— ¿Por qué no pudo entrar mientras el doctor Robert estaba aquí? — inquirió Will —. ¿Es contrario a las reglas que usted hable conmigo?
El joven meneó la cabeza con impaciencia. — Por supuesto que no. Simplemente no quería que conociese el motivo por el cual he venido a verlo.
— ¿El motivo? — sonrió Will —. Una visita a un enfermo es un acto de caridad… altamente elogiable.
Murugan no entendió la ironía; continuaba pensando en sus propios asuntos.
— Gracias por no decirles que me había visto antes — dijo con brusquedad, casi colérico. Era como si le molestara tener que reconocer su agradecimiento, como si estuviese furioso con Will por haberle hecho el favor que imponía esa gratitud.
— Me di cuenta de que usted no quería que dijese nada al respecto — respondió Will —. Por lo tanto, no dije nada.
— Quería agradecérselo — masculló Murugan entre dientes, en un tono que habría sido adecuado para exclamar «Cerdo asqueroso!»
— No tiene importancia — replicó Will con fingida cortesía.
¡Qué deliciosa criatura! pensó mientras contemplaba, con divertida curiosidad, el suave torso dorado, el rostro vuelto hacia el otro lado, de líneas regulares como las de una estatua, pero ya no olímpico, ya no clásico… Un rostro helénico, móvil y demasiado humano. Un recipiente de incomparable belleza… ¿pero qué contenía? Era una lástima, reflexionó, que no hubiese formulado esa pregunta con un poco más de seriedad antes de enredarse con la indecible Babs. Pero Babs era una mujer. Dado el tipo de heterosexual que era, el tipo de pregunta racional que esbozaba ahora era informulable. Como sin duda lo sería, por parte de cualquiera susceptible a los jóvenes, en relación con ese iracundo y pequeño semidiós que ahora se encontraba sentado al pie de su cama.
— ¿No sabía el doctor Robert que usted había ido a Rendang? — preguntó.
— Por supuesto que lo sabía. Todos lo sabían. Fui a buscar a mi madre. Estaba allá, en casa de unos parientes.
— ¿Y entonces por qué no quería que dijese que lo había conocido allí?
Murugan vaciló un instante, y luego miró a Will con expresión desafiante.
— Porque no deseaba que supieran que había estado viendo al coronel Dipa.
¡Ah, se trataba de eso!
— El coronel Dipa es un hombre notable — dijo en voz alta, ofreciendo un anzuelo azucarado para pescar confidencias.
Sorprendentemente desprevenido, el pez se lo tragó en el acto. Las hoscas facciones de Murugan se encendieron de entusiasmo y apareció de pronto Antinoo en toda la fascinante belleza de su ambigua adolescencia.
— Opino que es maravilloso — dijo, y por primera vez desde que entró en la habitación pareció reconocer la existencia de Will y le concedió la más amistosa de las sonrisas. Lo maravilloso de la personalidad del coronel le hizo olvidar su resentimiento, le permitió amar momentáneamente a todos… incluso a ese hombre a quien debía una molesta gratitud —. ¡Vea lo que está haciendo por Rendang! — La verdad es que está haciendo mucho por Rendang — dijo Will, sin comprometerse.
Una nube pasó por el radiante rostro de Murugan. — Acá no piensan lo mismo — afirmó, ceñudo —. Creen que es espantoso. — ¿Quién lo cree? — ¡Prácticamente todos!
— ¿Y por lo tanto no querían que usted lo visitase? Con la expresión de un pilludo que ha hecho una travesura a espaldas del maestro, Murugan lanzó una sonrisa triunfal.
— Creyeron que estaba con mi madre.
Will aprovechó la oportunidad.
— ¿Y su madre sabía que usted visitaba al coronel? — inquirió.
— Es claro.
— ¿Y no se opuso?
— Estaba de acuerdo.
Y sin embargo Will tuvo la seguridad de no equivocarse cuando pensó en Adriano y Antinoo. ¿Era ciega esa mujer? ¿O no quería ver lo que ocurría?
— Pero si a ella no le molesta — continuó —, ¿por qué habrían de oponerse el doctor Robert y todos los demás?
