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-Algo me dice -exclam Harbert-que un hombre tan enrgico como el seor Ciro no ha podido ahogarse. Debe estar esperando en algn punto de la costa. No es as, Pencroff?

El marino sacudi tristemente la cabeza. No esperaba volver a ver a Ciro Smith; pero, queriendo dejar alguna esperanza a Harbert, contest:

-Sin duda alguna nuestro ingeniero es hombre capaz de salvarse donde otro perecera. Entretanto observaba la costa con extrema atencin. Bajo su mirada se desplegaba la arena, limitada en la derecha de la desembocadura por lneas de rompientes. Aquellas rocas, an emergidas, parecan dos grupos de anfibios acostados en la resaca. Ms all de la zona de escollos, el mar brillaba bajo los rayos del sol. En el sur, un punto cerraba el horizonte, y no se poda distinguir si la tierra se prolongaba en aquella direccin o si se orientaba al sudeste y sudoeste, lo que hubiera dado a la costa la forma de una pennsula muy prolongada. Al extremo septentrional de la baha continuaba el litoral dibujndose a gran distancia, siguiendo una lnea ms curva. All la playa era baja, sin acantilados, con largos bancos de arena, que el reflujo dejaba al descubierto.

Pencroff y Harbert se volvieron entonces hacia el oeste, pero una montaa de cima nevada, que se elevaba a una distancia de seis o siete millas, detuvo su mirada. Desde sus primeras rampas hasta dos millas de la costa verdeaban masas de bosques formados por grupos de rboles de hojas perennes. A la izquierda brillaban las aguas del riachuelo, a travs de algunos claros, y pareca que su curso, bastante sinuoso, le llevaba hacia los contrafuertes de las montaas, entre los cuales deba de tener su origen. En el punto donde el marino haba dejado su carga comenzaba a correr entre las dos altas murallas de granito; pero, si en la orilla izquierda las paredes estaban unidas y abruptas, en la derecha, al contrario, bajaban poco a poco, las macizas rocas se cambiaban en bloques aislados, los bloques en guijarros y los guijarros en grava, hasta el extremo de la playa.

-Estamos en una isla? -murmur el marino. -En ese caso, sera muy vasta -respondi el muchacho. -Una isla, por vasta que sea, siempre ser una isla -dijo Pencroff.

Pero esta importante cuestin no poda an ser resuelta. Era preciso aplazar la solucin para otro momento. En cuanto a la tierra, isla o continente, pareca frtil, agradable en sus aspectos, variada en sus productos.

-Es una dicha -observ Pencroff-y, en medio de nuestra desgracia, tenemos que dar gracias a la Providencia.

-Dios sea loado! -respondi Harbert, cuyo piadoso corazn estaba lleno de reconocimiento hacia el Autor de todas las cosas.

Durante mucho tiempo Pencroff y Harbert examinaron aquella comarca sobre la que los haba arrojado el destino, pero era difcil imaginar, despus de tan superficial inspeccin, lo que les reservaba el porvenir.

Despus volvieron, siguiendo la cresta meridional de la meseta de granito, contorneada por un largo festn de rocas caprichosas, que tomaban las formas ms extraas. All vivan algunos centenares de aves que anidaban en los agujeros de la piedra. Harbert, saltando sobre las rocas, hizo huir una bandada.

Ah! -exclam-, no son ni goslands, ni gaviotas!

-Qu clase de pjaros son, entonces? -pregunt Pencroff-Asegurara que son palomas!

-En efecto, pero son palomas torcaces o de roca -respondi Harbert-. Las conozco por la doble raya negra de su ala, por su cuerpo blanco y por sus plumas azules cenicientas. Ahora bien, si la paloma de roca es buena para comer, sus huevos deben ser excelentes, y por pocos que hayan' dejado en sus nidos

No les daremos tiempo a abrirse sino en forma de tortilla! -contest alegremente Pencroff.

-Pero dnde hars tu tortilla? -pregunt Harbert-. En un sombrero?

-Bah! -contest el marino-, no soy un brujo para esto. Nos contentaremos con comerlos pasados por agua y yo me encargar de los ms duros.

