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— ¿Usted conoce a lord Aldehyde?

— Muy bien.

— ¡De modo que por eso mi Vocecita se mostraba tan insistente! — Volvió a cerrar los ojos, sonrió para sí y meneó lentamente la cabeza. — Ahora Entiendo. — Luego, en otro tono —: ¿Y cómo está ese querido hombre? — preguntó.

— Sigue siendo característicamente el mismo — le aseguró Will.

— ¡Y qué persona tan rara! L'homme au cerf-volant… así lo llamo.

— ¿El hombre de la cometa? — Will se sintió intrigado.

— Hace su trabajo aquí — explicó ella —, pero tiene un cordel en la mano y en el otro extremo del cordel hay una cometa, y la cometa trata continuamente de subir, subir y Subir. E incluso cuando trabaja siente el constante Tironeo desde Arriba, siente que el Espíritu le tironea insistentemente de la carne. ¡Piense en eso! Un hombre de negocios, un gran Capitán de Industria… y, sin embargo, para él, lo único que Realmente Importa es la Inmortalidad del Alma.

En ese momento se hizo la luz. La mujer había estado hablando de la afición de Joe Aldehyde al Espiritualismo. Pensó en las sesiones semanales con Mrs. Harbottle, la automatista; con Mrs. Pym, cuyo control era una india kiowa llamada Bawbo; con Miss Tuke y su trompeta flotante, de la cual surgía un susurro chillón que mascullaba palabras oraculares, tomadas en taquigrafía por la secretaria privada de Joe: «Compre cemento australiano, no se alarme por el descenso de Breakfast Foods; venda cuarenta por ciento de sus acciones de caucho e invierta el dinero en la IBM y la Westinghouse…»

— ¿Le habló alguna vez — inquirió Will —, del difunto corredor de Bolsa que siempre sabía lo que sucedería en el mercado de valores la semana siguiente?

— Sidhis — dijo la rani con indulgencia —. Nada más que sidhis. ¿Qué otra cosa puede esperar? En fin de cuentas, no es más que un Principiante. Y en esta vida actual los negocios son su karma. Estaba predestinado a hacer lo que ha hecho, lo que está haciendo, lo que hará. Y lo que hará — agregó, impresionante, y se detuvo en una postura de escuchar, el dedo en alto, la cabeza inclinada —, lo que hará, eso es lo que dice mi Vocecita, incluye algunas cosas grandes y maravillosas aquí en Pala.

— Qué forma tan espiritual de decir «Esto es lo que quiero que suceda. No porque lo quiera yo, sino porque lo quiere Dios… y por dichosa coincidencia la voluntad de Dios y la mía son siempre idénticas». Will rió para sus adentros, pero mantuvo el rostro imperturbable. — ¿Le dice alguna vez su Vocecita algo acerca de la South-East Asia Petroleum? — preguntó.

La rani volvió a escuchar, y luego asintió.

— Con suma claridad.

— Pero el coronel Dipa, entiendo, no dice otra cosa que «Standard de California». Y de paso — continuó Will —, ¿por qué debe Pala preocuparse por los gustos del coronel en materia de compañías petroleras?

— Mi gobierno — dijo Mr. Bahu con tono sonoro — está considerando un plan de cinco años de coordinación y cooperación económica interisleña.

— ¿Y la Cooperación y Coordinación interisleña significa que la Standard tiene que recibir el monopolio?

— Sólo si las condiciones de la Standard son más ventajosas que las de sus competidores.

— En otras palabras — dijo la rani —, sólo si no hay nadie que nos pague más.

— Antes de que llegase usted — le dijo Will —, estaba discutiendo este tema con Murugan. La South-East Asia Petroleum, dije, entregará a Pala todo lo que entregue la Standard a Rendang, y un poco más.

— ¿Quince por ciento más?

— Digamos diez.

— Pongamos doce y medio.

Will la contempló con admiración. Por ser alguien que había pasado por la Cuarta Iniciación, sabía muy bien lo que hacía.

— Joe Aldehyde aullará de dolor — dijo —. Pero a la postre, estoy seguro, recibirá usted sus doce y medio.

— Sería sin duda una proposición sumamente atractiva — dijo Mr. Bahu.

— Lo único que hay de malo es que el gobierno palanés no la aceptará.

— El gobierno palanés — dijo la rani — cambiará muy pronto su política.

— ¿Le parece?

— Lo SÉ — respondió la rani, en un tono que aclaraba perfectamente que la información había llegado en forma directa de la boca del Maestro.

— Cuando se produzca el cambio de política, ¿servirá de algo — preguntó Will — que el coronel Dipa hable en favor de la South-East Asia Petroleum?

— Sin duda.

Will se volvió a Mr. Bahu.

— ¿Y estaría usted dispuesto, señor embajador, a interponer sus buenos oficios ante el coronel Dipa?

En polisílabos, como si estuviese hablando ante una sesión plenaria de alguna organización internacional, Mr. Bahu vaciló diplomáticamente. En cierto sentido, sí; pero en otro sentido, no. Desde un punto de vista, blanco; pero desde un ángulo diferente, claramente negro.

Will escuchó en cortés silencio. Detrás de la máscara de Savonarola, detrás del monóculo aristocrático, detrás de la verborragia embajadoril, podía ver y escuchar al comerciante levantino en busca de su comisión, al pequeño funcionario que trataba de arrancar una prima. Y por su entusiasta patrocinio de la South-East Asia Petroleum, ¿cuánto se le había prometido a la regia iniciada? Estaba dispuesto a apostar que era algo sustancioso. No para ella, por supuesto, no, ¡no! Para la Cruzada del Espíritu, ni falta hacía decirlo, para mayor gloria de Koot Hoomi.

Mr. Bahu había llegado, en su peroración, a la organización internacional.

— Por consiguiente, es preciso que se entienda — decía — que toda acción positiva por mi parte debe mantenerse vinculada a las circunstancias, siempre que tales circunstancias surjan, si es que surgen. ¿Me explico?

— A la perfección — le aseguró Will —. Y ahora — continuó con franqueza deliberadamente indecente —, permítame que explique mi posición en este asunto. Lo único que me interesa a mí es el dinero. Dos mil libras esterlinas, sin tener que trabajar ni un minuto. Un año de libertad nada más que por ayudar a Joe Aldehyde a meter sus manos en Pala.

— Lord Aldehyde — dijo la rani — es notablemente generoso…

— Notablemente — convino Will —, teniendo en cuenta lo poco que yo puedo hacer en este asunto. Pero ni hace falta decir que será mucho más generoso con cualquiera que pueda serle más útil.

Hubo un largo silencio. En la distancia un mynah exigía atención con gritos monótonos. Atención a la avaricia, atención a la hipocresía, atención al cinismo vulgar… Se escuchó un golpe a la puerta.

— Adelante — gritó Will y, volviéndose a Mr. Bahu —: Continuemos esta conversación en otro momento — dijo.

Mr. Bahu asintió.

— Adelante — repitió Will.

Ataviada con faldas azules y una chaqueta corta y sin botones que le dejaba el vientre desnudo y sólo en ocasiones cubría un par de pechos redondos como manzanas, una muchacha de poco menos de veinte años entró vivamente en la habitación. En su terso rostro moreno una sonrisa del saludo más amistoso era puntuada en cada extremo por un hoyuelo.

— Soy la enfermera Appu — comenzó a decir —. Radha Appu. — Luego, viendo a los visitantes de Will, se interrumpió. — Oh, perdóneme, no sabía…