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— Jamás. — Will meneó la cabeza enfáticamente. — No es posible tener poder sin comprometerse.

— ¿Y para usted el horror de comprometerse supera el placer de poder empujar a los demás de un lado a otro?

— En varios millares de veces.

— ¿De modo que nunca fue una tentación?

— Nunca. — Y luego de una pausa, Will agregó, en otro tono —: Vayamos a nuestros asuntos.

— A nuestros asuntos — repitió Mr. Bahu —. Hábleme de lord Aldehyde.

— Bien, como dijo la rani, es notablemente generoso.

— No me interesan sus virtudes; sólo su inteligencia. ¿Es inteligente?

— Lo bastante para saber que nadie hace nada por nada.

— Bien — dijo Mr. Bahu —. Entonces dígale de mi parte que por un trabajo eficaz de expertos ubicados en puestos estratégicos tiene que estar dispuesto a pagar por lo menos diez veces más de lo que le pagará a usted.

— Le escribiré una carta en ese sentido.

— Y hágalo hoy — aconsejó Mr. Bahu —. El avión sale de Shivapuram mañana por la tarde, y no habrá otra forma de enviar correspondencia hasta dentro de una semana.

— Gracias por decírmelo — dijo Will —. Y ahora, ausentes Su Alteza y el escandalizable jovencito, pasemos a la tentación siguiente. ¿Qué hay del sexo?

Con el gesto de un hombre que trata de librarse de una nube de insectos importunos, Mr. Bahu agitó una mano morena y huesuda ante la cara.

— Apenas una distracción, eso es todo. Una tortura humillante y corrosiva. Pero un hombre inteligente siempre puede hacerle frente.

— ¡Cuan difícil es entender los vicios ajenos!

— Tiene razón. Todos deberían apegarse a la insania con que Dios ha considerado conveniente maldecirlos. Pecca fortiter…. Ese era el consejo de Lutero. Pero hay que dedicarse a pecar los propios pecados, no los ajenos. Y sobre todo, no hay que hacer lo que hace la gente de esta isla. No trate de comportarse como si fuese esencialmente cuerdo y naturalmente bueno. Todos nosotros somos pecadores enloqueados que viajamos en el mismo bote… y el bote se hunde perpetuamente.

— A pesar de lo cual rata alguna tiene derecho a abandonarlo. ¿Es eso lo que quiere decir?

— A veces algunas de ellas tratan de abandonarlo. Pero jamás llegan muy lejos. La historia y las demás ratas se ocupan de que se ahoguen con todos nosotros. Por eso Pala no tiene ni la menor posibilidad.

La pequeña enfermera volvió a entrar trayendo una bandeja.

— Comida budista — dijo, mientras anudaba una servilleta en torno del cuello de Will —. Toda, menos el pescado Pero hemos decidido que los pescados son hortalizas dentro de la significación del acto.

Will comenzó a comer.

— Aparte de la rani, de Murugan y de nosotros dos — preguntó después de tragar el primer bocado — ¿a cuántas personas de afuera ha conocido?

— Bien, hubo un grupo de médicos norteamericanos — respondió ella —. Vinieron a Shivapuram el año pasado, mientras yo trabajaba en el Hospital Central.

— ¿Qué fueron a hacer allí?

— Querían averiguar por qué tenemos una tasa tan reducida de neurosis y enfermedades cardiovasculares. ¡Esos médicos! — Meneó la cabeza. — Le aseguro, Mr. Farnaby, que me pusieron los pelos de punta… se los pusieron de punta a todos los del hospital.

— ¿De modo que le parece que nuestra medicina es primitiva?

— Esa no es la palabra adecuada. No es primitiva. Es cincuenta por ciento magnífica y cincuenta por cierto inexistente. Maravillosos antibióticos… pero nada de métodos para aumentar la resistencia a fin de que los antibióticos no sean necesarios. Fantásticas operaciones… pero cuando se trata de enseñar a. la gente la forma de pasar por la vida sin tener que ser hendida en dos, absolutamente nada.

