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— Brabmacharya, si sabe lo que quiere decir.

— En efecto — dijo Will.

— Y este es otro de los motivos de que su enfermedad fuese una bendición encubierta, un verdadero regalo de Dios.

No creo que yo hubiese podido educarlo de esa manera en Pala. Aquí existen demasiadas malas influencias. Fuerzas que trabajan contra la Pureza, contra la Familia, incluso contra el Amor Materno.

Will aguzó los oídos.

— ¿Llegaron incluso a reformar a las madres?

Ella asintió.

— No puede imaginarse hasta qué punto han llegado las cosas aquí. Pero Koot Hoomi sabía qué tipo de peligros correríamos en Pala. ¿Y qué ocurre entonces? Mi Niño enferma y el médico nos ordena ir a Suiza. Para eludir el Peligro.

— ¿Y cómo fue — inquirió Will — que Koot Hoomi la dejó partir en su Cruzada? ¿No previo lo que le ocurriría a Murugan en cuanto usted se fuese?

— Lo previo todo — dijo la rani —. Las tentaciones, la resistencia, el ataque en masa por todas las Potencias del Mal, y luego, en el último momento, la salvación. Durante mucho tiempo — explicó —, Murugan no me contó lo que sucedía. Pero después de tres meses los ataques de las Potencias del Mal fueron demasiado intensos para él. Me hizo insinuaciones, pero yo estaba demasiado completamente absorta en las ocupaciones de mi Maestro como para entenderlo. Por último me escribió una carta en la que me lo explicaba todo… en detalle. Cancelé mis últimas cuatro disertaciones en Brasil y volví a casa tan rápidamente como el avión a chorro pudo traerme. Una, semana más tarde nos encontrábamos de vuelta en Suiza. Mi Niño y yo… a solas con el Maestro.

Cerró los ojos y una expresión de gozoso éxtasis apareció en su rostro. Will apartó la mirada con desagrado. Esta autocanonizada salvadora del mundo, esta absorbente y devoradora madre… ¿se había visto alguna vez aunque fuese por un solo instante, como la veían los demás? ¿Tenía idea alguna de lo que había hecho, de lo que seguía haciendo con su pobre y tonto hijo? A la primera pregunta la respuesta era indudablemente no. En cuanto a la segunda, la única posibilidad que cabía era la especulación. Quizá sinceramente no supiese lo que había hecho del joven, pero quizá, por otra parte, lo supiese. Quizá lo sabía y prefería lo que estaba ocurriendo con el coronel a lo que habría podido ocurrir si la educación del joven hubiese sido encarada por una mujer. La mujer podría remplazarla; en cambio sabía que el coronel no podría hacer tal cosa.

— Murugan me dijo que tenía la intención de reformar estas presuntas reformas.

— Sólo puedo rogar — dijo la rani en un tono que le recordó a Will el de su abuelo, el archidiácono — que se le conceda suficiente Fuerza y Sabiduría para hacerlo.

— ¿Y qué opina de sus otros proyectos sobre el petróleo, sobre las industrias y sobre un ejército? — inquirió Will.

— La economía y la política no son exactamente mi fuerte — respondió la mujer con una risita que estaba destinada a recordarle que se encontraba hablando con alguien que había pasado por la Cuarta Iniciación —. Pregúntele a Bahu su opinión.

— No tengo derecho a ofrecer una opinión — respondió el embajador —. Soy un extraño, representante de una potencia extranjera.

— No tan extranjera — dijo la rani.

— No a los ojos de usted, señora. Y no, como lo sabe muy bien, a los míos. Pero a los ojos del gobierno palanés… sí. Completamente extranjero.

— Pero eso — dijo Will — no le impide tener opiniones. Sólo le impide tener las opiniones localmente ortodoxas. Y de paso — agregó —, no estoy aquí en mi condición de periodista. No lo estoy entrevistando, señor embajador. Todo esto es estrictamente extraoficial.

— Estrictamente extraoficial entonces, y estrictamente en mi condición de ciudadano y no como personaje oficial, creo que nuestro joven amigo tiene perfecta razón.

— Lo que supone, claro está, que usted cree que la política del gobierno palanés es errónea en todo sentido.

— Errónea en todo sentido — dijo Mr. Bahu…. y su máscara de Savonarola chisporroteó con su sonrisa volteriana —, errónea en todo sentido, porque es correcta en todo sentido.

