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-Tiene usted razn -respondi el corresponsal-. Separmonos lo menos posible.

Durante este tiempo Nab luchaba contra -la corriente. La atravesaba siguiendo una direccin oblicua. No se vean ms que sus negros hombros emerger en cada momento. Se desviaba con mucha frecuencia, pero avanzaba hacia la costa. Emple ms de media hora en recorrer la milla y media que separaba el islote de la costa, y se aproxim a sta a muchos pies del punto de donde haba salido.

Nab tom tierra en la falda de una alta roca de granito y se sacudi vigorosamente; despus, corriendo, desapareci veloz detrs de unas rocas, que se proyectaban hacia el mar a la altura de la extremidad septentrional del islote.

Los compaeros de Nab haban seguido con angustia su audaz tentativa y, cuando se perdi de vista, dirigieron sus miradas hacia aquella tierra a la cual iban a pedir refugio, mientras coman algunos mariscos encontrados en la playa. Era una mala comida, pero algo alimentaba.

La costa opuesta formaba una vasta baha, terminada al sur por una punta muy aguda, desprovista de toda vegetacin y de un aspecto muy salvaje. Aquella punta vena a unirse al litoral por un dibujo bastante caprichoso y enlazado con altas rocas granticas. Hacia el norte, por el contrario, la baha se ensanchaba, formando una costa ms redondeada, que corra del sudoeste al nordeste y que acababa en un cabo agudo. Entre estos dos puntos extremos, sobre los cuales se apoyaba el arco de la baha, la distancia poda ser de ocho millas. A media milla de la playa, el islote ocupaba una estrecha faja de mar, y pareca un enorme cetceo, que sacaba ala superficie su espalda. Su anchura no pasaba de un cuarto de milla.

Delante del islote el litoral se compona, en primer trmino, de una playa de arena, sembrada de negras rocas, que en aquel momento reaparecan poco a poco bajo la marea descendente. En segundo trmino, se destacaba una especie de cortina grantica, tallada a pico, coronada por una caprichosa arista de una altura de trescientos pies por lo menos. Se perfilaba sobre una longitud de tres millas y terminaba bruscamente a la derecha por un acantilado que se hubiera credo cortado por la mano del hombre. En la izquierda, al contrario, encima del promontorio, aquella especie de cortadura irregular se desgarraba en bloques prismticos, hechos de rocas aglomeradas y de productos de aluvin, y se bajaba por una rampa prolongada, que se confunda poco a poco con las rocas de la punta meridional.

En la meseta superior de la costa no se vea ningn rbol. Era una llanura limpia, como la que domina Cape-Town, en el cabo de Buena Esperanza, pero con proporciones ms reducidas. Por lo menos, as apareca vista desde el islote. Sin embargo, el verde no faltaba a la derecha, detrs del acantilado. Se distingua fcilmente la masa confusa de grandes rboles, cuya aglomeracin se prolongaba ms all de los lmites de la vista. Aquel verdor regocijaba la vista, vivamente entristecida por las speras lneas del paramento de granito.

En fin, en ltimo trmino y encima de la meseta, en direccin del nordeste y a una distancia de siete millas por lo menos, resplandeca una cima blanca, herida por los rayos solares. Era una caperuza de nieve, que cubra algn monte lejano.

No poda resolverse, pues, la cuestin de si aquella tierra formaba una isla o perteneca a un continente. Pero, a la vista de aquellas rocas convulsionadas, que se aglomeraban sobre la izquierda, un gelogo no hubiera dudado en darles un origen volcnico, porque eran incontestablemente producto de un trabajo plutoniano.

Geden Spilett, Pencroff y Harbert observaban atentamente aquella tierra, en la que iban a vivir, quiz largos aos, y en la que tal vez moriran, si no se encontraban en la ruta de los barcos.

-Qu dices t de eso, Pencroff? -pregunt Harbert.

-Que tiene algo bueno y algo malo, como todas las cosas -contest el marino-. Veremos. Pero observo que comienza el reflujo. Dentro de tres horas intentaremos pasar y, una vez all, procuraremos arreglarnos y encontrar a Smith.