— Murugan lo miró con suspicacia. Advirtiendo que se había internado demasiado en territorio prohibido, Will borró rápidamente la pista. — ¿Acaso piensan — inquirió con una carcajada — que podría convertirlo en partidario de la dictadura militar?
La falsa pista fue seguida obedientemente, y el rostro del joven se aflojó en una sonrisa.
— No se trata de eso — respondió —, sino de algo parecido. Es tan estúpido — agregó, con un encogimiento de hombros —. Nada más que protocolo idiota.
— ¿Protocolo? — Will estaba auténticamente desconcertado.
— ¿No le dijeron nada sobre mí?
— Sólo lo que dijo ayer el doctor Robert.
— Quiero decir, ¿sobre el hecho de que soy un estudiante? — Murugan echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.
— ¿Qué tiene de gracioso eso de ser estudiante?
— Nada… nada en absoluto. — El joven volvió a apartar la mirada. Hubo un silencio. Con el rostro todavía vuelto hacia el otro lado, dijo al cabo —: El motivo de que no deba ver al coronel Dipa es el siguiente: él es el jefe de un Estado y yo soy el jefe de un Estado. Cuando nos «encontramos, estamos haciendo política internacional.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Sucede que soy el raja de Pala.
— ¿El raja de Pala?
— Desde el cincuenta y cuatro. El año en que murió mi padre.
— ¿Y su madre, entonces, es la rani?
— Mi madre es la rani.
Vaya directamente al palacio. Pero he aquí que el palacio venía directamente hacia él. Era evidente que la Providencia estaba de parte de Joe Aldehyde, trabajando en horarios extraordinarios.
— ¿Usted era el hijo mayor? — preguntó.
— El único — respondió Murugan. Y luego, subrayando con más énfasis su singularidad —. El único descendiente. — De modo que no hay duda posible — dijo Will —. ¡Cielos! Tendría que llamarlo Majestad. O por lo menos señor. — Las palabras fueron dichas con tono riente, pero Murugan las contestó con la más perfecta seriedad y con una repentina asunción de regia dignidad.
— Tendrá que llamarme así a fines de la semana que viene — declaró —. Después de mi cumpleaños. Cumpliré dieciocho. Ese es el momento en que un raja dé Pala entra en su mayoría de edad. Hasta entonces soy nada más que Murugan Mailendra. Un simple estudiante que aprende un poco de todo… incluso de cultivo de plantas — agregó, despectivo —, de manera que, cuando llegue el momento, sepa lo que estoy haciendo.
— Y cuando llegue el momento, ¿qué hará? — Entre ese hermoso Antinoo y su portentosa jerarquía existía un contraste que a Will se le ocurrió intensamente cómico. — ¿Cómo piensa actuar? — continuó, con acento burlón —. ¿Les cortará la cabeza? ¿L'Etat c'est Moi?
La seriedad y la regia dignidad se endurecieron, convirtiéndose en reproche. — No sea estúpido.
Divertido, Will fingió pedir disculpas. — Simplemente, quería saber hasta qué punto de absolutismo piensa llegar.
— Pala es una monarquía constitucional — respondió Murugan con gravedad.
— En otras palabras, será un figurón simbólico; reinará, como la reina de Inglaterra, pero no gobernará. Olvidando su dignidad real, Murugan casi gritó: — No, no. No: como la reina de Inglaterra. El raja de Pala no reina; gobierna. — Demasiado agitado como para quedarse quieto, Murugan se puso de pie de un salto y comenzó a pasearse por la habitación. — Gobierna constitucionalmente, ¡pero por Dios que gobierna; gobierna! — Se acercó a la ventana y miró hacia afuera. Se volvió luego de un momento y miró a Will con un rostro trasfigurado por su nueva expresión en un emblema, exquisitamente modelado y coloreado, de un tipo de fealdad psicológica demasiado familiar. — Ya les enseñaré quién es el amo aquí — dijo, en una frase y un tono que habían sido evidentemente copiadas del protagonista de alguna película norteamericana de pistoleros —. Esta gente cree que puede manejarme — continuó, recitando el libreto espantosamente vulgar —, como manejaron a mi padre. Pero cometen un enorme error. — Emitió una siniestra risita y meneó su bella cabeza odiosa. — Un gran error — repitió.