Las palabras habían sido pronunciadas entre dientes y casi sin mover los labios; la mandíbula inferior había avanzado hasta parecer la de un criminal de historieta cómica; los ojos miraban con frialdad, a través de los párpados entrecerrados. Algo absurdo y, horrible a la vez. Antinoo se había convertido en la caricatura de todos los sujetos recios que, desde tiempos inmemoriales, poblaban las películas de la clase B.
— ¿Quién ha estado dirigiendo el país durante su minoría de edad? — inquirió Will.
— Tres grupos de viejos fósiles — respondió Murugan con desprecio —. El Gabinete, la Cámara de Representantes y además, en representación mía, en representación del raja, el Consejo Privado.
— ¡Pobres viejos fósiles! — dijo Will —. Pronto se llevarán la sorpresa de su vida. — Acomodándose alegremente al espíritu de delincuencia, lanzó una carcajada. — Sólo ansío estar cerca para verlo.
Murugan compartió la risa… la compartió, no como el Sujeto Recio de siniestra risotada, sino con uno de esos repentinos cambios de expresión y talante que — Will se dio cuenta — le harían tan difícil representar el papel de Sujeto Recio; rió como el pilludo triunfante de unos minutos antes.
— La sorpresa de su vida — repitió, feliz.
— ¿Tiene algún plan concreto?
— Por cierto que sí — contestó Murugan. En su rostro móvil, el pilluelo triunfante dejó paso al estadista, grave pero condescendientemente afable durante una conferencia de prensa —. Primera prioridad: modernizar este lugar. Mire lo que ha podido hacer Rendang gracias a sus regalías sobre el petróleo.
— ¿Pero acaso Pala no recibe también regalías sobre el petróleo? — interrogó Will con ese inocente aire de total ignorancia que por larga experiencia había descubierto que era la mejor forma de arrancar informaciones a los ingenuos y a los que se sentían importantes.
— Ni un centavo — repuso Murugan —. Y sin embargo el extremo meridional de la isla desborda casi de petróleo. Pero aparte de unos pocos y mezquinos pozos pequeños para el consumo interno, los viejos fósiles no quieren hacer nada en ese sentido. Y lo que es más, no permiten que nadie haga nada. — El estadista se encolerizaba; en su voz y en su expresión había ahora todo tipo de matices del Sujeto Recio. — Toda clase de gente ha hecho ofrecimientos: la South-East Asia Petroleum, la Shell, la Royal Dutch, la Standard de California. Pero los malditos viejos tontos no quieren escuchar.
— ¿Y usted no puede convencerlos? — Le aseguro que los obligaré a escuchar — dijo el Sujeto Recio.
— ¡Así se habla! — Y en seguida, con negligencia. — ¿Cuál de los ofrecimientos piensa aceptar?
— El coronel Dipa está trabajando con la Standard de California, y opina que sería mejor que nosotros hiciéramos lo propio.
— Yo, en su lugar, haría varias licitaciones. — Eso es lo que pienso yo también. Lo mismo que mi madre.
— Muy prudente.
— Mi madre es partidaria de la South-East Asia Petroleum. Conoce al presidente del directorio, lord Aldehyde.
— ¿Conoce a lord Aldehyde? ¡Pero cuan extraordinario! — El tono de asombro encantado fue absolutamente convincente. — Joe Aldehyde es amigo mío. Escribo para sus periódicos. Incluso le sirvo de embajador privado. En confianza — agregó —, por eso hicimos ese viaje a las minas de cobre. El cobre es una de las actividades colaterales de Joe. Pero es claro que su primer cariño es el petróleo.
Murugan trató de parecer astuto.
— ¿Qué estaría dispuesto a ofrecer?
Will aprovechó la oportunidad y respondió, en el mejor estilo del magnate de película:
— Lo que ofrezca la Standard, y un poco más.
— Bastante equitativo — replicó Murugan, utilizando el mismo libreto, y asintió sabiamente. Hubo un prolongado silencio. Cuando volvió a hablar, era el estadista que concedía una entrevista a los representantes de la prensa —. Las regalías — dijo — serán usadas de la siguiente manera: El veinticinco por ciento de todo el dinero recibido será dedicado a la Reconstrucción Mundial.
— ¿Puedo preguntar — inquirió Will con deferencia — cómo se propone reconstruir el mundo?
— Por medio de la Cruzada del Espíritu. ¿Conoce la Cruzada del Espíritu?
— Por supuesto. ¿Quién no la conoce?
— Es un gran movimiento mundial — dijo el estadista con gravedad —. Como el Cristianismo Primitivo. Fundado por mi madre.
Will exhibió respeto y asombro.
— Sí, fundado por mi madre — repitió Murugan, y agregó, impresionante: Creo que es la única esperanza del hombre.
— Muy cierto — dijo Will Farnaby —, muy cierto.
— Bien, en eso se utilizará el primer veinticinco por ciento de las regalías — continuó el estadista —. El resto se invertirá en un programa intensivo de industrialización. — El tono volvió a cambiar. — Estos viejos idiotas sólo quieren industrializar algunos lugares y dejar el resto tal como era hace mil años.
— En tanto que usted quiere industrializarlo todo. La industrialización por la industrialización misma.
— No, la industrialización en bien del país. La industrialización para fortalecer a Pala. Para que otros pueblos nos respeten. Ahí tiene a Rendang. Dentro de cinco años fabricarán todos los rifles, morteros y municiones que necesiten. Pasará mucho tiempo antes de que puedan fabricar tanques. Pero entretanto pueden comprárselos a Skoda con el dinero del petróleo.
— ¿Y cuánto tiempo les llevará construir bombas H? — inquirió Will con ironía.
— Ni siquiera lo intentan — repuso Murugan —. Pero en fin de cuentas — agregó —, las bombas H no son las únicas armas absolutas. — Pronunció la frase con placer. Era evidente que le resultaba realmente delicioso el sabor de «armas absolutas» — Las armas biológicas y químicas… El coronel Dipa las llama las bombas H del gobernante pobre. Una de las primeras cosas que haré será construir una gran fábrica de insecticidas. — Murugan rió y guiñó un ojo. — Si se pueden fabricar insecticidas, también se puede producir un gas que paralice los nervios.
Will recordó la fábrica todavía no terminada de los suburbios de Rendang-Lobo.
— ¿Qué es eso? — había preguntado al coronel Dipa cuando pasaban ante ella en el Mercedes blanco.
— Insecticidas — contestó el coronel. Y mostrando sus relucientes dientes blancos en una sonrisa afable —. Pronto los exportaremos a todo el sudeste de Asia.
Entonces, por supuesto, pensó que el coronel sólo quería decir lo que había dicho. Pero ahora… Se encogió mentalmente de hombros. Los coroneles siempre son coroneles, y los jóvenes, incluso los del tipo de Murugan, siempre enloquecen por las armas. Siempre habría trabajo de sobra para los corresponsales especiales que siguen la pista a la muerte.
— ¿De modo que fortalecerá el ejército de Pala? — inquirió en voz alta.
— ¿Fortalecerlo? No… lo crearé. Pala no posee ejército.
— ¿Ninguno?
— Absolutamente nada. Son todos pacifistas. — La p fue un estallido de disgusto, la s silbó despectivamente. — Tendré que empezar desde el comienzo.
— Y militarizará el país a medida que lo industrialice, ¿no es así?
— Exactamente.
Will rió.
— ¡De vuelta a los asirios! Su nombre se inscribirá en la historia como el de un verdadero revolucionario.