Pencroff no se haba equivocado en sus previsiones. Tres horas ms tarde, la mar baj; el lecho del canal que haban descubierto estaba formado por arena en su mayor parte. No quedaba entre el islote y la costa ms que un canal estrecho, que sin duda sera fcil de franquear.

En efecto, hacia las seis, Geden Spilett y sus dos compaeros se despojaron de sus vestidos, hicieron con ellos un hato que se pusieron en la cabeza y se aventuraron por el canal, cuya profundidad no pasaba de cinco pies. Harbert, para quien el agua era demasiado alta, nadaba como un pez y sali perfectamente. Los tres llegaron sin dificultad al litoral opuesto. All, el sol los sec rpidamente y volvieron a ponerse sus vestidos, que haban preservado del contacto del agua, y tuvieron una reunin.

4. Encuentran un refugio, las "Chimeneas"

Geden Spilett dijo al marino que le esperase all, donde l volvera, y, sin perder un instante, remont el litoral en la direccin que haba seguido algunas horas antes el negro Nab. Despus desapareci detrs de un ngulo de la costa, pues estaba impaciente por saber noticias del ingeniero.

Harbert hubiera querido acompaarlo.

-Qudate, muchacho -le dijo el marino. -Hay que preparar un campamento y ver si se puede encontrar para comer algo ms slido que los mariscos. Nuestros amigos tendrn ganas de comer algo a su regreso. Cada uno a su trabajo.

-Preparado, Pencroff -contest Harbert.

-Bien! -repuso el marinero-. Procedamos con mtodo. Estamos cansados y tenemos fro y hambre; hay que encontrar abrigo, fuego y alimento. El bosque tiene madera; los nidos, huevos; falta buscar la casa.

-Bueno -respondi Harbert-, yo buscar una gruta en estas rocas y descubrir algn agujero en donde podremos meternos.

-Eso es -respondi Pencroff-. En marcha, muchacho. Y caminaron sobre aquella playa que la marea descendente haba descubierto. Pero, en lugar de remontar hacia el norte, descendieron hacia el sur. Pencroff haba observado que, a unos centenares de pasos ms all del sitio donde haban tomado tierra, la costa ofreca una estrecha cortadura, que sin duda deba servir de desembocadura a un ro o a un arroyo. Por una parte, era importante acampar en las cercanas de un curso de agua potable, y por otra, no era imposible que la corriente hubiera llevado hacia aquel lado a Ciro Smith.

La alta muralla se levantaba a una altura de trescientos pies, pero el bosque estaba liso por todas partes, y su misma base, apenas lamida por el mar, no presentaba la menor hendidura que pudiera servir de morada provisional. Era un muro vertical, hecho de un granito dursimo, que el agua jams haba rodo. Hacia la cumbre volaban infinidad de pjaros acuticos, y particularmente diversas especies del orden de las palmpedas, de pico largo, comprimido y puntiagudo; aves gritadoras, poco temerosas de la presencia del hombre, que por primera vez, sin duda, turbaba su soledad. Entre las palmpedas, Pencroff reconoci muchas labbes, especie de goslands, a los cuales se da a veces el nombre de estercolaras, y tambin pequeas gaviotas voraces, que tenan sus nidos en las anfractuosidades del granito. Si se hubiera disparado un tiro en medio de aquella multitud de pjaros, hubieran cado muchos; mas para disparar un tiro se necesitaba un fusil, y ni Pencroff ni Harbert lo tenan.

Por otra parte, aquellas gaviotas y los labbes eran muy poco nutritivos y sus mismos huevos tienen un sabor detestable.

Entretanto, Harbert, que haba ido un poco ms a la izquierda, descubri pronto algunas rocas tapizadas de algas, que la alta mar deba recubrir algunas horas ms tarde. En aquellas rocas, y en medio de musgos resbaladizos, pululaban conchas de dobles valvas, que no podan ser desdeadas por gente hambrienta. Harbert llam a Pencroff, que se acerc en seguida.

-Vaya! Son almejas! -exclam el marino-. Algo para reemplazar los huevos.