Pencroff y el joven examinaron con atencin las hendiduras del granito, y encontraron, en efecto, huevos en algunas. Recogieron varias docenas, que pusieron en el pauelo del marino, y, acercndose el momento de la pleamar, Harbert y -Pencroff empezaron a descender hacia el ro.

Cuando llegaron al recodo, era la una de la tarde. El reflujo haba empezado ya y haba que aprovecharlo para llevar la lea a la desembocadura. Pencroff no tena intencin de dejarlo ir por la corriente sin direccin, ni embarcarse para dirigirlo. Pero un marino siempre vence los obstculos cuando se trata de cables o de cuerdas, y Pencroff trenz rpidamente una cuerda larga con bejucos secos. Ataron aquel cable vegetal al extremo de la balsa y, teniendo el marino una punta en la mano, Harbert empujaba la carga con la larga percha, mantenindola en la corriente.

El procedimiento dio el resultado apetecido. La enorme carga de madera, que el marino detena marchando por la orilla, sigui la corriente del agua.

La orilla era muy suave, por lo que era difcil encallar. Antes de dos horas, lleg la embarcacin a unos pasos de las Chimeneas.

5. Una cerilla les abre nuevas ilusiones

El primer cuidado de Pencroff, despus que la pila de lea estuvo descargada, fue hacer las Chimeneas habitables, obstruyendo los corredores a travs de los cuales se estableca la corriente de aire. Arenas, piedras, ramas entrelazadas y barro cerraron hermticamente las galeras de amp;, abiertas a los vientos del sur, aislando el anillo superior. Un solo agujero estrecho y sinuoso, que se abra en la parte lateral, fue dejado abierto, para conducir el humo fuera y que tuviese tiro la lumbre. Las Chimeneas quedaron divididas en tres o cuatro cuartos, si puede darse este nombre a cuevas sombras, con las que una fiera apenas se habra contentado.

Pero all no haba humedad y un hombre poda mantenerse en pie, al menos en el cuarto del centro. Una arena fina cubra el suelo y poda servir perfectamente aquel asilo mientras se encontraba otro mejor.

Durante la tarea, Harbert y Pencroff hablaban:

-Quiz -deca el muchacho-nuestros compaeros habran encontrado mejor instalacin que la nuestra.

-Es posible -contest el marino-, pero, en la duda, no te abstengas! Ms vale una cuerda ms en tu arco que no tener ninguna!

-Ah! -prosigui Harbert-, si traen a Smith, si lo encuentran, no me importa lo dems, y debemos dar gracias al cielo. -S! -murmuraba Pencroff-. Era todo un hombre! -Era -dijo Harbert-. Es que desesperas de volverlo a ver?

-Dios me guarde de ello! -contest el marino.

-Ahora -dijo-pueden volver nuestros amigos. Encontrarn un lugar confortable.

Faltaba establecer la cocina y preparar la cena; tarea sencilla y fcil. Al extremo del corredor de la izquierda, junto al estrecho orificio que se haba dejado para chimenea, pusieron grandes piedras planas. El calor que no escapase con el humo sera suficiente para mantener dentro una temperatura conveniente. La provisin de lea fue almacenada en uno de los departamentos y el marino puso sobre las piedras de la hoguera algunos leos mezclados con ramas secas.

El marino se ocupaba de este trabajo, cuando Harbert le pregunt si tena cerillas. -Ciertamente -contest Pencroff-, y aadir felizmente, porque sin cerillas o sin yesca nos hubiramos visto muy apurados.

-Bah! Haramos fuego como los salvajes -contest Harbert-, frotando dos pedazos de lea seca el uno contra el otro.

-Bueno, haz la prueba, y veremos si consigues otra cosa que romperte los brazos.

-No obstante, es un procedimiento muy sencillo y muy usado en las islas del Pacfico.

-No digo que no -contest Pencroff-, pero los salvajes conocen la manera de usarlo y emplean madera especial, porque ms de una vez he querido procurarme fuego de esa suerte y no lo he conseguido nunca. Confieso que prefiero las cerillas. Dnde estn mis cerillas?