— ¿De qué trataba?
— De la forma en que curan a las personas con síntomas neuróticos. No podíamos dar crédito a nuestros oídos. Nunca atacan en todos los frentes; sólo lo hacen más o menos en medio frente. Por lo que a ellos respecta, los frentes físicos no existen. Aparte de la boca y el ano, el paciente no tiene cuerpo. No es un organismo, no nació con cierta constitución física o cierto temperamento. Sólo tiene dos extremos de un tubo digestivo, una familia y una psique. ¿Pero qué tipo de psique? Evidentemente, no todo el espíritu, no lo que el espíritu es en realidad. ¿Cómo podría ser de otro modo, si no tienen en cuenta la anatomía, la bioquímica o la fisiología de la persona? El espíritu abstraído del cuerdo: ese es el único frente en que atacan. Y ni siquiera en todo él. El hombre del cigarro no hacía más que hablar del inconsciente. Pero el único inconsciente al que le dedican atención es el inconsciente negativo, la basura de que la gente ha tratado de librarse enterrándola en el sótano. Ni una palabra sobre el inconsciente positivo. Ni una tentativa de ayudar al paciente a abrirse a la fuerza vital o a la Naturaleza de Buda. Y ni una tentativa de enseñarle a ser un poco más consciente en su vida cotidiana. Ya saben: «Aquí y ahora, muchachos. Atención. — Ofreció una imitación de los mynah. — Esta gente deja que el desdichado neurótico chapalee en sus antiguos hábitos nocivos de no estar nunca aquí y ahora. ¡Todo eso es una pura idiotez! No, el hombre del cigarro no tenía siquiera esa excusa; era tan inteligente como es posible serlo. Debe de ser algo voluntario, algo provocado por uno mismo… como emborracharse u obligarse a creer alguna tontería sólo porque figura en las Escrituras. Y luego vea la idea que tienen de lo normal. Créalo o no, un ser humano normal es el que puede tener orgasmos y está adaptado a su sociedad. — La pequeña enfermera se llevó una vez más las manos a la cabeza. — ¡Es increíble! Nada de preocupaciones por lo que hace uno con sus orgasmos. Nada en cuanto a la calidad de los sentimientos, pensamientos y percepciones de uno. ¿Y qué acerca de la sociedad hacia la cual uno está supuestamente adaptado? ¿Es una sociedad demente o cuerda? Y aunque sea lo bastante cuerda, ¿es correcto que todos estén completamente adaptados a ella?
Con otra de sus chisporroteantes sonrisas, el embajador dijo:
— Aquellos a quienes Dios quiere destruir, primero los enloquece. O a la inversa, y quizás en forma más eficaz, primero los vuelve cuerdos. — Mr. Bahu se puso de pie y se dirigió hacia la ventana. — Mi coche ha venido a buscarme. Tengo que volver a Shivapuram, y a mi escritorio. — Se volvió hacia Will y le dedicó una prolongada y florida despedida. Luego, olvidándose de ser el embajador, dijo —: No se olvide de escribir esa carta. Es muy importante. — Sonrió conspirativamente y, pasando el pulgar varias veces por los dos primeros dedos de la mano derecha, contó un dinero invisible.
— Gracias al cielo — dijo la pequeña enfermera cuando el hombre se hubo ido.
— ¿Qué ofensa cometió? -preguntó Will —. ¿La de siempre?
— Ofrecer dinero a alguien con quien uno quiere acostarse… cuando ese alguien, ella, no lo quiere a uno. Y entonces éste ofrece más. ¿Es habitual eso en el lugar de donde él proviene?
— Profundamente habitual — le aseguró Will.
— Bueno, a mí no me gustó.
— Ya me di cuenta. Y otra pregunta. ¿Qué me dice de Murugan?
— ¿Por qué lo pregunta?
— Por curiosidad. Advertí que ustedes se conocían de antes. ¿Fue cuando él estuvo aquí hace dos años, sin la madre?
— ¿De dónde sabía eso?