Y lo mismo en todo lo demás. Muy buena para remendarlo a uno cuando ha comenzado a desmoronarse, pero pésima para mantenerlo sano. Aparte de los sistemas cloacales y las vitaminas, parece que no se ocuparan para nada de la prevención. Y sin embargo tienen un proverbio: prevenir es mejor que curar.

— Pero la cura — replicó Will — es mucho más dramática que la prevención. Y para los médicos es mucho más ventajosa.

— Quizá para los médicos de ustedes — afirmó la pequeña enfermera —. No para los nuestros. A los nuestros se les paga por mantener sana a la gente.

— ¿Cómo lo hacen?

— Hemos venido formulando esa pregunta durante cien años, y encontrado una cantidad de respuestas. Respuestas químicas, respuestas psicológicas, respuestas en términos de lo que uno come, de la forma en que hace el amor, de lo que ve y oye, de lo que siente acerca de lo que es en este mundo.

— ¿Y cuáles son las mejores respuestas?

— Ninguna de ellas es la mejor sin las otras.

— De modo que no existe una panacea.

— ¿Cómo podría existir? — Y citó la cuarteta que toda estudiante enfermera tiene que aprender de memoria el día en que comienza su educación.

«Yo» soy la multitud; obedezco tantas leyes como ésta tiene miembros. Químicamente impuros son todos «mis» seres. No existe una sola cura para lo que no puede tener una sola causa.

— De modo que, se trate de prevención o curación, atacamos desde todos los frentes al mismo tiempo. Desde todos los frentes — insistió —; desde la dieta a la autosugestión, de los iones negativos a la meditación.

— Muy sensato — fue el comentario de Will.

— Quizás un tanto demasiado sensato — dijo Mr. Bahu—

¿Trató alguna vez de hablar en términos sensatos con un maniático? — Will sacudió la cabeza. — Yo sí. — Se apartó el mechón entrecano que le caía oblicuamente sobre la frente. Debajo de la línea de nacimiento del cabello se destacaba una cicatriz dentada, extrañamente pálida sobre la piel morena. — Por fortuna para mí, la botella con que me golpeó era bastante frágil. — Alisándose el revuelto cabello, se volvió hacia la pequeña enfermera. — No lo olvide nunca, Miss Radha: para los insensatos nada es más enloquecedor que la sensatez. Pala es una islita rodeada de dos mil novecientos millones de enfermos mentales. De modo que tenga cuidado y no sea demasiado racional. En el país de los insanos el hombre integrado no es rey. El rostro de Mr. Bahu resplandecía literalmente de alborozo volteriano. — Lo linchan.

Will lanzó una carcajada superficial y se volvió otra vez hacia la pequeña enfermera.

— ¿No tienen candidato alguno para la casa de orates? — inquirió.

— Tantos como ustedes… quiero decir, en proporción a la población. Por lo menos así dicen los manuales.

— ¿De modo que el hecho de vivir en un mundo sensato no representa diferencia alguna?

— No para las personas que poseen el tipo de química corporal que las convierte en psicóticas. Nacen vulnerables. Las derriban pequeñas dolencias que otras personas apenas advierten. Estamos comenzando a descubrir qué es lo que las hace tan vulnerables. Empezamos a descubrirlas antes del colapso. Y una vez descubiertas, podemos hacer algo para elevar su resistencia. Una vez más, prevención… y, por supuesto, en todos los frentes al mismo tiempo.

— De modo que el nacimiento en un mundo sensato puede significar una diferencia incluso para los psicóticos predestinados.

— Y para los neuróticos ya la ha significado. La tasa de neurosis de ustedes es de uno sobre cinco, o aun cuatro.

La nuestra es de uno sobre veinte. El que se derrumba recibe tratamiento en todos los frentes, y los diecinueve que no se desmoronan han recibido prevención en todos los frentes. Y con esto volvemos a los médicos norteamericanos. Tres de ellos eran psiquiatras, y uno de los psiquiatras fumaba cigarros sin parar y tenía acento alemán. Fue el que, había sido elegido para ofrecernos una disertación. ¡Qué disertación! — La pequeña enfermera se llevó las manos a la cabeza. — Jamás he oído nada semejante.