-Seor Smith, est usted cansado de Richmond? -El ingeniero mir al hombre que le hablaba as, y que aadi en voz baja-: Seor Smith, quiere usted escapar?
-Cuando? -respondi el ingeniero, y se puede afirmar que esta respuesta se le escap, pues an no haba examinado al desconocido que le haba dirigido la palabra.
Pero despus de haber observado con una mirada penetrante la leal figura del marino, no pudo dudar de que se hallaba en presencia de un hombre honrado. -Quin es usted? -pregunt. Pencroff se dio a conocer.
-Bien -respondi Ciro Smith-. Y cmo?
-Con ese globo holgazn que no hace nada, y que jurara que nos est invitando
El marino no tuvo necesidad de acabar la frase. El ingeniero le haba comprendido desde la primera palabra. Asi a Pencroff de un brazo y le llev a su casa, donde el marino desarroll su proyecto, muy sencillo. No arriesgaba ms que su vida. El huracn estaba entonces en toda su violencia, pero un ingeniero diestro y audaz, como Ciro Smith, sabra conducir bien su aerostato. Si l, Pencroff, supiera manejarlo, no habra vacilado en partir (con Harbert, se entiende). Haba visto otras y no le asustaba una tempestad ms!
Ciro Smith haba escuchado al marino sin decir palabra, pero sus ojos brillaban. La ocasin se le presentaba y no quera dejarla escapar. El proyecto era muy peligroso, pero realizable. Durante la noche, a pesar de la vigilancia, podra acercarse al globo, deslizarse en la barquilla y cortar las cuerdas que le retenan. Claro est que se exponan a morir, pero tambin haba alguna probabilidad de xito, y aquella tempestad Pero sin aquella tempestad el globo hubiera partido ya y la ocasin tan deseada no volvera quiz a presentarse.
-No estoy solo! -contest Ciro Smith.
-Cuntas personas quiere usted que le acompaen? -pregunt el marino. -Dos: mi amigo Spilett y mi criado Nab.
-Tres -respondi Pencroff-, y Harbert y yo, cinco. El globo deba llevar seis -Vale! Partiremos! -dijo Ciro Smith.
Aquel partiremos comprenda al corresponsal y, como ste por nada del mundo hubiera renunciado a su proyecto de evasin ni retrocedido ante ningn peligro, cuando el proyecto le fue comunicado, lo aprob sin reserva. Solamente se admiraba de que aquella idea tan sencilla no se le hubiera ocurrido a l.
En cuanto a Nab, estaba dispuesto a seguir a su amo por donde quisiera ir.
-Hasta la noche -dijo Pencroff-. Pasearemos los cinco por all como curiosos.
-Hasta la noche a las diez -respondi Ciro Smith-, y plegue al cielo que esta tempestad no se apacige antes de nuestra partida.
Pencroff se despidi del ingeniero y volvi a su casa, donde haba dejado al joven Harbert Brown. Este nio conoca el plan del marino y esperaba con cierta ansiedad el resultado de su entrevista con el ingeniero. Cinco hombres iban a lanzarse al espacio en pleno huracn.
No! El huracn no se calm, ni Jonathan Forster ni sus compaeros podan pensar en afrontar el peligro en aquella frgil barquilla. El da fue terrible. El ingeniero no tema ms que una cosa: que el aerostato, amarrado al suelo e inclinado por las rfagas de viento, se rompiera en mil pedazos. Durante muchas horas pase por la plaza casi desierta, vigilando el aparato. Pencroff haca otro tanto por su parte, con las manos en los bolsillos, bostezando como un hombre que no sabe cmo matar el tiempo, pero temiendo tambin que el globo se desgarrase o rompiera sus ligaduras y se levantara por los aires.
Lleg la noche. Espesas brumas pasaban como nubes rasando el suelo y una lluvia mezclada con nieve caa continuamente. Haca fro. Una densa niebla pesaba sobre Richmond. Pareca que la violenta tempestad haba puesto una tregua entre sitiadores y sitiados y que el can haba callado ante los rugidos del huracn. Las calles estaban desiertas. No se haba credo necesario, con aquel horrible tiempo, vigilar la plaza en la cual se agitaba el aerostato. Todo favoreca la partida de los prisioneros; pero aquel viaje, en medio de rfagas de viento desencadenadas!
