isla sin ningn instrumento? Era ste el problema que Harbert no poda resolver.
Los observadores se hallaban entonces a una distancia de seis millas de las Chimeneas, no lejos de aquella parte de las dunas en que haban encontrado al ingeniero, despus de su enigmtica salvacin. Hicieron alto en aquel sitio y lo prepararon todo para el almuerzo, porque eran las once y media. Harbert fue a buscar agua dulce al arroyo que corra all cerca y la trajo en un cntaro del que Nab se haba provisto.
Durante aquellos preparativos Ciro Smith lo dispuso todo para su observacin astronmica. Eligi en la playa un sitio despejado, que el mar, al retirarse, haba nivelado perfectamente. Aquella capa de arena muy fina estaba tersa como un espejo, sin que un grano sobresaliese entre los dems. Poco importaba, por otra parte, que fuese horizontal o no, ni tampoco que la varita que Ciro plant en ella se levantase perpendicularmente. Por el contrario, el ingeniero la inclin hacia el sur, es decir, del lado opuesto al sol, porque no debe olvidarse que los colonos de la isla de Lincoln, por lo mismo que la isla estaba situada en el hemisferio austral, vean el astro radiante describir su arco diurno por encima del horizonte del norte y no por encima del horizonte del sur.
Harbert comprendi entonces el procedimiento que iba a emplear el ingeniero para averiguar la culminacin del sol, es decir, su paso por el meridiano de la isla o, en otros trminos, el medioda del lugar. Se valdra de la sombra proyectada sobre la arena por la vara plantada en ella; medio que, a falta de instrumento, le dara una aproximacin conveniente para el resultado que quera obtener.
En efecto, cuando aquella sombra llegase al mnimun de su longitud, sera el medioda preciso, y bastara seguir el extremo de aquella sombra para reconocer el instante en que, despus de haber disminuido sucesivamente, comenzara a prolongarse. Inclinando la vara del lado opuesto al sol, Ciro Smith alargaba la sombra, y por consiguiente, sus