— Me lo dijo un pajarito… o más bien un pájaro enorme y macizo.
— ¡La rani! Debe de haberlo contado como algo salido de Sodoma y Gomorra.
— Pero por desgracia me escatimó los detalles espeluznantes. Obscuras insinuaciones… eso fue todo lo que recibí de ella. Insinuaciones, por ejemplo, sobre Mesalinas veteranas que dan lecciones de amor a jóvenes inocentes.
— ¡Y cómo necesitaba él esas lecciones!
— Insinuaciones, además, sobre una muchacha precoz y promiscua de la edad de él.
La enfermera Appu estalló en una carcajada.
— ¿La conoce usted?
— La muchacha precoz y promiscua fui yo.
— ¿Usted? ¿Lo sabe la rani?
— Murugan sólo le hizo conocer los hechos, no los nombres. Por lo cual le estoy muy agradecida. ¿Sabe? yo me porté muy mal. Perdí la cabeza por alguien a quien en realidad no quería y herí a alguien a quien sí quería. ¿Por qué será una tan estúpida?
— El corazón tiene sus razones — afirmó Will — y las endocrinas las suyas.
Se produjo un largo silencio. Will terminó de comer su pescado y hortalizas hervidos, fríos. La enfermera Appu le alcanzó un plato de ensalada de frutas.
— Usted jamás vio a Murugan en pijama de raso blanco — dijo ella.
— ¿Me he perdido algo interesante?
— No tiene idea de lo hermoso que es con esa vestimenta. Nadie tiene derecho a ser tan hermoso. Es indecente. Es una ventaja injusta.
La visión del joven ataviado con ese pijama de raso blanco, comprado en Sulka, fue lo que a la postre le había hecho perder la cabeza. Y la perdió tan por completo, que durante dos meses fue otra persona… una idiota que perseguía a una persona que no la soportaba, una idiota que dio la espalda a la persona que siempre la había amado, la persona a quien ella había amado siempre.
— ¿Llegó usted a algo con el joven del pijama? — averiguó Will.
— Sólo hasta una cama — respondió ella —. Pero cuando comencé a besarlo, salió de un brinco de entre las sábanas y se encerró en el cuarto de baño. No quiso salir hasta que le entregué el pijama por el montante y le di mi palabra de honor de que no lo molestaría. Ahora puedo reírme de eso; pero en ese momento, le aseguro, en ese momento… — Meneó la cabeza. — Una pura tragedia. Deben de haber adivinado lo que ocurrió, por la forma en que me comportaba. Resultaba evidente que las muchachas precoces y promiscuas no eran convenientes. Él necesitaba lecciones regulares.
— Y el resto del relato lo conozco — interrumpió Will —. El joven escribe a la mamá, la mamá vuelve volando a casa y se lo lleva a Suiza.
— Y no regresaron hasta unos seis meses después. Y durante casi la mitad de ese tiempo se quedaron en Rendang, en la casa de la tía de Murugan.
Will estaba a punto de mencionar al coronel Dipa, pero recordó que había prometido a Murugan ser discreto, y no dijo nada.
Desde el jardín llegó el sonido de un silbido.
— Perdóneme — dijo la pequeña enfermera, y se acercó a la ventana. Sonriente, feliz, ante lo que veía, agitó la mano —. Es Ranga.
— ¿Quién es Ranga?
— Ese amigo de quien le hablé. Quiere hacerle unas preguntas. ¿Puede entrar un minuto? — Por supuesto.
La joven regresó a la ventana e hizo un ademán de llamado.
— Supongo que esto significa que el pijama blanco ha desaparecido por completo de la escena. Ella asintió.
— Fue sólo una tragedia en un acto. Recuperé la cabeza tan rápidamente como la perdí. Y cuando la recuperé, ahí estaba Ranga, el mismo de siempre, esperándome. — Se abrió la puerta y entró en la habitación un joven alto y delgado, de pantaloncitos color caqui y zapatos de gimnasia. — Ranga Karakuran — anunció mientras estrechaba la mano de Will.