-Maldita marea! -se deca Pencroff, calndose de un puetazo el sombrero que el viento disputaba a su cabeza-. Pero, bah, la dominaremos!
A las nueve y media Ciro y sus compaeros llegaron por diversos sitios a la plaza, que los faroles del gas, apagados por el viento, dejaban a oscuras. No se vea ni el enorme aparato, casi enteramente tendido hacia el suelo. Sin contar los sacos de lastre que pendan de las cuerdas de la red, la barquilla estaba retenida por un fuerte cable pasado por una anilla fijada en el suelo y con los extremos atados a bordo.
Los cinco pasajeros se reunieron cerca de la barquilla. Era tal la oscuridad, que ellos mismos no se vean.
Sin pronunciar palabra, Ciro Smith, Geden Spilett, Nab y Harbert entraron en la barquilla, mientras que Pencroff, siguiendo las rdenes del ingeniero, desataba suavemente los saquitos de lastre. Esta operacin dur unos instantes y el marino se reuni con sus compaeros.
El aerostato entonces estaba slo retenido por el doble cable, y Ciro Smith no tena ms que dar la orden de partida.
En aquel momento un perro entr de un salto en la barquilla. Era Top, el perro del ingeniero, que, habiendo roto su cadena, haba seguido a su amo. Ciro Smith, creyndolo un exceso de peso, quiso echar al pobre animal.
-Bah, uno ms! -dijo Pencroff, desatando de la barquilla dos sacos de lastre.
Despus desamarr el doble cable, y el globo parti en direccin oblicua y desapareci, despus de haber chocado su barquilla contra dos chimeneas que derrib con la violencia del golpe.
Se desencaden un huracn espantoso. El ingeniero, durante la noche, no pudo pensar en descender y, cuando vino el da, toda vista de la tierra estaba interceptada por las brumas. Cinco das despus una claridad dej ver el inmenso mar debajo de aquel aerostato, que el viento arrastraba con una rapidez espantosa.
Sabemos que, de cinco hombres que haban partido el 20 de marzo, cuatro haban sido arrojados, cuatro das despus, en una costa desierta, a ms de seis mil millas de su pas.
Y el que faltaba, al que aquellos cuatro supervivientes del globo corran a socorrer, era su jefe natural, el ingeniero Ciro Smith.
3. Ha desaparecido Ciro Smith
El ingeniero haba sido arrastrado por un golpe de mar fuera de la red, que haba cedido. Su perro tambin haba desaparecido, el fiel animal se haba precipitado en socorro de su amo. -Adelante! -exclam el corresponsal.
Y los cuatro, Geden Spilett, Harbert, Pencroff y Nab, olvidando el cansancio, empezaron sus pesquisas.
El pobre Nab lloraba de rabia y desesperacin a la vez, temiendo haber perdido todo lo que l amaba en el mundo.
No haba dos minutos de diferencia entre el momento en que Ciro Smith haba desaparecido y el instante en que sus compaeros haban tomado tierra. Estos podan, pues, esperar llegar a tiempo para salvarlo.
-Busquemos!, busquemos! -exclam Nab. -S, Nab -contest Geden Spilett-, y lo encontraremos. -Vivo? -Vivo!
-Sabe nadar? -pregunt Pencroff. -S! -contest Nab-. Adems, Top est con l! El marino, oyendo mugir el mar, sacudi la cabeza.
Al norte de la costa y aproximadamente a media milla de donde los nufragos acababan de tomar tierra, haba desaparecido el ingeniero. Si haba nadado al punto ms cercano del litoral, a media milla ms all estara situado ese punto.
Eran cerca de las seis. La bruma acababa de levantar y la noche se haca muy oscura. Los nufragos caminaban siguiendo hacia el norte la costa este de aquella tierra sobre la cual el azar los haba arrojado, tierra desconocida, cuya situacin geogrfica no se poda determinar. El suelo que pisaban era arenoso, mezclado con piedras y desprovisto de toda especie de vegetacin. Aquel suelo bastante desigual, lleno de barrancos, apareca en ciertos sitios acribillado de pequeos hoyos, que hacan la marcha ms penosa. Salan de estos agujeros grandes aves de pesado vuelo, huyendo en todas direcciones y que la oscuridad impeda ver. Otras, ms giles, se levantaban en bandadas y pasaban como nubes. El marino supona que eran gaviotas, cuyos silbidos agudos competan con los rugidos del mar.