— ¿Correcta? — protestó la rani — ¿correcta?

— Correcta en todo sentido — explicó él —, porque está tan perfectamente destinada a hacer que todos los hombres, mujeres y niños de esta encantadora isla sean tan perfectamente libres y viciosos como es posible serlo.

— Pero con una Falsa Dicha — exclamó la rani —, una libertad que es sólo para el Yo Interior.

— Me inclino — dijo el embajador, inclinándose — ante la perfección superior de Su Alteza. Pero aun así, inferior o superior, verdadera o falsa, la dicha es la dicha y la libertad es placentera. Y no cabe duda alguna de que la política iniciada por los primitivos Reformadores y desarrollada a lo largo de los años ha estado admirablemente adaptada a la consecución de estos dos objetivos.

— ¿Pero a usted le parece — dijo Will — que son objetivos indeseables?

— Por el contrario, todos los desean. Pero por desgracia están fuera del contexto, se han tornado absolutamente impertinentes respecto de la actual situación del mundo en general y de Pala en particular.

— ¿Y son más impertinentes ahora de lo que lo eran cuando los Reformadores iniciaron su labor en pro de la dicha y la libertad?

El embajador asintió.

— En aquellos días, Pala se encontraba todavía fuera del mapa. La idea de convertirla en un oasis de libertad y felicidad tenía sentido. Mientras se mantenga fuera de contacto con el resto del mundo, una sociedad ideal puede ser una sociedad viable. Pala fue en todo sentido viable, diría yo, hasta más o menos 1905. Luego, en menos de una sola generación, el mundo cambió por completo. Películas cinematográficas, automóviles, aviones, radio. Producción en masa, matanza en masa, comunicación en masa y, por sobre todo, masa a secas… más y más gente en barrios bajos o suburbios cada vez más grandes. Para 1930 cualquier observador de visión aguda habría podido darse cuenta de que para las tres cuartas partes de la raza humana la libertad y la dicha estaban casi fuera de su alcance. Hoy, treinta años más tarde, son absolutamente imposibles. Entre tanto, el mundo exterior ha ido cerrando su cerco en torno de esta islita de libertad y felicidad. Encerrándola firme e inexorablemente, acercándose cada vez más. Y lo que otrora fue un ideal viable, no lo es ya.

— De modo que Pala tendrá que ser cambiada… ¿es esa su conclusión?

Mr. Bahu asintió.

— En forma radical.

— De raíz — dijo la rani con el placer sádico de una profetisa.

— Y por dos motivos coherentes — continuó Mr. Bahu —. En primer lugar, porque simplemente no es posible que Pala continúe siendo diferente del resto del mundo. Y en segundo término, porque no es justo que siga siendo distinta.

— ¿No es justo que el pueblo sea libre y feliz?

Una vez más la rani dijo algo inspirativo acerca de la falsa dicha y de la libertad equivocada.

Mr. Bahu le agradeció con deferencia su interrupción, y luego se volvió hacia Will.

— No es justo — insistió —. Exhibir la bienaventuranza ante tanta miseria… es una pura hubris, es una afrenta deliberada al resto de la humanidad. Incluso es una afrenta a Dios.

— Dios — murmuró con voluptuosidad la rani —, Dios…

Luego, volviendo a abrir los ojos, agregó:

— Esta gente de Pala no cree en Dios. Sólo cree en el Hipnotismo, el Panteísmo y el Amor Libre. — Subrayó las palabras con indignado disgusto.

— De modo que ahora — dijo Will — se proponen ustedes hacerlos desdichados en la esperanza de que ello les devuelva la fe en Dios. Y bien, esa es una forma de producir una conversión. Quizá dé resultados. Y es posible que el fin justifique los medios. — Se encogió de hombros. — Pero yo entiendo — agregó — que, bueno o malo, y no importa lo que los palaneses puedan sentir al respecto, eso es lo que va a suceder. No hace falta ser un profeta para predecir que Murugan triunfará. Cabalga sobre la ola del futuro. Y la ola del futuro es sin duda una ola de petróleo crudo. Y hablando de la crudeza y del petróleo — agregó, volviéndose a la rani, entiendo que conoce usted a mi viejo amigo Joe Aldehyde.